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El negocio de lo sagrado

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Desde que un hombre levantó una piedra pintada o una piedra quebrada, o miró un rayo caer, o tomó la cabeza de un animal muerto y afirmó que eso le hablaba, comenzó la carrera por manipular a otros a través del misterio. No por maldad al inicio, quizá por miedo o necesidad de sentido. Pero con el tiempo, ese gesto ancestral se convirtió en el arma más poderosa de control: la religión organizada.

En el Antiguo Egipto, los faraones eran considerados dioses vivientes. En su nombre se esclavizaba, se construían templos, se dictaban guerras, y cualquier intento de cuestionamiento era una blasfemia. Lo religioso no liberaba: legitimaba la opresión.

En Europa, siglos más tarde, la Inquisición convirtió la fe en un aparato de terror. Se quemaron libros, mujeres, sabios. Se persiguió todo pensamiento que escapara de la ortodoxia. Las hogueras no eran castigo, eran advertencia. La fe ya no era elección: era condena. No se trataba de buscar la verdad, sino de eliminarla.

Hoy, el delirio no ha desaparecido. El islamismo radical representa el nuevo rostro del fanatismo religioso: pretende imponer por la fuerza una versión retorcida del Islam, en una cruzada moderna que recuerda a las peores épocas del cristianismo medieval. Es la misma fórmula con otro nombre: supremacismo religioso. Esa peligrosa convicción de que un solo grupo posee la verdad absoluta y que todos los demás deben someterse o desaparecer.

Frente a eso, hay otra vía. La espiritualidad es una experiencia personal, silenciosa, sin jerarquías ni mediadores. Puede estar en el cristianismo, el budismo, el islam, o incluso en el pensamiento no religioso, si se vive desde la compasión y la libertad. La espiritualidad auténtica no convierte al otro en enemigo, ni necesita oro, poder ni castillos para manifestarse. Se construye desde dentro.

Sin embargo, la religión institucionalizada no desaparece. Se adapta. En los siglos XX y XXI se convirtió, sin vergüenza alguna, en un negocio. Iglesias que venden “milagros”, templos que cobran cuotas, pastores multimillonarios con aviones privados. El Vaticano, que predica humildad, tiene banco propio, propiedades en múltiples países y participa en el mercado financiero internacional.

Y lo más escandaloso: no pagan impuestos. Ni en Chile, ni en Estados Unidos, ni en muchos otros países. Bajo el argumento de que promueven la caridad, la educación o la fe, las iglesias gozan de exenciones fiscales mientras acumulan bienes, manipulan decisiones políticas y administran fortunas. ¿Por qué se permite esto en democracias donde se supone que todos los actores con poder deben rendir cuentas?

El mayor triunfo de las religiones no ha sido convencer a la humanidad de que existe un dios, sino convencerla de que necesita intermediarios para hablar con él

En Alemania, los ciudadanos que pertenecen a una iglesia pagan un impuesto eclesiástico. En Francia, desde 1905, el Estado no reconoce ni financia ninguna religión. Pero en gran parte de América Latina, y en países como EE.UU., las iglesias gozan de privilegios tributarios y jurídicos que no tienen ni siquiera muchas ONG o empresas formales. Es una paradoja: organizaciones con poder económico comparable al de un Estado no están sometidas a sus reglas.

Y quizá la pregunta más incómoda de todas es esta: ¿por qué las personas siguen eligiendo ser dominadas por lo religioso institucional? Porque es cómodo. Porque al obedecer, evitan pensar. Porque da seguridad creer que todo está escrito, incluso si lo que está escrito justifica la violencia, la desigualdad o el sometimiento. El mayor triunfo de las religiones no ha sido convencer a la humanidad de que existe un dios, sino convencerla de que necesita intermediarios para hablar con él.

La fe no debería ser una renuncia al pensamiento. Pero eso es lo que muchas religiones han conseguido: anular la duda, criminalizar la pregunta, infantilizar la conciencia. Mientras se mantenga ese esquema, habrá guerras por dioses, hambre en nombre de dioses, y riquezas que fluyen hacia quienes dicen representar a los dioses.

No se trata de ser provocador: se trata de ser honesto. Y de asumir que no todos quieren ser despertados. Hay quienes prefieren la jaula dorada de la certeza a la intemperie del pensamiento. Pero no por eso hay que callar. Pensar sigue siendo un acto de libertad —y, en estos tiempos, también de resistencia.

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2 Comentarios

elohim soto

Terrible lo nefasto y negativo en lo que se convierten las religiones. d
Hoy un supuesto «pueblo elegido por dios» (su dios obviamente) Está matando de hambre a mujeres niños, niñas y ancianos hombres y mujeres en la franja de Gaza.
Recuerdos las imágenes de los campos de concentración de Auschwitz, y los esqueletos vivientes de los sobrevivientes, y los esqueletos de los miles de muertos de hambre a manos de los nazi, otra autoconvocada «raza superior» ( de asesinos sicópatas)
Que te pasó Netanyahu? Te convertiste en lo peor que recuerda la historia moderna.

Abraham

Estos zurdos pro-islamistas terroristas son un chiste. Comentan sobre pueblo elegido y en Israel esta lleno de ateos y gente mas progresistas que estos comunistas de la araba Jara. No hay ningun genociodio entre esos fanáticos musulmanes y deberias leer más sobre historia y sobre ser un antisemita. Hambruna? y en los videos de los medios bien gordos los terroristas de Hamas y sus aliados en los civiles. La propaganda musulmana radical cala facil entra la izquierda antisemita