Es a raíz de mi experiencia como psicólogo clínico que puedo sumarme a los muchos que plantean de qué modo el abuso sexual infantil es uno de los mayores daños que un ser humano puede producirle a otro, tomando en consideración la completa dependencia el niño se encuentra frente a aquel otro íntimo. Ya no causa sorpresa indicar que la gran mayoría de estos abusos se producen en el interior mismo de las familias: en ocasiones el horror se encuentra en el espacio más propio del hogar, y no fuera.
Dentro de las múltiples teorías generadas respecto a este fenómeno, existió un psicólogo pionero para su época. Así, la presente columna tiene como objetivo traer a la luz la noción de “confusión de lenguas” existente entre los niños y los adultos en los casos de abuso sexual infantil, teorizada por psicoanalista húngaro Sandor Ferenczi en una conferencia realizada en el año 1932 llamada “Confusión de lenguas entre los adultos y el niño”. Y ciertas historias tienen mucho que enseñarnos.
¿Cuáles son los lenguajes que se confunden en los casos de abuso sexual infantil para este autor?. Psicólogo clínico innovador y arrojado, Ferenczi expuso cómo progresivamente se interrogó respecto a los reproches que les dirigían sus pacientes cuando le criticaban ser frío, insensible y cruel, reflexionando la posibilidad que esa vivencia actual remitiera a una situación de desamparo y traición vivida en la infancia por otros adultos que nada quisieron saber del dolor de aquel niño. En sus palabras: “esa fría reserva, la hipocresía profesional […] no difiere demasiado de las cosas que anteriormente, es decir en la infancia, le hicieron enfermar”.
Sus pacientes le enseñaron los estragos que generaba el abuso sexual infantil, llegando a teorizar en que en estos casos se produce una seducción incestuosa entre un adulto y un/a niño/a que se aman, sin embargo en el/la niño/a vive fantasías de juego y ternura, tales como desempeñar un rol maternal respecto del adulto. Estos juegos son confundidos por los deseos de una persona sexualmente madura -y con el lenguaje de la pasión propio de los adultos- que conllevan a consumar un abuso. Es decir que entre el adulto y el infante se da una confusión a nivel de lenguas, pues para el/la niño/a la seducción se mantiene siempre a nivel de la ternura, mientras que el adulto pervierte el lenguaje afectivo del niño por una sexualidad traumática centrada la anulación de la condición humana del infante.
Nuestro autor comenta: “si el niño se recupera de la agresión, siente una confusión enorme; […] está dividido, es a la vez inocente y culpable, y se ha roto su confianza en el testimonio de sus propios sentidos”. La primera reacción del/la niño/a sería de rechazo si no estuviese inhibida por un intenso temor al sentirse indefenso, siendo su personalidad aún muy débil para protestar pues “la autoridad aplastante de los adultos los dejan mudos”, y cuando dicho temor es máximo les obliga a someterse a la voluntad del agresor, olvidándose totalmente de sí. Desapareciendo el abuso como realidad exterior se vuelve interno, quedando el niño sometido a un estado de trance traumático que le permite al mantener la esperanza de la restitución de la situación de ternura anterior.
Como consecuencia se produce una fractura radical del psiquismo infantil, por lo que el trauma psíquico resulta de esta ruptura que el niño experimenta en su capacidad para confiar en el otro adulto que lo traicionó. Pero es más, “el miedo ante los adultos exaltados […] transforma al niño en psiquiatra”, de modo que el niño termina por adaptarse a esos adultos para convertirse en un “niño sabio” con el fin de prevenir un ambiente que puede fallar y traicionar. Por otro lado, se puede producir un verdadero terrorismo del sufrimiento, en donde “los niños se ven obligados a soportar todo tipo de conflictos familiares y llevan sobre sus débiles espaldas el pesado fardo de los restantes miembros de la familia […] para poder disfrutar nuevamente de la paz desaparecida y de la ternura que se deriva de ella”. Es decir, ese niño abusado se vuelve a ligar con ese adulto para conservar aún un lazo de amor con él, definición que permite dimensionar el estado de terror y sufrimiento constante en que el niño se posiciona sostenido aún en el anhelo de un amor tierno: se ama la esperanza de un porvenir que borre el pasado que no debió suceder.
El abuso sexual infantil es traumático en tanto avasalla la realidad psicológica infantil por la destrucción radical del lazo con el otro, y por ende de la confianza en el mundo adulto como espacio de sostén y acogida nutricia para el desarrollo emocional.
El abuso sexual infantil es traumático en tanto avasalla la realidad psicológica infantil por la destrucción radical del lazo con el otro, y por ende de la confianza en el mundo adulto como espacio de sostén y acogida nutricia para el desarrollo emocional. El impacto del trauma es equivalente a la anulación del sentimiento de sí, de la capacidad de resistir, actuar y pensar en defensa de uno mismo.
La confianza lúcida y la credibilidad por parte de los adultos tienen que ver, entonces, con una afirmación que viene del Otro al niño para sostener su ser y existencia: la sensación de estar vivo es consecuencia de que hubo alguien que pudo afirmar que el horror si ocurrió, pero que se puede sanar también con otros que no van a repetir la traición.
De este modo, no es tanto por un mero interés histórico que es necesario traer a la luz estas ideas, sino más bien en poder actualizarlas constantemente en nuestro ejercicio profesional y humano. Hoy somos muchos los trabajadores de la Red SENAME que día a día nos vemos enfrentados al horror y la traición, sin embargo se hace necesario poder recordar siempre que es sólo nuestra confianza en nombrar lo innombrable lo que permite sanar, ya que “esta confianza es algo que establece el contraste entre el presente y un pasado insoportable y traumático”.
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Beatriz
Habría que explicar ahora, cómo lleva el SENAME a la práctica todos estos estudios… porque es conocido que hoy en día, parten de la desconfianza del relato de un niño, o desconfían del adulto al que el niño transmitió el relato.
Héctor Guzmán
Bonitas palabras sacadas de un libro…… pero ¿dónde están las palabras sacadas de la realidad como trabajador del Sename que denuncia con valentía y como adulto consecuente, veraz y confiable que pretende restituir la confianza en si mismos y en los demás, de esos niños? El inmenso dolor, fría y celosamente encapsulado necesita de hechos y no de especulaciones racionales narcisistas que parecieran pretender cuidar sus puestos de trabajo salvaguardando supuestas conciencias opuesta a los hechos deleznables ocurridos mas que sanarnos a todos partiendo por los niños que tanto lo necesitan.