Es lamentable que se utilice una medición como el SIMCE para culpar del sobrepeso de los escolares a una disciplina que históricamente ha estado desdibujada y que muy poco se ha hecho por ella para revertir su mala imagen: esa que flota en la sociedad como «un saber poco útil». Sus contenidos nunca se desarrollaron de acuerdo a lo que su nombre indica y, por lo general, aparte de jugar un poco al fútbol, practicar algo de básquet, cada tanto hacer una serie de abdominales o correr un par de vueltas en la cancha, la disciplina jamás se caracterizó por el desarrollo de un trabajo corporal integral de los estudiantes, ni siquiera cuando se llamaba Gimnasia, más cercana por aquel entonces a la psicocalistenia.
Me parece injusto y desacertado poner a las escuelas bajo la lupa acusadora, porque detrás de estos niños y niñas con obesidad hay una familia. Tampoco la culpa ha sido de los docentes responsables de la materia, signada por pocas horas curriculares, a veces a contraturno, contenidos demasiado lábiles y escaso material didáctico para hacer de ella un ramo más creativo y necesario; puesto que la disciplina en cuestión, por históricas carencias, no podría nunca desarrollar contenidos disciplinares como los de natación, educación para la salud, salto largo u otras especificidades que los estudiantes sólo conocen de nombre, pues no saben de qué se trata ni para qué sirve. La materia está puesta en la malla curricular, sí, pero nadie explica su utilidad, y tal como sucede con muchas otras: se cursan, se los evalúa, pero los alumnos jamás se enteran de por qué ni del para qué.Este no es un problema de alianzas de ningún tipo, es un problema del núcleo familiar, es allí donde debe aparecer la primera detección de la problemática.
Acerca del sobrepeso y obesidad, junto a otras problemáticas aparecidas ligadas a deficiencias por los altos índices de masa muscular en los escolares, sabemos que nuestros niños y niñas, aparte de llevar una vida sedentaria, alimentándose con comida chatarra -altas en grasas saturadas, sodios, azúcares refinados, glucosa, fructosa y otras sustancias tóxicas y nocivas para el organismo-, pasan largas horas detrás del whatsapp u otras aplicaciones, no se mueven, no se ejercitan, ni siquiera bailan, pasan sentados en el aula, llegan a casa a sentarse y así se la pasan de la silla al sillón. ¿Cuántas horas promedio pasa sentado un estudiante a lo largo del día?
Si esos niños y niñas, con sobrepeso u obesidad, en vez de estar arrellenados viendo programas, jugando horas y horas con el celular, asistieran a los diversos centros comunitarios existentes -algunos gratuitos- y se integraran a grupos deportivos, grupos de danza, de yoga o cualquier disciplina corporal en sus tiempos libres, seguro que en el corto plazo estaríamos bajando y/o modificando los índices de obesidad escolar. Los municipios deberían promover actividades para niños y jóvenes, tendientes a revertir el inminente peligro para la salud que conlleva el sobrepeso: diabetes, trastornos metabólicos o cardiopatías.
Discrepo profundamente con la afirmación del Secretario Ejecutivo de la Agencia de la Calidad, Carlos Henríquez, quien expresa que «es necesario que las escuelas y las familias de todos los estudiantes hagan una alianza para promover la vida activa y así asegurarnos de que todos los niños y niñas tengan en el futuro una salud compatible con su proyecto de vida». Este no es un problema de alianzas de ningún tipo, es un problema del núcleo familiar, es allí donde debe aparecer la primera detección de la problemática.
Por lo tanto, no es un trabajo exclusivo de las instituciones educativas, la escuela puede apoyar, puede difundir, puede ofrecer permanentemente un listado de establecimientos donde los niños, niñas, jóvenes y adolescentes sepan que pueden asistir para llevar una vida más activa y saludable; pero, insisto, no es tarea de la Escuela, no nos confundamos y no sigamos dándole tareas que no son de su exclusiva competencia. Esto mismo es válido para la promoción de una alimentación más sana y saludable, se puede hablar en la escuela, pero la responsabilidad primera es del hogar.
Si queremos modificar la tendencia, se necesitan con celeridad más políticas públicas que apunten al cambio, a la urgencia, con programas de TV destinados a difundir la vida en movimiento como práctica cotidiana, sana y saludable, mostrando los beneficios de las muy disímiles actividades corporales, mediante un trabajo comunicacional de responsabilidad y compromiso destinado a los padres. Luego está la responsabilidad de las autoridades de salud, quienes tienen el deber de hacer programas para la población escolar en riesgo, campañas sostenidas en el tiempo, difusión por los diversos medios masivos y al interior de las escuelas. También está la labor, no menos importante, de los municipios, ofreciendo centros de participación con actividades permanentes y programas de apoyo.
Un estricto programa nacional de «Vida Saludable» podría llegar a ser un éxito rotundo en la población, pero comprometiéndonos absolutamente todos, como ciudadanos participativos, democráticos y responsables, donde primero se manifiesten las autoridades correspondientes, después las otras organizaciones del tejido social y allí sí pueden integrarse las instituciones educativas, sus docentes y directivos. Pero no tiremos erradamente la pelota, la escuela debe seguir con aquello que es su responsabilidad principal y por lo que le hemos depositado la confianza: enseñar a aprender.
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