No hay duda, que la emergencia sanitaria a raíz del COVID-19 nos encontró escasamente preparados para hacer frente a una situación ciertamente compleja y desconocida. No fueron solamente los datos estadísticos y las desafortunadas estrategias comunicacionales del gobierno, que incrementaron cada vez más la angustia y la incertidumbre en la población, a esto se sumaron la pandemia generalizada de la desinformación y falta de acceso a fuentes confiables de información científica, comprensibles para toda la comunidad.
Se hizo evidente la incómoda realidad de la preparación, todavía insuficiente, de la comunidad científica chilena para ofrecer información adecuada, la fragilidad institucional del Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación (CTCI) y la falta de liderazgo político del gremio para instalar el debate público y comunicar acerca de la toma de decisiones basadas en evidencia, en un contexto de crisis.Pareciera que la ciencia poco ha podido aportar a la sociedad o bien, sus beneficios han sido imperceptibles por la ciudadanía. Comunicar lo que se investiga, es un primer paso hacia la evolución del conocimiento
Según la UNESCO, los aportes de las ciencias, la tecnología e innovación resultan indispensables para que se avance hacia un desarrollo orientado a la sostenibilidad y el establecimiento de una calidad de vida digna para todos y todas. En tiempos complejos, cambiantes e interconectados, se menciona con insistencia, la necesidad de una población científicamente preparada y activa frente a los problemas, que hoy en día imposibilitan el progreso hacia sociedades equitativas y sustentables. Corea del Sur, considerado más pobre que Chile hace 40 años, apostó por el único recurso que tenía en abundancia: su gente. Desde esta perspectiva, el fuerte acento en educación y CTCI, explican en gran parte, el éxito de su desarrollo económico y social.
En Chile, los grandes desafíos pendientes (salud, educación, medio ambiente, etc.), requerirán esfuerzos similares de decisión e inversión, así como también mayor seguridad y estabilidad de los recursos, de manera que sea posible sostener en el tiempo, un ecosistema científico sólido que proporcione nuevo conocimiento y soluciones a las urgentes demandas del país.
Sin embargo, este importante paradigma no ha sensibilizado en lo absoluto a la clase política ni mucho menos a la ciudadanía. Es más, en el actual contexto de crisis económica y sanitaria, el gobierno de Sebastián Piñera decidió eliminar las Becas Chile 2021, para la formación y especialización de científicas y científicos, con un inmediato interés en reducir el agónico presupuesto general para CTCI en un 9% real (presupuesto año 2021 respecto a 2020), lo que obligaría a investigadoras/es a desempeñar sus labores con una inyección anacrónica de recursos, comparable al menos con el porcentaje del gasto público total de 2007.
Al respecto, resuenan voces contingentes acerca de la importancia de contar con las capacidades para enfrentar las próximas crisis y desastres futuros, así como los cíclicos discursos y narrativas sobre un nuevo diseño de sociedad y el tan anhelado plan de desarrollo de largo plazo, donde no nos dé lo mismo lo que se investigue y para quien se investigue. Pero nuevamente, el paradigma de reconversión social basado en CTCI, no ha sensibilizado en lo más mínimo a la clase política, ni menos a la ciudadanía.
Cabe preguntarse, a qué se debe tanta falta de empatía e inexistente conexión a lo que parece obvio y aparentemente beneficioso. Para contextualizar, la ciencia es hoy, en simples palabras, un área de interés privado aplicable a actividades principalmente productivas (privadas), financiada con recursos públicos. Un área, que compite viciosamente en un mercado de patentes y publicaciones altamente especializadas, que solo tienen valor en la comunidad académica; una comunidad disgregada por la competencia y centrada en investigaciones personales, que en muchos casos poco y nada tienen que ver con el interés público. El Estado, por su parte, no establece ningún tipo de obligación de relacionarse con la sociedad, ni mucho menos de estimular vínculos de trabajo con equipos interdisciplinarios que impulsen esfuerzos colectivos por intercambiar conocimiento y compartirlo.
Por tanto, pareciera que la ciencia poco ha podido aportar a la sociedad o bien, sus beneficios han sido imperceptibles por la ciudadanía. Comunicar lo que se investiga, es un primer paso hacia la evolución del conocimiento, un síntoma de enriquecimiento, buena salud y respeto por la naturaleza de una idea o investigación, una señal de credibilidad y reafirmación del buen nivel de formación que ostentan científicas y científicos chilenos. Transgredir las barreras de la academia e iniciar diálogos con la comunidad, facilitaría no solo el camino de la valoración y divulgación científica, también crearía condiciones adecuadas de participación democrática en la discusión sobre cuáles son las temáticas prioritarias de investigación para el país.
Por estos días, darse a las tareas de la divulgación y comunicación científica, parece sencillo, debido al aumento en el acceso a las redes virtuales y nuevos medios. Sin embargo, para un investigador/a, sería incorporar más presiones, dentro del exigente, y a su vez, precarizado modelo de calidad científica. Lamentablemente, escribir una columna de opinión, hacer talleres de ciencia o realizar charlas en escuelas o liceos, no tienen el mismo valor en el mercado de la ciencia y por tanto, se crea un desincentivo a la cultura de la información, un desincentivo a la emergente y pujante cultura científica.
Crear estrategias e incentivos para propiciar la comunicación de la ciencia y, en consecuencia, consolidar una cultura científica emergente se puede presentar como un enfoque importante que podría aliviar los baches sociales de la desinformación y acceso democrático a los beneficios de la ciencia.
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