Pertenecemos a una generación asombrosa.
Una generación que alcanzó a soñar con cambios profundos… y los vio caer ensangrentados y moribundos a sus pies, pagando un precio alto por la sobrevivencia.
Una que supo del dolor, la división en las familias y la pesadilla de la tortura, pero también recuperar la mística.
Una generación que corrió la carrera épica por recuperar la democracia y que pudo ganarla con canciones y colores, de la mano de los antiguos enemigos y sin más arma que un lápiz grafito…
Aplaudimos la reconciliación entre antiguos contendores y creímos en ella con fe renovada. Recuperamos las urnas y las banderas, las alamedas y hasta los chorros de agua y el derecho a pataleo.
Como si fuera poco, nos hicieron el honor de no darnos cargos, sino pegas. Nos dejaron trabajar para la gente, con la gente y casi gratis, sintiendo que entregábamos de verdad la vida como otros habían hecho sin metáforas.
Y una vez que aprendimos el valor de la democracia, de la amistad cívica, de la reconciliación, del perdón y hasta de la burocracia… nos enseñaron el desapego de perderlo todo, para aprender ahora el valor de elegir realmente a los mejores, de escuchar realmente a los otros, de pagar caros los errores.
Como premio de consuelo, nos dieron boletos de galucha para un Bicentenario en que no será nuestro ni el escenario, ni la coreografía ni la música, pero que tendremos que pagar en cuatro o tal vez ocho años plazo.
Mi generación vivió la revolución en libertad, el sol de septiembre y la nacionalización del cobre; el único gobierno marxista elegido democráticamente, los ministros obreros y la gloria de la cultura popular con la Quimantú, Inti-Illimani y Víctor Jara.
Mi generación sobrevivió un golpe de Estado, la tortura, la delación de los amigos, la cesantía profunda, la censura y la regionalización. Protagonizó el arco iris y bailó lambada. Mi generación aceptó a un hombre llamado Florcita y pudo ponerle a una mujer la banda presidencial.
Ahora tiene la oportunidad de vivir junto a sus hijos el cumpleaños doscientos de la patria, desencantarse como los historiadores nos dicen que lo hicieron nuestros bisabuelos en los primeros cien y enseñarles a sus nietos por qué habrá otro bicentenario en ocho años más. Y quizás, si seguimos teniendo la misma resiliencia que hasta ahora, mi generación aún podrá celebrar el 2018 antes de jubilarse y dejarle la cancha a los verdaderos protagonistas de nuestra próxima historia.
Ojalá ellos tengan aventuras aún mejores. Recuperen la propiedad del agua y el cielo vuelva a ser azulado. El mar tranquilo los bañe y no se encabrite. Y Chile vuelva a ser el asilo contra la opresión de los obreros, de los mineros, de los vendedores de las tiendas del mall y de las mujeres y los homosexuales.
Mi generación está por cerrar el segundo tomo de este libro. Ellos tendrán que grabar el tercer holograma de la saga. Al menos en los best seller, suele ser el mejor…
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