Ya vimos cómo los influencers han invadido roles que no les corresponden y cómo la fama digital puede comprarse. Ahora vamos más allá: la cultura que promueven no solo es vacía, sino peligrosa. En esta segunda parte, exploramos su impacto en la mente de los jóvenes, el culto a la imagen y la necesidad urgente de recuperar la autenticidad.
5. ¿Por qué le creen a los influencers? La peligrosa fascinación por la visibilidad
Una de las grandes preguntas es por qué, incluso profesionales y personas con formación, deciden creer y seguir a estos personajes sin formación alguna. Existen varios factores que explican este fenómeno, y la mayoría tiene que ver con la dinámica misma de las redes sociales y su poder de manipulación.
Primero, está la credibilidad aparente que otorga el número de seguidores. La psicología humana tiende a asociar la popularidad con la veracidad. Cuantos más seguidores tiene alguien, más fácilmente se le atribuye una cualidad de «experto» o «sabio». Este fenómeno, conocido como sesgo de autoridad, hace que incluso profesionales en campos específicos sean susceptibles a las opiniones de influencers, asumiendo que su popularidad es sinónimo de conocimiento.
En segundo lugar, la emoción frente a la razón juega un papel fundamental. Los influencers saben cómo conectar emocionalmente con su audiencia, lo que les da una ventaja frente a los expertos tradicionales. Al generar contenido basado en experiencias personales o narrativas cercanas, logran crear una relación de empatía con sus seguidores. Esto provoca una dependencia emocional, donde el seguidor no solo consume contenido, sino que se siente parte de una comunidad, lo que refuerza la conexión con el influencer.
6. ¿Y ahora qué? Caminos hacia una cultura digital ética y crítica
Frente a este panorama sombrío, cabe preguntarse: ¿qué podemos hacer? ¿Existe alguna salida posible a esta lógica inflada por los algoritmos, dominada por influencers sin ética ni formación, y sostenida por una audiencia que consume sin filtrar?
La respuesta no es sencilla, pero comienza por un cambio profundo en nuestra relación con las redes sociales y con el contenido que validamos. Para transformar esta realidad, es necesario avanzar en tres planos: educativo, regulatorio y cultural.
La cultura de los influencers no solo es vacía, es peligrosa: afecta la autoestima de los jóvenes, trivializa la verdad y reemplaza el conocimiento con popularidad
Educativo, porque necesitamos una alfabetización digital crítica. Ya no basta con enseñar a usar plataformas: hay que enseñar a cuestionarlas. Comprender cómo funcionan los algoritmos, cómo operan los modelos de influencia, qué intereses comerciales hay detrás, cómo se manipulan las emociones en línea y qué riesgos psicológicos conlleva el uso intensivo de redes es tan urgente como aprender a leer o escribir. Es responsabilidad de los sistemas escolares, pero también de las familias y de los medios de comunicación, formar una ciudadanía digital crítica y consciente.
Regulatorio, porque el poder que han acumulado los influencers —y, sobre todo, las plataformas que los amplifican— no puede quedar exento de toda responsabilidad. Ya hay países que han comenzado a legislar sobre la publicidad encubierta, el uso de imágenes falsas o la promoción irresponsable de productos. Francia, por ejemplo, aprobó en 2023 una ley que obliga a los influencers a declarar si usan filtros o retoques, y a advertir si sus publicaciones son pagadas. Este tipo de medidas deben extenderse globalmente para proteger a los consumidores y evitar los riesgos derivados de la manipulación.
Además, urge regular la compraventa de seguidores, bots y cuentas falsas. Sitios como Social Tradia o Fameswap permiten la venta abierta de perfiles con miles de seguidores. La organización New York Times, en su investigación “The Follower Factory” (2018), documentó cómo empresas como Devumi vendían seguidores falsos a políticos, empresarios y figuras públicas, muchos de ellos influencers. Mientras este negocio no se enfrente con medidas legales concretas, seguirá distorsionando la percepción pública.
Cultural, porque necesitamos revalorizar la figura del profesional. El periodista con formación, el académico con años de estudio, el creador que investiga antes de opinar, el artista que arriesga en lugar de repetir fórmulas. Estos perfiles deben recuperar su lugar en el debate público, hoy copado por amateurs del ruido. La crítica cultural también debe incluir una reflexión sobre la ética, la responsabilidad y el impacto de las plataformas digitales en la sociedad.
En conclusión, la crítica a los influencers se fundamenta en la preocupación por su efecto en la sociedad, en particular en los jóvenes, y en cuestiones como la autenticidad, la publicidad engañosa y el fomento de estereotipos de belleza irrealistas. Se distingue que los influencers tienen un impacto negativo en la salud, el bienestar y la autoestima de sus seguidores, por lo que se ha llamado al análisis sobre la calidad de valores y dinámicas que se legitiman al seguir a este tipo de individuos.
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Daniel
Son lo peor . No soy ningun influencers solo son vagos qué se venden por billetes.