Alguien esperó hasta que las puertas del bus, creo que estoy envejeciendo, cerraran para vivir con énfasis. Sin embargo, el dolor de mi cuello era apenas tolerable. Todo por apostar a la bondad ineludible de ayudar a mi familia nuclear. Además, no hay que profundizar en dicho suceso para captar la importancia de la observación.
Ser adicto a la observación significa vivir más allá de las verdades oficiales de una memoria estandarizada por fetiches ideológicos, en virtud de los tiempos históricos actuales, que describen el patetismo mediático de pensar que ver es vivir.
Más allá de los asientos del bus, a ciencia cierta, los ciudadanos demostraban su sensatez expresiva al aprovechar las bondades domésticas del modelo de bus “semicama”, luego las mujeres comienzan a observar sus cutículas.
Lo interesante de todo esto, a decir verdad, que el bus siguió su propia verdad en off, en cierto sentido, apareció como esperando a que los pasajeros fueran divertimentos sin censuras de por medio. Solo hubo sucesos singulares vinculados a historiales biográficos callejeros. Si hay calle, hay sufrimiento.
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