Liturgia para una mujer olvidada y sus 6 poemas
I. Mujer que duerme en la penumbra
Sus ojos, dos luceros de noche callada,
me dejaron mudo, prisionero de su mirada.
Su voz fue el eco que apaga el latido,
un susurro oscuro, un hechizo perdido.
Curvas que son sombras bajo lunas ausentes,
su cuerpo un oasis de secretos latentes.
Adormecido caigo en su piel silente,
un ser de la noche que se vuelve presente.
Ella no habla, respira la eternidad,
la penumbra es su cuna, la noche su verdad.
En su silencio, la muerte es melodía,
la vida se desvanece en su dulce agonía.
II. Mujer que gime en los umbrales del sueño
Sus labios no rozaron los míos.
Fue el tiempo el que se detuvo entre ambos,
como si el mundo supiera que un abismo
nacía entre su aliento y mi espasmo.
Beso de humo, de sangre y de vino,
de un cáliz oculto entre ruinas dormidas,
fue cruz y consuelo, relámpago y filo,
una herida que aún canta entre mis costillas.
El temblor no vino de fuera,
vino de mí, al saber que la muerte espera
en la dulzura callada de su boca,
como flor que envenena, pero toca.
Yo no besé: fui besado por la noche,
por un conjuro sellado sin reproche.
Desde entonces hablo en lenguas rotas
y sólo callo cuando su sombra flota.
III. Mujer que arde bajo las ruinas del silencio
Nos desnudamos sin manos, sin prisa,
como dos fuegos que se reconocen en la brisa.
No hubo palabra: solo el gemido
de la sombra al saberse vencido.
Su piel era ceniza tibia,
una sábana tejida con antiguas costillas.
Yo entré en su abismo como niebla caída,
como un dios menor buscando su herida.
Sus muslos eran grutas selladas
por siglos de polvo y plegarias calladas.
En ella danzaban los fantasmas del deseo,
y yo era un huésped, sin fe, sin credo.
No fue amor, fue rito antiguo,
un pacto entre lo humano y lo ambiguo.
Y al final, dormí con ojos abiertos,
como un muerto que se sueña entre los muertos.
IV. Mujer que parte sin cerrar las puertas
Un poema en seis actos para recordar a esa mujer que fue sombra, rito, perfume y condena
Se fue sin irse.
Quedó su aroma en los muros del sueño,
su sombra atada a la pierna de mi cama,
su voz flotando en el humo de cada leño.
No hubo adiós, sólo un suspiro torcido,
como el que da el viento al pasar por una tumba.
Yo la vi irse en mil fragmentos:
la curva de un hombro, su anillo, su espuma.
Todo lo que fue, empezó a doler distinto:
la taza vacía, el espejo sin brillo,
el rincón donde reía la penumbra
cuando ella se vestía del sigilo.
Y entendí, sin palabras ni ruegos,
que hay ausencias más fieles que los fuegos,
que no se van: se siembran y crecen
como raíces negras en la carne que envejece.
V. Mujer que devora desde adentro
Te odié cuando recordé tu perfume,
como quien odia la flor que le causó fiebre.
Te odié por quedarte en mi sangre
como un veneno lento, inasible y breve.
Odié tus silencios, tus medias verdades,
tu modo de huir sin moverte,
la forma en que tu nombre dolía
al rozar mis labios, al volverse muerte.
Rompí espejos, quemé cartas,
pero seguías en mi aliento, como escarcha.
Cada noche te maldecía sin fe,
y al alba, rezaba por verte otra vez.
El odio fue amor disfrazado,
una máscara triste, un animal encerrado.
Y cuanto más lo alimenté en mi pecho,
más te amé, más sangré, más me deshecho.
VI. Mujer que ya no responde a mis sombras
Fui yo.
No el destino, ni el tiempo, ni el miedo.
Fui yo quien dejó caer el templo,
quien rompió la copa antes del credo.
Ella era un conjuro antiguo,
una verdad envuelta en delirio.
Y yo, un profanador de lo sagrado,
ciego, impaciente, desalmado.
Le mentí con actos, le herí con omisiones,
la convertí en ruina, en canción sin canciones.
Y cuando al fin supe su valor,
ya sólo quedaba polvo y rencor.
Ahora me habita como un castigo suave,
como un verso que no se escribe y arde.
Ya no vuelve, no toca, no llama:
su nombre es el eco que en mí se derrama.
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Angela
Excelente!