En la alcoba de mármol la luna se parte,
y un suspiro de escarcha me corta la sien.
La Dama de hueso —con dedos de arte—
acaricia mi pecho,
se duerme en mi piel.
Sus besos no duelen, mas roban la sangre,
sus labios son cera, su aliento es licor.
Me arrulla en un canto que hiela la carne,
y en su regazo muero… sin rencor.
Oh dulce es la muerte si viene vestida
de blanco y de luto, de amor sin perdón.
Pues la vida es más fúnebre, más distraída,
que su gélida y tierna conversación.
Yo vi la tierra abrir su vientre marchito
y un hombre sin nombre surgió del abismo.
Tenía en los ojos un mundo maldito,
y en cada latido… un exorcismo.
La carne se pegaba a su osamenta,
como flor de sombra sobre ataúd.
Y su voz era un canto que atormenta,
un grito sagrado… a medias virtud.
Resucitó, sí. Pero no era humano,
era algo que vuelve sin ser invocado.
Una venganza vestida de hermano,
un santo caído… mal resucitado.
En un trono de sangre y ceniza,
Dios se sienta a llorar lo creado.
Sus manos —de fuego y de prisa—
han roto al mundo… y al pecado.
No canta ya coros, no dicta mandatos,
se esconde del hombre, temblando de miedo.
¿Quién puede cargar con tantos retratos
de mártires, vírgenes y este enredo?
Oh Dios de los siglos, oh Dios que respira
en templos vacíos, en vino agrio y pan…
Tu rostro ha mutado, tu voz se retira,
y sólo nos queda… la herida y el plan.
Hay un río que canta en lengua de fuego,
y lo cruzan los locos y los profetas.
Sus aguas no mojan… te lamen el ego,
y en cada remanso hay mil estafetas.
Allí se pasean los ángeles rotos,
las vírgenes putas, los santos de trapo.
Allí la justicia la dictan los votos
de almas que ríen desde el lodo y el sapo.
El Infierno no está bajo la tierra,
ni en un libro ni en pesadillas de incienso.
El Infierno te sigue, te abraza, te encierra…
y sonríe al oído… inmenso.
Yo decidí morir. Y al morir, supe que no había nada. Ni juicio. Ni castigo. Ni consuelo. Solo… la Nada. La absoluta, indigerible, eterna Nada. Y eso, eso es peor que el infierno
He visto la ira vestida de gloria,
galopando en caballos de sombra y metal.
No es grito ni espasmo, es pura memoria
de un dios que sangra, herido y brutal.
No es humana la ira que viene del pecho,
es un relámpago que busca razón.
Y en su furia arranca lo débil, lo estrecho,
arrastra al mendigo, al rey y al ladrón.
¡Oh bendita rabia que limpia la mente!
Que barre los rezos, los pactos,
el miedo.
En tu fuego incierto arde lo decente…
y queda el alma… en hueso y en credo.
Llueve.
Llueve como si el cielo llorara
por algo que jamás tuvo alma.
Sobre tejados ennegrecidos,
cruje la madera vencida por siglos
de llantos y gritos olvidados.
Una parvada de cuervos calla.
Ni graznan ya.
Solo observan con ojos vacíos,
tan muertos como yo.
La noche no termina.
Es un bucle eterno de sombras,
una víscera abierta en el firmamento
donde nunca amanece.
El mundo es un pozo,
y yo, una piedra que cae
sin fondo, sin ruido, sin final.
No hay ángeles caídos,
no hay demonios siquiera.
Solo el frío.
Solo el eco de un «no»
que se repite dentro del cráneo,
como un tambor fúnebre sin manos que lo toquen.
Las criaturas del abismo me miran.
No se mueven.
No atacan.
Saben que no hay necesidad:
yo ya estoy vacío.
No hay alma que tomar,
no hay esperanza que desgarrar.
Aquí,
todo terminó antes de comenzar.
Aquí,
el silencio es un dios cruel
que ríe sin boca
y nos borra lentamente.
Yo decidí morir.
Y al morir,
supe que no había nada.
Ni juicio.
Ni castigo.
Ni consuelo.
Solo… la Nada.
La absoluta, indigerible, eterna Nada.
Y eso,
eso es peor que el infierno.
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Me parece muy interesante los temas expuestos por este periodista
Luis Arvey
Muy hermoso