El presidente Piñera firmando el AVP. El ministro Bulnes anunciando una reforma constitucional que reconoce la educación de calidad como un derecho, sumado a desmunicipalización y aumento del apoyo estatal para la misma. “Los Hermógenes”, Libertad y Desarrollo, Büchi y otros, desafectados del gobierno. ¿Era esperable? ¿Es sólo un actuar desesperado producto de la presión social? Si bien esto último algo explica las decisiones de su gobierno, no es la única causa; hay un historia.
Piñera hizo su carrera política, y así fue electo, por desmarcarse de varias tradiciones de la derecha: no representar a la que bajo el argumento de la “objetividad histórica” busca alguna justificación a las violaciones de los D.D.H.H.; no ser el candidato de los grupos económicos, una propuesta más inclusiva en temas no asumidos, como medioambiente y minorías sexuales. Sumado a un pasado no-pinochetista.
Por eso, de la aplicación de su mismo proyecto se seguía, necesariamente, una transformación del sector representado por él.
Cuando un sector político posee atavismos que impiden su consonancia con las necesidades de la sociedad, sin duda, el removerlos es un aporte en sí mismo de quien encabeza ese proceso. Es el caso de Felipe González y Tony Blair, en la izquierda. De Manuel Aznar y Frederick Reinfeldt, en la derecha. Cualquier análisis histórico de la figura de Ricardo Lagos deberá reconocer lo mismo: marca un antes y un después en la izquierda nacional.
¿Hay en Chile una extrema-derecha? Claro, en Chile ocurre una situación anómala respecto a otras naciones: la extrema derecha existe pero inserta en los mismos partidos de la centro derecha. Es como si el Frente Nacional de Le Pen o el Vlaams Belang de Bélgica, no existieran como asociaciones y fueran parte integral de los partidos de derecha democrática de esos países. No sólo no es así; no hay políticas de alianza entre ellos. En Suecia, Alemania, Bélgica (por citar algunos casos) la derecha institucional prefiere entenderse con los Verdes antes de hacerlo con la extrema derecha. Esa es la política general de la derecha civilizada.
Nuestra realidad es distinta. La extrema derecha es parte del mainstream general del sector. Es un factor que no se puede obviar y que, el mismo Presidente, en más de un minuto de su vida política, ha debido no experimentar, sino sufrir. El surgimiento de un posible "Chilean Tea Party" donde las distintas sensibilidades de la extrema derecha se puedan expresar, es una buena noticia. Ayudará a separar, distinguir y así poder perfilar de modo más nítido una nueva derecha con un programa centrista y de democracia profunda.
Ésta nueva-derecha está más presente en sectores del gobierno que en las directivas de los partidos que lo apoyan. Básicamente la constituye el sector RN más cercano al Presidente. Piñera y su gobierno, no deben temer el marcar diferencia con la otra derecha: las actuales directivas de los partidos de la Alianza muestran rasgos de pérdida del sentido de la realidad y disociación de ella. Son un modelo de falta de liderazgo.
El gobierno debe reforzar un centrismo reformista, partidario de un libre mercado con acento social, que entiende el Estado como garante de derechos, contribuyendo al desarrollo general de la sociedad, generando las condiciones para la diversidad de visiones y opciones de vida.
Abrazar a esa derecha de la cual siempre buscó hacer notar que él no pertenecía, lo condenaría al fracaso, no sólo a él sino que a la Alianza en general.
Por eso, ya es hora que como en el AVP, el gobierno actúe sin complejos y generando un carácter: tomar la iniciativa en la reforma educacional, explicar hacia su sector la necesidad de su mejora tanto por razones de materialización de derechos políticos como de aumento del valor de nuestra propia sociedad en lo económico y cultural. Establecer un límite de lo que aceptará y promoverá. Trazar una agenda de acción en el tema. Liderar, cara al mundo empresarial, el cambio de actitud que se necesita desde el sector privado hacia otros actores de la sociedad civil. Impulsar el cambio constitucional que sea necesario y el del sistema electoral.
Piñera, si desea que su palabra gane respetabilidad nuevamente, necesita pasar de los discursos generales, los adjetivos repetitivos, la retórica grandilocuente, los “chilenas y chilenos”, a un discurso con contenido. Asumir que siempre ha sido minoría: frente a la Concertación y de cara a la extrema-derecha atomizada que se niega al cambio. El Presidente necesita actuar, con su agenda, como ya lo hizo en el Acuerdo de Vida en Pareja. Las últimas intervenciones del ministro Bulnes van en ese sentido. Piñera debe recobrar la ambición y el rumbo. De lo contrario fracasará, y no será más que un mal recuerdo para esa extrema-derecha que siempre lo detestó. Al revés, si marca una dirección, habrá dado un paso esencial en la modernización de la derecha. Habrá un antes y un después de él.
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Foto: Presidencia.cl
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