Cada temporada estival, la región enfrenta una misma amenaza: los incendios forestales. No son un fenómeno reciente, pero cada vez son más devastadores, favorecidos por la escasez de precipitaciones, las olas de calor y la expansión de la urbanización hacia áreas de interfaz con vegetación altamente inflamable. La región ha evolucionado rápidamente de incendios forestales de 1ª Generación, que se producían en campos abandonados y con baja intensidad, a incendios de 6ª Generación, caracterizados por tormentas de fuego que alteran la atmósfera y generan vientos que dificultan la previsión del comportamiento del fuego.
La lección debería estar sobradamente asimilada: los incendios se previenen antes de que se inicien. No obstante, la realidad revela que continuamos destinando más recursos a la respuesta que a la prevención. Los organismos especializados y los voluntarios que acuden a combatir el fuego realizan una labor heroica, pero enfrentan un problema que podría haberse evitado con una mayor conciencia y compromiso en todos los niveles.
La prevención no es únicamente responsabilidad de las instituciones. Cada vecino que decide encender una fogata, realizar una quema sin medidas adecuadas o abandonar desechos combustibles en áreas rurales contribuye al riesgo. La cultura de la autoprotección continúa siendo una asignatura pendiente. La falta de educación ambiental, la escasa supervisión y la insuficiente planificación urbana son factores que, en la actualidad, influyen tanto como el clima en la generación de incendios.
La implementación de cortafuegos, la limpieza de franjas de seguridad, la inclusión de especies menos inflamables en la reforestación, la educación comunitaria y el uso de tecnologías de detección temprana son medidas efectivas. Lo que se requiere es voluntad política, inversión continua y autoridades comprometidas de verdad junto a una ciudadanía activa.
El desafío no admite demoras. Los incendios forestales no solo devastan bosques: alteran el equilibrio hídrico, empobrecen los suelos, incrementan la contaminación atmosférica y afectan con mayor severidad a quienes tienen menos recursos para enfrentar la emergencia. Cada hectárea perdida es un golpe al patrimonio ambiental de todos.
Prevenir es más económico, más eficiente y más humano que combatir. Pero para que esta premisa se materialice, debemos transitar del discurso a la acción. Las próximas temporadas dependerán de lo que hagamos hoy. Y la pregunta no es quién debe actuar, sino si estamos dispuestos, como sociedad, a hacerlo en conjunto.
Prevenir es más económico, más eficiente y más humano que combatir. Pero para que esta premisa se materialice, debemos transitar del discurso a la acción
Cristian Pareja Diaz
Investigador de Incendios y Explosiones
Diplomado en Control de Riesgos de Desastres
Oficina de Emergencia Mun. Chiguayante
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