Antes les llamaban líderes de opinión y esto era algo digno de orgullo; hoy les llaman influencers y esto es digno de la más severa crítica. Gente que sobrepasa lo básico, contaminando con su ignorancia masiva a otros que se han ido convirtiendo en más ignorantes gracias a ellos. Vivimos en la era de la cero ética, la mentira y un falso egocentrismo.
En la era digital, el concepto de prestigio y autoridad ha sufrido una transformación radical. Antes, quienes gozaban de prestigio en la sociedad —como periodistas, académicos, médicos o expertos— lo hacían por su conocimiento, experiencia y formación. Sin embargo, con la llegada de las redes sociales, esa autoridad ha sido reemplazada por un nuevo fenómeno: los influencers.
Estas personas, que a menudo carecen de experiencia o formación, se han convertido en nuevas figuras de poder, moldeando opiniones y tendencias, e incluso influyendo en decisiones cruciales en la vida pública y privada.
El mundo digital está dominado por una economía de atención, donde la cantidad de seguidores es el nuevo medidor de legitimidad. El público comienza a valorar más la cantidad de interacciones que la calidad de la información, lo que genera un ciclo vicioso que premia la popularidad por sobre el contenido sustantivo.
En una sociedad moldeada por las redes sociales, los influencers se convierten en agentes claves en la construcción de la realidad. No solo afectan la percepción sobre marcas y productos, sino también temas complejos como política, ética, salud mental y género.
El poder del influencer radica en su capacidad para manipular la narrativa de manera sutil, muchas veces sin que sus seguidores lo adviertan. Apoyados por algoritmos que privilegian lo emocional y lo visual sobre el análisis profundo, contribuyen a la banalización del debate público.
Vivimos en la era de la cero ética, la mentira y un falso egocentrismo
La ética y el profesionalismo son fundamentales cuando se transmite información que puede afectar vidas. Al carecer de formación o responsabilidad ética, muchos influencers caen en prácticas cuestionables, como promover productos sin respaldo científico o fomentar estereotipos y comportamientos nocivos.
Su irresponsabilidad, sumada a la falta de consecuencias, genera un entorno donde la mentira y la desinformación se propagan sin control.
En un sistema donde la influencia se mide por la cantidad de seguidores, muchos influencers recurrieron a la compra de seguidores falsos para aparentar una popularidad que no poseen. Sitios como Social Tradia o Fameswap permiten este tipo de transacciones.
Investigaciones como la del New York Times (2018) revelaron cómo incluso figuras públicas han participado en esta práctica. Al comprar seguidores, no solo engañan a la audiencia, sino también a los algoritmos que definen la visibilidad, distorsionando lo que entendemos por apoyo popular genuino.
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