Desde la rebelión de octubre y en un medio que nos era adverso, a pesar de la pandemia y del miedo, miles y miles de compatriotas nos desplegamos por todo Chile con la convicción de contribuir a crear un país más justo. En ese recorrido nuestros corazones han estado con las personas más sencillas de la patria, pero también han podido tener la templanza para hacer frente a los coyotes del abuso y el poder, que querían impedir este plebiscito, el que ganamos por mucho.
El domingo cantamos y bailamos con el pueblo, recordamos a Salvador Allende y proyectamos su legado. Lloramos por nuestros caídos, con los puños apretados pensamos más de una vez en los ojos que nos mutilaron. Gritamos «el pueblo unido jamás será vencido», pero tal vez deberemos gritarlo más fuerte para que la unidad de las calles y plazas permee los espacios cupulares, esos que inscribirán las listas para Constitucionales: nos lo merecemos, nos lo deben, se lo demandamos.El triunfo del 25 de octubre ha sido un logro del pueblo movilizado, de la ciudadanía plena, fueron jóvenes estudiantes saltando torniquetes, trabajadores y sindicalistas paralizando las faenas, fueron los de la primera línea resguardando la muchas Plazas Dignidad
El triunfo del 25 de octubre ha sido un logro del pueblo movilizado, de la ciudadanía plena, fueron jóvenes estudiantes saltando torniquetes, trabajadores y sindicalistas paralizando las faenas, fueron los de la primera línea resguardando la muchas Plazas Dignidad. Fuimos las mujeres que nos adueñamos de nuestros cuerpos y recorrimos las alamedas, exigimos paridad, pues nunca más decidirán sin nosotras y, lo logramos.
Chile ya no es un país pequeño, sigue estando al sur del mundo, en un confín de América Latina, esto desde hoy vuelve a ser valioso en términos de identidad, cuando miramos el mundo: miramos desde el Sur, tenemos ríos y montañas que cuidar y proteger, son el legado de nuestras madres indígenas -tantas veces violadas- como la justicia. No somos un territorio en disputa, somos una nación despierta que se levanta, se reencuentra con sus muertos y no olvida a sus nuevos mártires. Por Fabiola, por Oscar, por Gustavo; porque como el «negro Matapacos», somos un país de quiltros multicolores que se reconocen y no se avergüenzan de su identidad.
Somos un país en que al fin comienza el amanecer y declara no replegarse nunca más. Hasta que valga la pena vivir y la dignidad se haga costumbre.
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