Se habla que ella es revolucionaria en el método, pues denuncia que las prácticas de la psiquiatría en los recintos clínicos son abusivas, arbitrarias y peligrosas, así también el uso indiscriminado –y poco mesurado- de medicamentos que causarían daños en el engranaje principal del sistema nervioso: el cerebro. Para esta contra-disciplina, la enfermedad mental no existe, por lo que los psiquiatras y las prescripciones no aplican, son un invento de la misma ciencia.
“Ya sabes, si te tratan como a un paciente, eres apto para actuar como tal” (Frances Farmer)
La antipsiquiatría es una corriente al interior de la psiquiatría que se aleja de la convencionalidad de la misma y se desenvuelve en prácticas heterodoxas de la disciplina, que intentan mostrar una ruptura en el método universalista que pregona la ciencia, para dar uniformidad al conocimiento que se obtiene con la aplicación de un algoritmo riguroso y con pretensiones apodícticas. La denominación de anti surge con el psiquiatra sudafricano David Cooper. También en ciertos contextos podría ser sindicada como psiquiatría crítica, aunque desde una óptica más teorética. Se reserva el prefijo “anti” para las prácticas.
Desde sus albores en la década de 1960 con la obra de Szasz, arremete en contra del método que los positivistas utilizan como cortafuegos de las disciplinas para ser científicas desde el siglo XIX. Sus tópicos de discusión van desde la crítica al sistema psiquiátrico imperante hasta la negación de la enfermedad mental, utilizada ésta como un instrumento de dominación e imposición de estándares y estatus.
Se habla que ella es revolucionaria en el método, pues denuncia que las prácticas de la psiquiatría en los recintos clínicos son abusivas, arbitrarias y peligrosas, así también el uso indiscriminado –y poco mesurado- de medicamentos que causarían daños en el engranaje principal del sistema nervioso: el cerebro. Para esta contra-disciplina, la enfermedad mental no existe, por lo que los psiquiatras y las prescripciones no aplican, son un invento de la misma ciencia. Las afecciones de la mente son situaciones normales que desarrollan las personas para defenderse de un ambiente social que es el que produce una alteración de la regularidad. La negación del carácter clínico de ella está amparada en la no existencia de anomalías biológicas que generen el malestar en el ser humano. Sin embargo, los tratamientos farmacológicos sí causan daños en el cerebro y esto, por la reacción que producen los distintos compuestos químicos al interactuar con el organismo. La medicación como una pseudosolución a un pseudoproblema.
La causa de una (supuesta) enfermedad mental es eminentemente social, vale decir, es el espacio de sociabilidad del individuo el que está perturbado y afectado por una anomalía y no el sujeto mismo. Ello otorga estímulos que para éste son totalmente normales.
De la realidad de la psiquiatría, la sociedad se ve enfrentada a una farmacratización, donde la disciplina (y lo que la rodea) oscila en el universo de las prescripciones, las leyes reguladoras de los medicamentos y la industria farmacéutica que a partir de la aplicación del principio de eficiencia y la maximización de utilidades se coluden para ganar el juego y lograr un equilibrio entre los riesgos económicos. La misma psiquiatría ha permeado en el campo de lo jurídico y lo ético, con el concepto de demencia y enfermedad mental, lo que en el marco penal podría atenuar o incluso extinguir la responsabilidad personalísima del individuo; en lo civil, incluso está incapacitada para realizar actos por sí mismos. La institución psiquiátrica se posiciona con el poder de etiquetar alas personas, de otorgarles un valor e incluso de definir –en último término- su posición en el cuerpo social en referencia a cómo es visto por los otros. La alteridad se ve influida de forma autoritaria por una de las partes, el margen de libertad en una sociedad es reducido y de ello dan cuenta ámbitos como los derechos sociales. Crítica y clínica, se dicotomiza la calidad de persona en normal y anormal, luego mediante la experimentación se sabría si se es lo uno o lo otro. Los de la primera categoría, subsisten en la sociedad sin problemas. Los otros, son excluidos o bien, sedados hasta que ya no pueden lanzar más palabras. Vásquez Rocca expone que “la ‘enfermedad mental’ deviene en una suerte de mecanismo social, regulado y determinado por la disciplina con el objeto de patologizar la heterogeneidad humana, su carácter antinómico y su singularidad”. A ello obedece el determinismo en función de lo que una ley (instrumento de medición) puede otorgarle a la psicología, en tanto, se admite que esta puede o no ser una ciencia positiva.
Reitero la importancia la dicotomía anterior en el plano jurídico, donde siempre en los procesos es posible pedir la prueba pericial a un psiquiatra para ver las circunstancias modificadoras de la pena. Mediante el discurso científico, no se duda de la experticia del profesional que entrega un diagnóstico, por lo mismo –y siguiendo a Carlos Pérez Soto- encontramos entonces que los ciudadanos están completamente expuestos a la irracionalidad posible, y al abuso, y que, en el extremo del argumento, se nos manda al psiquiatra por “nuestro bien”. La ciencia –en específico, el cientificismo según Todorov- es un universalismo. Asimismo, crea una suerte de obligatoriedad civil en tanto se pone a la cabeza de las relaciones de poder respecto a qué respuesta es científicamente favorable y cuál no. Entonces resulta ilusoria la heteronomía de las normas procesales (y penales) que imponen deberes a una persona de someterse a una terapia, a internarse en una clínica o a ser parte de un experimento. La desconfianza sobre el método de la psiquiatría como un entendimiento que no necesariamente se acerca a la verdad, a veces es tildado de superstición y no se está obligado a seguirla, a menos que sea una ciencia en sentido estricto, ¿acaso siempre la verdad procesal está sujeta a la ciencia cuando se recurre a ella?
La psiquiatría funciona como un dispositivo naturalizador de la opresión subjetiva a través por la somatización y la medicación del malestar y la rebeldía, con apoyo en el carácter apodíctico del conocimiento que la ciencia pregona. El método convencional se intenta insertar dentro del sentido común de la colectividad al prescribir soluciones a los malestares que surgen de contradicciones sociales visibles. La antipsiquiatría y la crítica con sus cánticos, anuncian la crisis de la práctica científica.
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