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La pura cara

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De las tantas crisis que empiezan a asomar la nariz en Chile, una de las más sintomáticas, aunque también de las menos atendidas, es la crisis de las instituciones republicanas. No es una crisis nueva. De hecho, algunas de sus causas y manifestaciones, como unos check and balances anecdóticos y ornamentales por causa de un presidencialismo desproporcionado hasta el nivel del desquicio, se arrastran desde los primeros ensayos de organización del Estado nacional. Otros, no precisamente los menos, tienen su origen directo en esa larga y oscura noche de 17 años que aniquiló cualquier vestigio de república para crear e imponer, genocidio mediante, el ordenamiento poco o nada republicano que hoy nos rige.

Pero el gran pisoteo gran a las pocas instituciones propiamente republicanas que aún subsisten alcanzó su climax en los últimos años. Desde marzo del 2010, por ejemplo, La Moneda, el locus de la institución republicana de la presidencia, se ha convertido en un teatro de variedades atendido por funcionarios/as que visten, a modo de uniforme, un corset de polar rojo. Aunque, en honor a la verdad, la chacota con esta institución republicana tiene más larga data. Tuvo uno de sus episodios más grotescos cuando la máxima representante de la república se sentó a la mesa de una transnacional canadiense de la minería para celebrar con una cena la aniquilación inconsulta de unos glaciares milenarios, un patrimonio natural de toda la república. Y pasó de lo grotesco a lo vergonzoso con el sometimiento de las normas urbanas y ambientales de la comuna de Puchuncaví no a un proceso de sanción republicano, sino a los arbitrios de un poder extranjero.

Sin embargo, nada de lo que se haya hecho con la institución republicana de la presidencia, que ya es mucho, llega a los talones de lo que se ha hecho con el congreso nacional, que ha sido degradado a niveles tan inimaginables de infamia que no merece siquiera mayúsculas en su nombre.

Hoy el congreso nacional se encuentra secuestrado por prácticas (y autores/as de esas prácticas) que han convertido la aberración en normalidad. Funciona no como un cuerpo de representantes, sino como una cofradía de funcionarios/as que, gracias a un sistema electoral no competitivo, son designados/as por minoritarias burocracias partidarias en lugar de ser elegidos/as por la ciudadanía. Además, el monopolio de las minoritarias burocracias partidarias en la designación de parlamentarios/as ha permitido que, en distintos periodos, las familias Frei, Latorre-Rincón, Piñera-Chadwick-Viera Gallo, Wálker y Girardi usaran su control de dichas burocracias para copar y enquistarse en pequeñas parcelas de ambas cámaras. Por ello, en lugar de operar como “el” foro republicano por excelencia, el congreso nacional de Chile funciona más como un cónclave de familias. Y no es necesario leer a Mario Puzo para saber qué significa o cómo se le llama a un cónclave de familias.

Y la cosa no para ahí. La degradación del congreso nacional llega a tal nivel que para presidir el Senado parece requisito no sólo usar a empresas falsas para malversar fondos públicos en campañas electorales o intentar el chanchullo de enviar 24.000 cartas personales con cargo al presupuesto de la cámara de diputados; parece indispensable también violar las leyes de tránsito y abusar de la investidura senatorial para mandar a castigar al funcionario policial que, en cumplimiento de su obligación, cursa la multa por el hecho. Y como los/as diputados/as aspiran a senadores/as, los requisitos para presidir la Cámara Baja no se quedan atrás. Hoy, por ejemplo, parece requisito la infamia de haber sido funcionario (¡¡¡alcalde designado!!!) de una dictadura genocida… De esos niveles de degradación estamos hablando. Se convierte en presidente de una cámara no el/la que tenga el CV político más destacado, sino el prontuario más voluminoso. Quizás por eso la competencia por ser el/la más infame no se limita sólo a dejar botadas las sesiones plenas para grabar comerciales de canales deportivos, sino que ha llegado al extremo de la agresión física a mujeres embarazadas. Y si eso no llegara a ser suficiente, siempre queda el infame resquicio de regalar un iPad 2 a todos/as los/as parlamentarios/as con cargo al presupuesto de la nación.

Y bueno, ese congreso nacional degradado hasta niveles inimaginables de infamia ahora quiere tomarse la atribución, que el pueblo, el soberano y titular del poder, no le ha entregado, de redactar una nueva Constitución. Anunció hace algunos días la propuesta de crear una comisión bicameral de 10 senadores y 10 diputados con la misión de formular una carta magna que sustituya a la de Pinochet-Lagos que, según dicen, “ha quedado obsoleta”. Así como suena. No les interesa superar una Constitución impuesta mediante terrorismo de Estado y que, durante 30 años, ha servido menos para regular la convivencia cívica que para facilitar el saqueo a destajo de las riquezas nacionales. No les interesa en lo absoluto sustituir una Constitución autoritaria y genocida en su origen y contenidos por una constitución democrática también en origen y contenidos. No. Quieren sustituir una “constitución obsoleta” por una “una constitución à-la-mode”.

La gran noticia es que, de acuerdo a uno de los ingeniosos e imaginativos proponentes de esta Comisión Ortúzar 2.0, el puñado de iluminados designados-pero-no-electos que la compondrían tendrá la deferencia y buena consideración de “consultar con la gente”. No elaborarla con, a partir y a través de la ciudadanía, que es el sujeto de una democracia. Quieren “consultar” con “la gente”, ese universo de miembros de una comunidad para el cual los romanos elaboraron el “derecho de gentes” (ius gentium), un sistema de normas segregado y especial para quienes, como los esclavos, no gozan de status ciudadano. ¿Querrán que todos/as nosotros/as, el soberano y titular del poder, nos pongamos de pie, aplaudamos y les agradezcamos la tremenda deferencia?

La respuesta ciudadana a esta nueva infamia, me parece, es más que obvia. Una Constitución es demasiado importante como para dejarla en manos de los/as responsables de la degradación actual del congreso nacional y, por su intermedio, de la degradación de la república toda. Un congreso que ha llegado a los niveles infames de tener una cámara presidida por alguien que impunemente quiebra la ley de tránsito y luego abusa de su investidura, también impunemente, para castigar al funcionario que la hace cumplir, un congreso así de degradado e infame, no es la solución. Al contrario. Es parte (y una muy sustantiva) del problema.

La emergente fuerza histórica que demanda una asamblea constituyente, y contra cuyo avance se ha propuesto la creación de esta Comisión Ortúzar 2.0, quiere una nueva Constitución no por obra y gracia del congreso nacional. Ni siquiera a pesar del congreso nacional. Quiere una nueva Constitución contra un congreso nacional que se ha degradado hasta los niveles de la infamia y precisamente porque se ha degradado hasta los niveles de la infamia. El clamor por una asamblea constituyente responde a la sentida necesidad ciudadana de devolverle a la república esa dignidad que “los/as honorables” y “sus excelencias presidenciales” le han arrebatado a punta de disciplinada y sistemática infamia. Y aquí “devolverle la dignidad a la república” es sinónimo de “devolverse la dignidad a sí mismo/a como componente insoslayable de la república”.

Dejar una tarea tan delicada y determinante como la redacción de una nueva Constitución en manos del congreso nacional equivale a dejar al gato cuidando la carnicería. O, en términos más ad-hoc, equivale a dejar a Alí Babá cuidando las llaves del Fisco. La sola idea de una Comisión Ortúzar 2.0 (esto es, la idea de un grupo de parlamentarios tocados por la gracia divina para redactar una constitución sin que nadie los haya elegido para eso) es un insulto a la inteligencia del soberano. Y pretender además que el soberano les dé el visto bueno con parabienes y buenos deseos porque “…se va a consultar a la gente…” (sic)… en otras latitudes, sometido a menos restricciones pacatas, diría que, con eso, nos quieren ver algo genital. Pero en Chile me tengo que resignar a decir que los/as “honorables” nos quieren ver la cara de imbéciles. Lo que no saben es que, después y a consecuencia de sus tantas infamias, de imbéciles nos queda la pura cara…

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Foto: diariodeamerica.org

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Comentarios

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22 de octubre

Considero un gran aporte esta entrada. En lo particular, me identifica bastante y creo que dada las condiciones y el clima actual, es ahora el momento de cambiar esta oligarquía que impera en nuestro país, por eso llamo a inscribirse en los registros electorales para de una vez por todas, dar por lo menos una luz de esperanza de que la clase política debe reformarse y que mejor muestra que nosotros los jóvenes dando el primer paso.

25 de octubre

mmmmmm …… en realidad hay que abrir el ducto de la mina san pedro de donde sacaron a los mineros y enterrar a toda esta clase politica que de politicos ya no les quedan nada ,…..y hablando en seio ya es tiempo que como ciudadano nos hagamos cargo de tirar la cadena de este baño de pivados con chapa de politicos que por lo demas ya huele muy mal…. a manifestarse de todas las fomas posibles a molestar a este sistema y hacer ruido

31 de octubre

Siempre es gratificante leer opiniones así de definidas, claras, sin dobles tintes. Sus argumentos, además, se guían como relojito haciéndonos recordar cómo nuestra democracia constitucional es una artimaña tejida por una dictadura y parchada (y a veces vuelta a coser) en posdictadura.
Y aunque en general estoy de acuerdo con el columnista en lo sustantivo de sus argumentos, hay que me aleja profundamente de él: utiliza la misma retórica que Hinzpeter y Chadwick al hablar en nombre de la ciudadanía. Entiendo que el columnista respeta y clama porque el verdadero soberano detente el poder, pero eso mismo lo conduce al extraño derrotero de sentirse representante de ese soberano.

Pero me gustaría comentar su principal punto: una nueva constitución, pero redactada por una entidad distinta del congreso. El ideal, supongo yo, es que nos sentemos todos a una mesa como las del té Club y discutamos la mejor constitución del mundo, nos demos la mano y vivamos en armonía. Eso no se puede, lamentablemente. Para eso las democracias tienen representantes. Y, para irme por un atajo, voy al punto final: hay que cambiarlos desde adentro, usando las reglas del juego en práctica, y para eso tenemos las elecciones. Si, como opina el columnista -y como deseo creer yo-, la mayoría ciudadana quiere sacar a esos representantes del poder, en Chile hay libertad de voto y podemos hacerlo. ¿Lo haremos?

Daniel Giménez

26 de febrero

Estimado, estás un poco confundido. El régimen en el que gobiernan los representantes se llama república, no democracia. En una democracia, «no hay representantes».

Así queda claro en uno de los textos fundacionales y fundamentales de los modernos sistemas políticos, el Federalista N° 10:

«Las dos grandes diferencias entre una democracia y una república son: primera, que en la segunda se delega la facultad de gobierno en un pequeño número de ciudadanos, elegidos por el resto; segunda, que la república puede comprender un número más grande de ciudadanos y una mayor extensión de territorio. «

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