¿Chile resiste? Por supuesto. Lo están haciendo los y las compatriotas del norte enfrentándose a la recuperación de sus viviendas, su entorno y la normalidad de sus vidas. También lo harán los bosques de La Araucanía cuando una vez acaben las llamas, retomen su dinámica natural.
Tanto las precipitaciones, el exceso o disminución de ellas, como los incendios forestales son eventos que en Chile fácilmente se transforman en desastres o catástrofes naturales. Pero lo cierto, lo normal y lo lógico es que dicha relación no sea tal. Los desastres ocurren porque los riesgos no han sido gestionados adecuadamente. Nótese que he quitado el apellido “natural” cuando hablo de riesgos. Los riesgos han dejado de ser naturales cuando ellos existen o se generan por la presencia del ser humano y alguna de sus actividades sobre el territorio.Se debe tener un Estado que no se acostumbre sólo a aumentar su capacidad de respuesta a emergencias, sino también que se ocupe de intervenir sobre las diferentes realidades territoriales del país y conducir un proceso participativo permanente de decisión y planificación.
Para que exista un riesgo debe existir una amenaza y en Chile las conocemos en todo su espectro, los ya citados incendios forestales o lluvia en exceso, pero también las amenazas de origen totalmente natural como lo son las erupciones volcánicas, los terremotos y los tsunamis. Pero una amenaza natural o aquella derivada de la acción del ser humano, no es la única razón para que los riesgos prevalezcan, además de aquello, debe también existir un grado de vulnerabilidad y de esto en el país también hay de sobra.
Es inconcebible que nuestras ciudades, pueblos, villorrios y casi todo el territorio nacional, al tenor de los acontecimientos, presente tal grado de vulnerabilidad. A sabiendas de la recurrencia de tsunamis se siguen construyendo viviendas en la misma línea de costa que fue arrasada el 27F. Pese a que existe evidencia que la falla geológica de Liquiñe-Ofqui presenta actividad permanente, se permite que una empresa planifique la construcción de una represa sobre ella. Habiendo conocido los informes de la Universidad de Chile y el Ministerio de Medio Ambiente, ya desde el 2006, sobre la probabilidad que en ciertos escenarios aumenten las lluvias en el norte, nada se hizo para canalizar cauces fluviales ni para otorgar mayor estabilidad a laderas expuestas a remoción de masa. Pese a que el sentido común indicaba que la existencia de microbasurales en quebradas de cerros de Valparaíso no era sólo un asunto sanitario sino también de gestión de comunidades, la inacción de autoridades locales y regionales se remitió sólo a limpiar y no a educar.
Un riesgo puede ser mayor o menor, eso depende del Estado. En una cultura de la gestión pública como la nuestra, cuesta entender, aunque se hagan esfuerzos, la escasa intención de hacer frente a las contradicciones evidentes que existen en el uso del espacio físico.
¿La respuesta? Planificación, planificación y planificación. Pero tal parece que en Chile, sólo se planifica para unos pocos.
Chile resiste, pero puede y debe dejar de hacerlo. Existe el conocimiento, incluso la experiencia, existe también la institucionalidad y la capacidad técnica para enfrentar de manera decidida la planificación y ordenamiento del territorio. Se puede y se debe decidir de manera responsable y coherente qué y dónde se pueden realizar ciertas actividades económicas y no dejarlas al arbitrio de la empresa privada, se puede y se debe establecer cuáles y qué extensión tendrán las zonas de protección natural, se puede y se debe establecer en qué zonas existen riesgos, la respuesta ante amenazas naturales o antrópicas y la disminución de la vulnerabilidad. Se puede y se debe tener un Estado que no se acostumbre sólo a aumentar su capacidad de respuesta a emergencias, sino también que se ocupe de intervenir sobre las diferentes realidades territoriales del país y conducir un proceso participativo permanente de decisión y planificación.
Chile no es sólo tsunamis, terremotos, volcanes, incendios y aluviones, Chile es también Caimanes, Aysén, Copiapó, Chañaral, Villarica, Iloca, Constitución y tantos otros. Chile es más que la suma de naturaleza y sociedad, Chile es un todo. Es suficiente ver cómo los acontecimientos de lo natural nos superan y nos cobijamos en la capacidad de resistencia de la sociedad. Hay que terminar con la cultura de la emergencia y la resistencia, para pasar a la estrategia de la planificación y la resiliencia.
Comentarios
30 de marzo
Somos todos l@s trabajador@s quienes sufrimos despidos, persecución ideológica, abusos e inestabilidad laboral; es así porque vivimos en un Chile que hace más de cuatro décadas empezó un proceso de cambios que nos convirtió en un paraíso neoliberal. Eso significa que mientras una élite parasitaria vive de nuestro esfuerzo, que además es corrupta, ineficiente e insensible a los dramas de la mayoría, los demás, los asalariados, experimentamos una pesadilla que se repite todo el tiempo.
Precariedad de nuestras condiciones de vida es lo que nos imponen: basta con un incendio o con una lluvia para que perdamos nuestros sueños, esos que se van detrás de un alud de barro o con las llamas que hacen arder la vegetación autóctona; incluso hasta la vida nos pueden arrebatar. Nos urge cambiar esta realidad, necesitamos alterar el país para que entre todos, movilizados y con conciencia de clase, recuperemos la dignidad del hombre y de la mujer de la Patria: la Asamblea Constituyente Autoconvocada es la opción para terminar con la «democracia» en la medida de lo posible y con la patronal rentista, violenta y reaccionaria que la sostiene.
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