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La recta final: candidaturas y propuestas en ciencia

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Quedan pocos días para la elección presidencial, y las candidaturas han presentado sus documentos programáticos finales. Es hora de revisar nuevamente las propuestas en materia de ciencia, tecnología e innovación (CTI; en los dos últimos temas el campo es más amplio, cabe recordar), al menos de las tres candidaturas que lideran en las encuestas y que más recientemente presentaron sus programas de gobierno (Sebastián Piñera, Alejandro Guillier y Beatriz Sánchez). Por razones de espacio, solo podemos abordar aquí algunos aspectos generales, sin poder discutir y comparar todas las propuestas específicas.

En una columna anterior, afirmé que las propuestas existentes a la fecha estaban marcadas por una orientación economicista. Es justo reconocer que dicho tenor se ha atenuado en los programas finales de las candidaturas mencionadas, dando paso a una impronta “desarrollista”, principalmente en el contexto productivo y de innovación. No obstante, es necesario reiterar que las personas (y países) investigan por múltiples razones y motivaciones, y el aporte del conocimiento científico a responder nuestras inquietudes y a entender el mundo que nos rodea (un ámbito comúnmente asociado a las ciencias básicas, cabe señalar) queda nuevamente descuidado (solo Sánchez se acerca a esta dimensión en su introducción a las propuestas de CTI). 

Las tres candidaturas abordan la institucionalidad científica, aunque lo hacen desde perspectivas diferentes. Mientras Alejandro Guillier propone la continuidad del actual proyecto de institucionalidad, Piñera regresa a la propuesta de su gobierno, de un ministerio de educación superior, ciencia, tecnología e innovación, idea que ha sido sustentada en la existencia de una “cadena de valor” entre estas cuatro áreas. Sin embargo, la ciencia también se vincula con el desarrollo social, la cultura y la economía, y esto no implica que debamos articular una institucionalidad única que reúna todas estas áreas por ser parte de la misma “cadena”. Cabe recordar también que la propia OECD recomendó en un reporte del año 2013 no incorporar la educación superior en el ministerio propuesto. De materializarse esta propuesta, es probable que la ciencia siga relegada a una posición secundaria, eclipsada por la educación superior y la innovación.

Por otro lado, Sánchez propone un “Ministerio del Conocimiento y la Innovación”, idea que nos lleva por caminos complejos. ¿Cuál conocimiento? ¿El futuro ministerio, será del conocimiento científico o incluirá otras formas de conocimiento, y si es así cuáles? Muchas personas han trabajado en estos años para relevar la ciencia y darle mayor visibilidad y valoración como manifestación cultural y labor profesional. Negarse a darle dicha visibilidad y reconocimiento ciertamente puede implicar un retroceso que probablemente no se justifica plenamente, en especial si la palabra “investigación” ya captura a diversas disciplinas que pueden sentirse excluidas por el uso de la palabra “ciencia”. En este sentido, mención especial merece la negativa de su programa a usar la palabra “ciencia” en las casi nueve páginas relativas a CTI.

Los tres programas explicitan el objetivo de sus políticas públicas en CTI; en los tres casos estas se enmarcarán en una visión desarrollista, basando el “progreso económico-social en la creación de conocimiento e innovación” (Guillier), buscando transformar al país en “una sociedad de innovadores y emprendedores” y “crear las condiciones para que Chile pueda insertarse en la cuarta revolución industrial” (Piñera), y promoviendo la creación de conocimiento “para transitar hacia un modelo de desarrollo que termine con el modelo neoliberal, supere el extractivismo y asegure un patrón de desarrollo sustentable…” (Sánchez). Solo Sánchez y Guillier abordan cómo establecerán sus futuras políticas de CTI: Sánchez establecerá estrategias (“Estrategia para el Conocimiento”) a nivel regional y nacional (esta última será tarea compartida entre su ministerio propuesto y el de Economía, manteniendo la falta de una conducción política única y visible que se ha criticado en años recientes). Mientras, Guillier propone la continuidad del consejo propuesto en el proyecto de ley de institucionalidad, y Piñera un “Consejo del Futuro”, aunque no es claro qué ocurrirá con el Consejo de Innovación para el Desarrollo. En el ámbito de la I+D y el sector privado, existen variadas propuestas para financiamiento y coordinación.

Existen avances que ayudan a ir matizando (aunque no completamente) el tenor economicista, dando cuenta además de una ampliación de las preocupaciones. Sin embargo, en muchas de las propuestas falta un mayor nivel de detalle y concreción, así como mecanismos y metas.

En materia de inversión en I+D y formación de científicos, hay ausencia de metas claras. En cuanto a la inversión, las candidaturas parecen evitar comprometerse con cifras detalladas para evitar futuras críticas, y lamentablemente tampoco existen propuestas específicas sobre distribución y orientación de los fondos (por ejemplo, Guillier propone duplicar el gasto público en I+D, pero no menciona el destino de este aumento). Lo mismo ocurre con la propuesta de reformular el programa de becas de postgrado. ¿Qué porcentaje se destinará a áreas estratégicas, una idea mencionada por las candidaturas? Cabe detenerse en la propuesta de Sánchez de destinar becas al extranjero solo en algunas áreas. La formación de doctores en otros países contribuye, entre otras cosas, a formar redes internacionales y fomentar posibles colaboraciones; por ende, el tema debe evaluarse más allá del supuesto nivel de desarrollo de áreas particulares en Chile.

Un tema eludido por las tres candidaturas es el de Fondecyt, tan controversial en las últimas semanas. En general, existe una ausencia de propuestas y metas concretas para fortalecer o reformular Fondecyt. Una excepción es la propuesta de Piñera sobre un “Fondecyt Senior”, aunque en su programa no aborda la situación del Fondecyt de Inicio ni propone fortalecer esta línea para facilitar la inserción y desarrollo profesional de los investigadores jóvenes. Mientras, Sánchez propone crear la “carrera del investigador” y corporaciones regionales de investigación, las que absorberían 5 mil investigadores en cuatro años (la factibilidad de dicha meta es materia de debate). La impresión general sobre el tema de la inserción es más bien una de buenas intenciones, pero de falta de precisión y metas claras. En materia de cultura científica, solo Beatriz Sánchez presenta propuestas más detalladas, y su enfoque en la relación entre educación e investigación es valorable.

En definitiva, existen avances que ayudan a ir matizando (aunque no completamente) el tenor economicista, dando cuenta además de una ampliación de las preocupaciones. Sin embargo, en muchas de las propuestas falta un mayor nivel de detalle y concreción, así como mecanismos y metas (en especial en materia de inversión en I+D y de formación e inserción de científicos). Finalmente, no se menciona cómo la comunidad científica será escuchada en un eventual gobierno de cada uno de los candidatos, y es de esperar que quienquiera sea elegido(a), instaure una cultura de diálogo permanente con la comunidad científica como su primera medida en materia de CTI.

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