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Relaciones digitales: amores reales en un mundo de espejismos

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En la era de la hiperconectividad, no todas las relaciones digitales son estafas. Existen vínculos más sutiles y dolorosos: conexiones que se construyen entre personas reales, con nombres verdaderos y emociones sinceras, pero que nunca llegan a concretarse en lo presencial. No hay suplantación de identidad ni fraude económico; solo dos personas que, desde la soledad digital, crean una cercanía que no trasciende la pantalla.

Este fenómeno ya no corresponde únicamente a personas aisladas o mayores. Afecta cada vez más a jóvenes entre 18 y 28 años, nativos digitales que expresan afecto con emojis, historias efímeras y videoclips, pero que sienten pánico o incomodidad ante la intimidad cara a cara, sin filtros ni control.

Un estudio reciente de King’s College London encontró que no solo importa el tiempo que se pasa en línea, sino el tipo de uso que se hace: las plataformas orientadas al consumo pasivo (como YouTube o Reddit) están asociadas con una mayor soledad, mientras que apps más conversacionales como WhatsApp pueden estar relacionadas con menos aislamiento. Además, otro reporte de la misma institución reveló que la soledad en la adolescencia puede generar consecuencias duraderas, incluyendo depresión, ansiedad, menor rendimiento académico e incluso dificultades laborales en la adultez.

El inicio suele ser sutil: un comentario en una historia, luego mensajes constantes, cariñosos. Pero pueden pasar semanas o meses sin una videollamada, sin una foto actualizada, sin una cita concreta. Todo permanece en un limbo afectivo: un amor sin cuerpo, sin presencia real.

En estas dinámicas, una de las personas suele entregarse más, proyectar más; mientras que la otra se mantiene en una zona segura: sin exponerse del todo, pero tampoco retirarse. Lo que parece intimidad es, en realidad, un espejismo sostenido por la rutina y por el temor a mostrarse vulnerable.

No se trata solo de inseguridad estética. Muchas personas usan su perfil verdadero y fotos antiguas, pero evitan mostrarse en tiempo real—no comparten imágenes recientes, no responden llamadas espontáneas ni graban audios. Esto revela una necesidad de mantener el control emocional, de proteger una versión ideal—que a la larga impide cualquier posibilidad real de encuentro.

Un estudio de UT Southwestern sobre jóvenes en tratamiento por depresión o ideación suicida encontró que el 40 % reportó un uso problemático de redes sociales: malestar al no usarlas, dependencia emocional, síntomas más intensos de ansiedad y pensamientos suicidas.

Otras investigaciones, como una revisión sistemática en Behavioral Sciences (2023), han mostrado vínculos entre el uso de redes y síntomas depresivos, ansiedad, baja autoestima, ansiedad por la apariencia física y mala calidad de sueño.

En la era de los vínculos digitales, el problema no es la tecnología, sino cuando usamos la virtualidad para evitar el mundo tangible

También una investigación publicada en Current Psychology (marzo 2025) analizó más de 14,000 adolescentes (12‑16 años) y concluyó que no es la cantidad de tiempo online lo que más importa, sino el contenido y los patrones de uso: interacción antes de dormir, exposición a contenido autolesivo o arrepentimiento tras publicar, todo eso está asociado con mayores niveles de ansiedad, depresión o soledad.

En este escenario, el perfil auténtico y la conexión emocional no garantizan una relación sólida si el vínculo permanece en el limbo del chat. La tecnología no es el problema: el problema ocurre cuando usamos la virtualidad para evitar el mundo tangible.

Las redes sociales fomentan la creación de un avatar emocional—una versión filtrada, controlada, idealizada de uno mismo—que suele chocar con el encuentro espontáneo. Y cuando llega ese momento, muchos no saben cómo presentarse sin máscaras. Es una forma de antisocialidad moderna: no se trata de rechazo social, sino de rechazo a la propia vulnerabilidad.

En contraste, hace más de dos décadas, plataformas como Ciber Cupido surgieron con la intención de construir relaciones honestas, dialógicas y reales. Hoy, sin embargo, abundan vínculos que no buscan compromiso ni exposición—sólo afecto desde la distancia.

Al final, la mejor realidad es la que se vive, no la que se filtra. Una relación que no resiste un apagón del Wi‑Fi o la petición de una foto espontánea no es necesariamente una mentira, pero es una forma de huida afectiva. Quizás no hay mala intención, pero sí hay miedo y metáforas emocionales que no se atreven a tomar cuerpo.

El amor, verdadero y duradero, requiere arriesgarse al mundo tangible con todas sus imperfecciones. Porque solo esa presencia, aunque incómoda, convierte las palabras vacías en carne.

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