En el año 2018 Chile cumplirá dos siglos de independencia. En este marco, surgen una serie de propuestas para mejorar el país y la vida de los chilenos, tales como: la recuperación de los bosques chilenos, la salida soberana al mar para Bolivia, la creación del Estado Mapuche y el fin del impuesto al libro.
Ceder una salida al mar a Bolivia es un gesto absolutamente mínimo en cuanto al esfuerzo y la pérdida que significa para Chile, y es -sin embargo- un gran bien para nuestro país vecino. Al parecer, la mejor opción es el corredor por la frontera con Perú, atravesado por una serie de túneles que nos permitan mantener una frontera directa con el país del norte. Algunos kilómetros de ancho -imagino- sería suficiente, y brindaría el derecho a construir un puerto comercial boliviano. Nada de impuestos chilenos; y Chile se comprometería a respetar absolutamente tal área de soberanía boliviana.La idea del corredor no es nueva. Ya la pensó Allende, quien inició con Bolivia un proceso de diálogo que se vio interrumpido por el golpe de estado boliviano de 1971, del militar Banzer sobre el gobierno de Torres.
La familia militar chilena, en lugar de sufrir por devolver una pizca de lo ganado, podría pensar en desarrollar una buena amistad con los colegas bolivianos. Arica y toda la región, por su parte, sería pronto invitada a una nueva época de prosperidad dada la cercanía de un puerto de la importancia que tendría el puerto boliviano. Del mismo modo se vería beneficiado el sur peruano, y Perú en general; esto no es menor, pues si el pueblo peruano no está de acuerdo con la medida, nada podría realizarse.
La idea del corredor no es nueva. Ya la pensó Allende, quien inició con Bolivia un proceso de diálogo que se vio interrumpido por el golpe de estado boliviano de 1971, del militar Banzer sobre el gobierno de Torres. Cuatro años después, los dictadores Pinochet y Banzer llegaron a un acuerdo de intercambio de tierras que contemplaba una salida al mar por la frontera peruana, pero Perú finalmente se opuso, y así el llamado “Acuerdo de Charaña” también quedó en el olvido. Esta idea también fue propuesta, más tarde, por el llamado “Acta de Lovaina”, del 2006, fruto de un seminario organizado por una universidad belga, en el que participaron cuatro intelectuales bolivianos, cuatro chilenos y cuatro peruanos. Pero, como siempre, la cosa quedó en nada.
Por otro lado, el hecho de que sea Bolivia y no otro el país beneficiado por este mínimo gesto, tampoco es vano. Bolivia, en estas últimas dos décadas, ha logrado construir un Estado generoso y valiente a través de la consciencia política de su pueblo. Los debates en las plazas no son algo raro desde hace ya un buen tiempo. Bolivia ha iniciado y ha avanzado en un proceso de crecimiento y de justicia social que da muestras de la valentía y la inteligencia de su gente. Por tanto, podemos confiar en que el país vecino hará una buena administración de este bien que podemos facilitarles, y que ellos añoran.
Ceder una franja de unos pocos kilómetros no es, en este caso, un acto de redención histórica. Si quisiéramos hacer una justicia territorial histórica, habría que ceder casi todo a los pueblos aborígenes de este continente, y nosotros -la gran mayoría- los mestizos, desaparecer de la faz de la tierra. Ojalá que, cuanto antes, las fronteras vayan borrándose y que todos seamos capaces de reconocer las estupideces de la historia de las naciones. Ojalá que necesitemos menos las grandes carreteras, y que todos los accesos sean públicos. Ojalá aprendamos a respetar y a disfrutar más de nuestras efímeras vidas. Pero mientras ese cambio entra en proceso, podríamos dar unos pequeños pasos muy concretos, como éste: ceder una salida al mar a Bolivia, sin esperar nada a cambio.
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