En las últimas semanas, he analizado en este medio algunos problemas asociados a la formulación de la Política Nacional de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación (CTCI), impulsada por el Ministerio de CTCI (MinCTCI). Me referí, en primer lugar, a la falta de “memoria” del naciente ministerio, al no considerar en la mesa inicial a personas y organizaciones importantes en el camino a su creación. Luego, discutí la necesidad de abrir la elaboración de la política de CTCI. Esta semana, el MinCTCI publicó finalmente las instrucciones para organizar dichas mesas, lo que motiva esta tercera columna.
El impulso de una política de CTCI, como en cualquier otro ámbito, debe balancear la necesidad de participación con la idea del derecho otorgado por la representación política, a saber, la idea de que un gobierno tiene el mandato para impulsar sus ideas. De este modo, y refiriéndonos específicamente a la política de CTCI, el ministerio nos invita ahora a participar de un proceso de diálogo, pero siempre dentro de una cancha ya rayada, con instrucciones ya definidas, y tal vez con un resultado casi (o parcialmente) arreglado.
Para algunas personas esto podría parecer legítimo o necesario. Pero la investigación científica en particular posee ciertas características que ameritan una discusión previa sobre reglas, expectativas y límites. Aunque el espacio no permite un análisis muy detallado, hay tres puntos en el proceso de elaboración de la política de CTCI que ya han sido previamente definidos por el MinCTCI, pero que son tan fundamentales y controversiales, que ameritaban una discusión previa.
a) Las singularidades como eje de priorización: El documento orientador en el sitio “Pensemos juntos” se refiere a “nuestras singularidades en I+D+i”, hablando más adelante sobre “la priorización estratégica y seguimiento en base a las señales sobre desafíos y singularidades país”. El concepto de laboratorios naturales no aparece como tal en el documento, pero es imposible ignorar su influencia. Este criterio (y por extensión la idea de priorizar esfuerzos solo en aquellas áreas en las que Chile tiene “singularidades”) desafortunadamente no ha sido sometido a un análisis exhaustivo, en particular en lo relativo a sus debilidades. La duda sobre las “singularidades” no es intrascendente. Por ejemplo, ¿acaso nuestro país no tiene derecho a priorizar temas o áreas sobre la base de otros criterios, como el simple interés, la existencia de una masa crítica de alto nivel, o la urgencia de problemas que tal vez no constituyan “desafíos propios de nuestra condición de país que transita hacia el desarrollo”, pero que sea igualmente necesario resolver? Por otro lado, ¿acaso no podríamos haber definido criterios de priorización de forma colectiva, en una discusión más amplia? ¿Qué ocurriría si la comunidad científica en realidad tuviera otra idea sobre los criterios a emplear para priorizar en investigación?
b) La asociatividad y el financiamiento: El documento del MinCTCI señala a la asociatividad como un “principio rector” (“Apuesta por la asociatividad entre los actores del ecosistema, los distintos actores de la sociedad y del mundo, fomentando el trabajo multi, inter y transdisciplinario”). Esto significa un mayor énfasis en los instrumentos asociativos, algo que ya está ocurriendo en la práctica, como se refleja en el presupuesto del año 2020, que contempla un aumento significativo para la Iniciativa Científica Milenio (y en el que se vislumbra, en cambio, la continuación del estancamiento de FONDECYT). Al respecto, existen dos problemas. Por un lado, la construcción de capacidades científicas en nuestro país aún depende fuertemente de los instrumentos mal llamados “individuales”, como el propio FONDECYT. Resulta muy difícil que un grupo de investigadores pueda apostar por esquemas asociativos, si antes ellos no han demostrado su “valía” a través de la adjudicación de proyectos FONDECYT. Dicho sea de paso, para las y los investigadores jóvenes, FONDECYT sigue siendo la principal (y casi única) forma de insertarse, al menos en la academia. Esto significa que solo investigadores consolidados y en áreas en las que ya existe masa crítica (lo que puede deberse, por ejemplo, a prácticas endogámicas, muchas veces criticadas) pueden apostar por los actuales instrumentos asociativos. El segundo problema es el “apilamiento” de recursos: investigadores de un centro asociativo bien pueden seguir postulando a otros proyectos; esto inevitablemente llevará a posibles mejoras en recursos, y por ende en productividad, llevándonos a la creencia de que la asociatividad “es mejor” y a la generación de amplias brechas entre grupos de investigadores. Finalmente, es necesario mencionar que el desempeño de la investigación (incluyendo la asociativa) suele medirse mediante métricas que son objeto de crítica (como veremos a continuación). Todo lo anterior no significa que la asociatividad sea negativa o no deseable; sin embargo, tal vez aún debemos analizar las fortalezas y debilidades de esta apuesta particular, antes de establecerla como “principio rector”.
Estas restricciones limitan la posibilidad de contribuir, desde la comunidad académica y científica, a una maduración real de nuestro sistema científico, sembrando dudas sobre el alcance real de este proceso de diálogo
c) La excelencia como lineamiento: El documento señala que “se persigue la excelencia en todas las áreas…”. En nuestro sistema, la excelencia suele ser entendida como competencia: lo fondos deben asignarse competitivamente, sobre la base de métricas estandarizadas, que supuestamente miden la calidad (o excelencia) del trabajo. Respecto a las métricas, estas se reducen principalmente a la “productividad científica”, es decir, a cuántos artículos científicos produce un investigador, y en qué revista los publica, y ambos son criterios que hoy están bajo fuerte cuestionamiento. Por ende, criticar esta noción de excelencia no equivale a criticar a los investigadores. Los fondos posiblemente son recibidos hoy por investigadores sin duda meritorios; sin embargo, esto no significa que quienes no reciben fondos no tengan los mismos méritos. La elaboración de esta política de CTCI, al declarar la excelencia como lineamiento, deja pasar una valiosa oportunidad de definir una noción propia de excelencia.
Estas restricciones limitan la posibilidad de contribuir, desde la comunidad académica y científica, a una maduración real de nuestro sistema científico, sembrando dudas sobre el alcance real de este proceso de diálogo, al menos respecto al “corazón de la reforma”. Sin embargo, esto no significa que no debamos participar del proceso. Una interpretación más optimista es que el MinCTCI aún se encuentra en proceso de aprendizaje, y como comunidad podemos apoyar dicho aprendizaje tanto a través de la participación como mediante el análisis de su quehacer.
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