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Cuando la antipolítica se convierte en poder

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La política contemporánea en América Latina enfrenta una crisis de legitimidad que se ha vuelto estructural. La desafección ciudadana, la caída en la participación electoral y la percepción de que las instituciones públicas sirven más a intereses propios que al bien común han abierto un terreno fértil para discursos antipolíticos. En este escenario, José Antonio Kast y Johannes Kaiser en Chile, así como Javier Milei en Argentina, encarnan una narrativa que, disfrazada de rebeldía o sinceridad brutal, erosiona la confianza en la democracia y prepara el camino para liderazgos más autoritarios.

La antipolítica no surge de la nada. Se alimenta de la desconexión entre ciudadanía y élites, de la frustración frente a promesas incumplidas y de la percepción de corrupción sistémica. Sin embargo, lo que estos líderes hacen no es proponer soluciones estructurales, sino capitalizar el descontento para consolidar su propio poder. Kast, con su historial como eterno candidato presidencial, y Kaiser, diputado de perfil provocador, se presentan como voces de los ciudadanos “comunes” contra una clase política que supuestamente ha fallado. Milei, en Argentina, llevó esta lógica al extremo: un outsider que denuncia la “casta” y desde esa posición accede a la presidencia, ejerciendo luego el poder que decía despreciar.

El núcleo de este fenómeno es el aprovechamiento estratégico de emociones básicas como la indignación y el miedo. La antipolítica no busca la deliberación; construye relatos donde la complejidad se reduce a culpables identificables y soluciones simplistas. Temas como la seguridad, la migración, la economía o la educación son convertidos en escenarios de crisis que justifican medidas extraordinarias. Así, mientras el ciudadano se percibe víctima de un sistema que no funciona, los líderes antipolíticos se erigen como salvadores, legitimando decisiones que concentran poder en el Ejecutivo y debilitan los contrapesos institucionales.

Un rasgo central de este discurso es la contradicción estructural: los antipolíticos critican la política, pero dependen de ella para existir; denuncian el autoritarismo, pero promueven liderazgos fuertes sin controles efectivos; atacan a las instituciones, pero buscan controlarlas. Kast y Kaiser ejemplifican esto en el contexto chileno. Ambos aprovechan la desafección social para promover la idea de que los partidos y el Congreso son meros obstáculos para la acción eficaz, desplazando la conversación política hacia la polarización y la descalificación.

Milei hace lo mismo a nivel argentino, mostrando que la antipolítica funciona tanto para movilizar indignación como para concentrar poder, generando un círculo vicioso: mientras más desacreditan la política, más se perciben indispensables.

Sin embargo, esta estrategia ha comenzado a mostrar fisuras. Recientemente, Milei se ha visto envuelto en un escándalo de corrupción que involucra a su hermana, Karina Milei, secretaria general de la Presidencia. Audios filtrados sugieren su participación en un esquema de coimas relacionadas con la compra de medicamentos para personas con discapacidad. Ante estas acusaciones, el presidente ha optado por descalificar a los periodistas, acusándolos de espionaje y vinculándolos con servicios de inteligencia extranjeros. Además, logró que un juez federal prohibiera la difusión de los audios comprometidos, calificando la filtración como una operación de inteligencia ilegal. Esta respuesta ha sido interpretada como un intento de silenciar a la prensa. Organismos como Reporteros Sin Fronteras calificaron la medida como una de las amenazas más graves a la libertad de prensa en Argentina desde el retorno de la democracia.

El riesgo para la democracia es doble. Primero, la normalización de la idea de que las instituciones no sirven debilita la participación ciudadana. Segundo, se instala un clima de confrontación permanente, donde el adversario político se percibe como enemigo a eliminar. Finalmente, se crea una narrativa de crisis continua: la antipolítica requiere de la perpetuación del miedo y la indignación para justificar medidas excepcionales. La emergencia se convierte en argumento para recortar libertades, concentrar decisiones y legitimar salidas autoritarias.

La antipolítica promete soluciones rápidas, pero socava los pilares de la democracia, concentrando poder y debilitando la ciudadanía

Más allá del efecto inmediato en la política institucional, la antipolítica erosiona la cultura democrática misma. Al presentar la democracia como ineficaz o corrupta, Kast, Kaiser y Milei socavan la idea de ciudadanía activa. En lugar de fortalecer mecanismos de participación y debate, promueven la delegación total en un liderazgo carismático que promete soluciones rápidas. La deliberación se reemplaza por la lógica del caudillo: la política deja de ser un espacio de construcción colectiva y se convierte en un escenario de enfrentamiento permanente.

El impacto social de este tipo de discursos es profundo. Apelan a emociones primarias más que a razonamientos técnicos, generando adhesiones que se consolidan no por la viabilidad de las propuestas, sino por la capacidad de canalizar la rabia ciudadana. La antipolítica funciona como un espejo deformante: amplifica las frustraciones reales, pero las instrumentaliza para reforzar el poder de quienes critican esas mismas estructuras. Se construye así un ciclo donde la crisis política que denuncian se convierte en la herramienta principal para justificar más poder concentrado, menos debate público y una sociedad más pasiva.

Este fenómeno no se limita a Chile o Argentina. Representa una tendencia global donde líderes capitalizan la desafección social, erosionan la institucionalidad y promueven la polarización para consolidar su posición. La diferencia es que, mientras otros buscan renovar la política mediante inclusión y participación, Kast, Kaiser y Milei optan por la confrontación, la descalificación y la centralización de poder, erosionando los cimientos de la democracia liberal.

En última instancia, la antipolítica es un espejismo: promete soluciones rápidas y un cambio radical, pero en la práctica crea un vacío institucional que favorece la concentración del poder. Lo paradójico es que estos líderes se alimentan de la misma crisis que exacerban, consolidando un círculo donde la desafección se traduce en poder y el poder en autoritarismo. Frente a este escenario, la urgencia no está solo en reconocer la estrategia, sino en reconstruir la política como un espacio de diálogo, responsabilidad y participación activa. Solo así será posible romper el ciclo que Kast, Kaiser y Milei buscan perpetuar: un sistema donde la democracia se erosiona mientras la antipolítica se presenta como su única alternativa.

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1 Comentario

Uhduhduhd

Creo que solo entiendes la realidad desde tu burbuja… La política que hoy se hace, es solo política; ya sabes, que la oposición siempre denuncia al gobierno y hace su juego. Para el caso, Kaiser, y no solo él, denuncian a un gobierno corrupto, ineficiente y que le ha hecho mal a Chile de muchas formas, por lo que ellos solo se levantan como una medida de corrección del rumbo, ese rumbo nefasto al que lleva a Chile la izquierda rezurda, mentirosa y desfalcadora del Estado… Llegaron violentando las calles coludidos con narco terroristas incendiarios y se asustan y acusan de anti política y de anti democracia que haya una gran mayoría que siente inclinación a verlos como culpables que deben ser enjuiciados…

Puede que creas que es democrático condecorar terrorista en el templo político de la nación, pero, quienes los condecoraron se hicieron cómplices de ellos…

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