En el mundo del trabajo contemporáneo, el acoso laboral se manifiesta en múltiples formas, muchas veces disfrazado de eficiencia, renovación o simplemente bajo el manto de una falsa meritocracia. Este fenómeno no solo se limita al trato entre empleados dentro de una empresa, sino que también se extiende hacia proveedores externos, víctimas de una dinámica tóxica en la que se busca prescindir de ellos mediante estrategias de desgaste y desprestigio. Esta práctica, menos visible pero igual de dañina, se ha vuelto frecuente, especialmente cuando los intereses de poder o corrupción están involucrados.
Una forma cada vez más común de acoso es la que sufren los proveedores externos. Aunque muchas veces invisibilizados, estos trabajadores también son blanco de prácticas abusivas, especialmente cuando nuevas figuras dentro de la empresa —gerentes o mandos medios— buscan reemplazarlos con personas de su confianza, usualmente amigos o empresas que ofrecen algún tipo de retribución, directa o indirectamente. En estos casos, el proveedor es atacado en su reputación profesional: se cuestiona su trabajo, se le ignora deliberadamente, se lo presiona con exigencias desmedidas o se le excluye de decisiones clave. Todo esto con el objetivo de generar un ambiente hostil que lo lleve a renunciar por su cuenta, facilitando así la contratación de un nuevo proveedor aliado al poder interno.
Un ejemplo anónimo y representativo es el de un proveedor de servicios de publicidad con más de veinte años de experiencia. Comenzó a ser cuestionado por un nuevo responsable de comunicaciones que, en menos de dos meses, inició una campaña sistemática para desacreditar su trabajo: lo acusaba de ineficiencia, omitía sus reportes y comunicaba cualquier inconveniente menor directamente a la gerencia. Esta persona no pertenecía a la dirección ejecutiva, pero sí ejercía presión continua, con el objetivo evidente de remover al proveedor y facilitar la entrada de otro más cercano a su círculo. El proveedor, al ser externo, no podía defenderse en igualdad de condiciones ni recurrir a instancias internas. Una situación límite, pero frecuente, que muchos callan para no perder clientes ni ser vistos como «conflictivos».
El miedo a denunciar este tipo de acoso es real. Muchos proveedores prefieren callar, pues salir a exponer estas prácticas públicamente puede significar el cierre de futuras oportunidades laborales. En un mercado donde la imagen lo es todo, ser señalado como alguien que «expone a sus clientes» puede resultar más dañino que tolerar la injusticia. Esta paradoja protege al acosador y perpetúa una cultura de abuso que favorece los círculos de poder dentro de las organizaciones.
Por otro lado, el acoso también tiene una dimensión generacional. La discriminación por edad, conocida como edadismo, se disfraza de modernización. Es común escuchar frases como: «Usted ya está para jubilarse» o «hay que dar paso a las nuevas generaciones». Estas sentencias, lejos de ser inocuas, revelan una estructura de pensamiento que desprecia la experiencia y supone que los mayores no pueden adaptarse a nuevas tecnologías o metodologías. Esta actitud proviene en muchos casos de personas pertenecientes a la generación Millennial (nacidos entre 1981 y 1996) y la generación Z (nacidos entre 1997 y 2012), quienes, con apenas unos años de experiencia laboral, creen tener el derecho de «formatear» a sus colegas mayores, bajo la premisa de que no saben lo que hacen.
La experiencia no es un obstáculo; es una herramienta invaluable. Y el proveedor no es un recurso descartable; es parte fundamental del ecosistema empresarial
Son numerosas las personas mayores de 50 años que son excluidas de procesos de selección, despedidas bajo excusas poco claras o relegadas dentro de sus equipos, a pesar de tener décadas de experiencia acumulada. Muchas veces, este desprecio hacia el conocimiento y la trayectoria proviene del temor que los jóvenes tienen de ser opacados por personas más preparadas, o de una necesidad por imponer una visión personal del trabajo que no admite disenso.
Lo más preocupante es que tanto en el acoso a proveedores como en la discriminación por edad, subyace una lógica de poder y conveniencia. No se trata simplemente de mal carácter o choques generacionales, sino de una estructura que favorece a quienes tienen conexiones, acceso a espacios de decisión o incentivos ocultos. Ya sea por comisiones, por amistad o por conveniencia política interna, la lógica es clara: eliminar al que estorba, al que no se adapta a la narrativa dominante, aunque su trabajo sea impecable.
Es urgente que las empresas reconozcan estas formas de acoso y establezcan protocolos también para los proveedores externos, así como políticas reales de inclusión etaria. La experiencia no es un obstáculo; es una herramienta invaluable. Y el proveedor no es un recurso descartable; es parte fundamental del ecosistema empresarial. Ignorar esta realidad es perpetuar un sistema de abuso silencioso que solo beneficia a los que juegan con ventaja.
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