En una temporada donde muchos candidatos municipales creerán que el ser ciclista será la mejor etiqueta para conseguir votos, olvidándose de que también hay peatones atropellados por ellos mismos, el desafío es otro: seguir creciendo en el uso de la bicicleta, pero de un modo responsable y amigable, acompañándonos de educación vial y respeto: al final del día, todos somos ciudadanos a pie.
A medida que pasan los años, quienes amamos la bicicleta hemos celebrado cómo los kilómetros de ciclovías han crecido en nuestras ciudades, pero hay algo que ha quedado atrás en ese kilometraje, ¿cuánto hemos avanzado en educación vial entre peatones y ciclistas?
Los ciclistas, o quienes intentan serlo, se han multiplicado, pero el uso de este medio de transporte ha traído otros problemas. La evasión de los problemas del transporte público, su costo y atochamiento en la ciudad, han sido las premisas principales para los nuevos “cleteros”, pero se ha olvidado de una demanda que intentamos instalar a comienzos del año 2.000 cuando buscábamos un espacio en el desorden de las viejas micros amarillas. La bicicleta no sólo es un transporte limpio con el medio ambiente que nos ayuda a ejercitarnos, sino que es un medio que debería buscar la amabilidad y la sonrisa de quienes andamos arriba y vemos, a la vez, una liberación ante el auto, el Transantiago y el Metro; el ahorrar y el llegar primero se ha impuesto en una nueva generación que si tiene que subirse a las veredas para andar lo hace, que usa audífonos o teléfono celular para trasladarse y chocan a las personas, que se cruzan al igual que quienes andan encapsulados arriba de un auto. Para muchos, el ciclista es casi tan ofensivo como el que conduce mal un auto.
Esta columna no es una crítica a los ciclistas, menos a los buenos ciclistas, sino que es un llamado a la responsabilidad de todos: antes que ciclistas y automovilistas somos siempre peatones, así que el respeto va, y entre todos, hacia todas las direcciones que usted pueda imaginar.
Entendiendo que el respeto vial es para todos, es necesario preguntarnos en qué están fallando los peatones, ciclistas y automovilistas. El error de los peatones radica en que aún no saben cuál es el uso de las ciclovías, no miran para cruzarlas y otros incluso las usan para correr o caminar; los ciclistas se quejan si transitan por ellas alguien distinto, pero a la vez ignoran la señalización de los cruces en las ciclovías y en las calles. Muchos ciclistas creen que no hay que detenerse en las esquinas, ignoran el “pare”, el “ceda el paso” y otros letreros, perdiendo la precaución con el entorno, muchos andan sin casco y con audífonos, perdiendo el sentido de la audición si es que ocurre algo en donde no están puestos nuestros ojos. En el caso de los automovilistas, el daño puede ser mayor por el tamaño del impacto, ya que algunos no dejan espacio al costado de la calle para el ciclista, otros le tiran el auto encima o usan el espacio exclusivo de las ciclovías (a ellos aprovecho de dejarles un ejercicio de empatía, por cada ciclista que vea en una calle donde espera transitar en un taco, cuéntelos e imagine que cada uno de ellos está sentado solo arriba de su auto, créame que su espera será más larga de la que ya tiene).
En una temporada donde muchos candidatos municipales creerán que el ser ciclista será la mejor etiqueta para conseguir votos, olvidándose de que también hay peatones atropellados por ellos mismos, el desafío es otro: seguir creciendo en el uso de la bicicleta, pero de un modo responsable y amigable, acompañándonos de educación vial y respeto: al final del día, todos somos ciudadanos a pie. Si fuésemos todos mejores ciudadanos, quizás las multas a los “veredistas” de Providencia no tendrían justificación para ser cursadas, pero es un problema que las personas han dado como alerta, en parte se ha dado la razón para que existan y, por más que no nos gusten, transitar de forma responsable es una tarea que hay que reforzar, partiendo como política pública y educativa. ¡La ciudad es de todos y todas!
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