Me confieso muy satisfecho de la irrupción de R.L. en la política con las ideas planteadas en Chile 2030. Era una voz que muchos anhelábamos escuchar. Por su contenido, desde luego, pero también por iniciar un debate que hacía falta. Debatir será el preludio de organizarnos. Reagruparnos, diseñar un programa y oportunamente, designar a nuestros representantes, tanto a nivel de gobierno como de parlamento.
Tampoco debemos repetir eslóganes al voleo y caer en la tentación de la demagogia. Bastante hemos podido “disfrutar” de ello en el último año. Fijar fechas tentativas para ser un país desarrollado me parece peligrosamente cercano a la demagogia, una repetición de lo prometido para el bicentenario.
¿Es posible dar por completa la tarea del desarrollo? ¿Algún país lo ha logrado? Aquí pasa, a mi juicio, lo que pasa en educación. Una persona inteligente continúa educándose todos los días, aprendiendo cosas nuevas, revisando conceptos y enriqueciendo su propia visión de la vida. Un ciudadano que afirme haber terminado la tarea de su propio desarrollo habla desde el umbral de la muerte que – ella sí – pone término al desarrollo. Con los países ocurre algo similar.
Hay diversas etapas de desarrollo y ningún límite “preciso” que separe el subdesarrollo del desarrollo pleno. Los economistas han puesto un límite teórico en términos de ingreso per cápita, habrá otros medidores de distinta naturaleza, pero “ser un país desarrollado” parece una contradicción en sus términos.
El documento recoge, de alguna manera, esta misma idea, al proponer nuevos medidores, como el de la felicidad. Pero ese concepto está todavía insuficientemente definido y hay mucha tela por cortar. Propongo, pues, ahondar en la idea del desarrollo continuo. Y en ese aspecto, el cambio social parece ser un constituyente esencial en el desarrollo, que lo sitúa no como una meta, sino como un camino. El propio desarrollo será quien proponga nuevas etapas y probablemente, lo que actualmente consideramos un país plenamente desarrollado, no sea desde esa perspectiva más que uno en una etapa de lamentable y primitiva barbarie. Me imagino perfectamente a un joven que el año 2100 tenga 25 años, refiriéndose a “principios de siglo” como una época casi medieval, cuando los hombres estaban convencidos de que el dinero hacía la felicidad y por conseguirlo, eran capaces de sobrepoblar, sobreexplotar, y destruir la base misma del desarrollo humano, su propio medio ambiente. Y que, por añadidura, pensaban en sí mismos como plenamente desarrollados.
Aceptando la dinámica del concepto de desarrollo, deberíamos enfocar nuestros esfuerzos a generar conocimientos para definir lo que necesitamos. Y eso, convengamos, es posible en la medida en que tengamos la educación para hacerlo. Dicho de otra manera, postulo que la educación es el elemento prioritario de ese desarrollo dinámico. Ni toda la plata del mundo lo logrará. Educación es prioridad número uno, antes que la economía, la salud, la vivienda y el trabajo. No será suficiente que nuestros hijos sean “ un poco mejor educados” que nosotros; tienen que ser “radicalmente” mejor educados para emprender ese esfuerzo.
Cuando comparamos la realidad actual con la “revolucionaria” reforma educacional que produjimos en este país, da la impresión de haber querido subir el nivel del lago Llanquihue vertiendo en él un vaso de agua.
La reforma educacional que necesitamos requiere el compromiso total del país. Además, se requiere un presupuesto de acuerdo con la magnitud del proyecto. Mayor que el de defensa, desde luego. No parece peregrina la idea de enviar directamente ese 10% del cobre que se esfuma en misteriosas adquisiciones en medio de un brumoso mar de secretos a la administración transparente y generosa de la educación del futuro.
No será suficiente dedicar dinero a construir escuelas y dotarlas de computadoras. Eso ya está en gran medida, hecho. Una vez terminada la infraestructura, habrá que llenarla de contenido. Hay que importar mano de obra. Traer profesores de primer nivel. Desde América latina, desde Europa. Hay que importar una legión de profesores de inglés que nos vengan a enseñar el idioma más extendido del planeta, sin el cual ya no es posible hablar de desarrollo. Habrá que instalar laboratorios, centros de investigación y bibliotecas, fomentar el desarrollo de las artes.
Habrá que recrear y perfeccionar la vida universitaria que una vez tuvimos. De compromiso, de valores democráticos, de sed de saber, de cambios Y, sobre todo, de responsabilidad. Un lugar donde se invente desarrollo, donde nos observemos y dirijamos nuestro destino, un lugar donde da orgullo pertenecer, una Universidad que sea algo más que un mercado de títulos.
Cuando demos estos pasos empezaremos a ser un país desarrollado, plenamente metido en la tarea de trabajar en su propio y continuo desarrollo.
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Foto: Peace – Freelance / Licencia CC
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