El concepto de desarrollo ha constituido siempre un debate profundo con elaboraciones magníficas sobre su significado. Estos transitan entre las propuestas políticas, ideológicas y económicas, buscando dar con la receta perfecta. Organismos públicos y privados han elaborado políticas, guías y consejos para alcanzar un ideal deseado que proponer luego a países y regiones del globo. Muchos han logrado con éxito dicha tarea; es el caso del FMI o el Banco Mundial con respecto a América Latina o las propuestas impuestas a los países de África. Es importante tener la certeza de que el desarrollo consiste en un postulado ideológico con una hoja de ruta para lograr un estado económico determinado, y que en la actualidad dicho estado favorece el libre mercado por sobre el bienestar social, la equidad o la justicia.
La palabra “alcanzar”nos permite entender lo que muchos autores llaman el sentido finalista del desarrollo. Una cuestión que puede imaginarse como una línea donde en un extremo se encuentran las sociedades no desarrolladas y en el otro extremo las desarrolladas. Pasar de un extremo al otro supone lo que tantos han discutido hasta convertir esas discusiones en ideologías que han acompañado la historia económica y política.
Debemos reflexionar si realmente el paradigma del desarrollo que predomina hoy es lo que hemos explicado. El sentido finalista que pone a los países, regiones y comunidades en una posición más arriba o más abajo, a un lado o al otro. Esa es la visión del desarrollo que tiene como instrumento de medida los recursos económicos disponibles de una población para su consumo y que hoy, además de alimentos, se han convertido en bonos, acciones, teléfonos, petróleo, etcétera. Pero no tiene porque ser todo lo que hemos dicho, porque se pueden elaborar tantas otras teorías, tantas otras fórmulas que permitan entender el desarrollo con un contenido humano, sostenible, de justicia. Todo ello es posible, ya se ha hecho pero dicha alternativa se encuentra lejos de ser predominante en la sociedad occidental actual.
No es posible planificarlo todo e intentar presentar métodos infalibles. Las y los intelectuales, los políticos, las grandes empresas chocan con la realidad; una realidad compleja que se difumina con los millones de deseos de ciudadanos y ciudadanas que en sus vidas personales tienen muchas necesidades – algunas creadas por el mismo sistema social y económico para su reproducción – y muchas de ellas entran en constante conflicto entre sí. Resolver esos conflictos es tarea de la política y del diseño de instituciones destinadas a resolver dichas cuestiones.
Pensar la idea del desarrollo requiere poner atención a un elemento fundamental: su naturaleza multidimensional. Eso significa que no podemos creer que una sociedad se encuentre más o menos desarrollada sólo a partir de recursos económicos, sean estos el crecimiento o la redistribución de los recursos. Debemos considerar otras dimensiones como la ecológica, la social o la cultural. De aquello se desprenden cuestiones más concretas, como la calidad de las viviendas, el transporte público, el acceso a las producciones culturales, teatros, la música.
Nos han dicho permanentemente que para que todo ocurra basta con que el país gane más dinero. Esta idea es engañosa y la realidad nos demuestra que a pesar de crecer económicamente, nuestros niveles de desigualdad no se reducen, y nuestra calidad de vida (concepto del cual también podemos tener una larga conversación) deja en entredicho muchas cosas.
Debatir sobre el desarrollo, la idea de qué queremos alcanzar, requiere más que sólo algunos puntos a debatir. Debemos comenzar por criticar un modelo económico y social donde quienes verdaderamente mandan son las grandes finanzas globales, que han relegado a la política a intentar moverse en un marco estrecho y que aspira a mejorar sólo en beneficio de más ganancias para unos pocos.
———-
Foto: Lucas!! – Manuel Alarcón / Licencia CC
Comentarios