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La meritocracia de Cristián

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Hace unos días tuve la molestia de escuchar y ver a Cristián de La Fuente, conocido actor nacional de los 90’s y que tuvo una carrera modesta en USA en papeles secundarios en películas y series, en un programa de conversación llamado «Sin filtros» que, a pesar de su pésima conducción a cargo de Gonzalo Feito, ha tenido una gran repercusión en redes sociales.

Aunque no tengo ninguna animadversión hacia el actor, dado que lo recuerdo con cierto cariño por su participación en el programa de José Alfredo Fuentes «Venga Conmigo» que animó mis tardes dominicales durante mi adolescencia, creo que su intervención me dejó un pésimo sabor de boca. Y explicaré tomando la misma base de lo que él plantea: la experiencia personal. Y quiero dejar en claro que no critico su experiencia de vida, sólo quiero poner en contexto algunos puntos.


Chile no cambiará mientras las personas como él no salgan de su burbuja. Y no lo digo como un slogan. Lo digo como alguien que agarró una aguja y reventó su propia burbuja.

Como todo chileno nacido en la familia de clase trabajadora que tuvo la suerte de surgir de unos inicios precarios (abuelos de Renca, en casa de campo, sin estudios, pero con algo de abolengo rancio) mi madre y sus hermanos tuvieron una vida dispar, ya que algunos tuvieron familia muy pronto y se dedicaron al trabajo y otros pudieron estudiar. Entre éstos últimos, mi madre. Y aunque no tuvo la posibilidad de estudiar una carrera universitaria formal, pudo trabajar como digitadora para IBM y estudiar secretariado en Manpower, con lo que luego se especializó y se dedicó durante años a trabajar en cuanto rubro pudiera, incluyendo mineras como la Disputada de Las Condes, el Estadio Manquehue y algunas textiles.

Mi vieja tuvo suerte, además de mucha capacidad y esfuerzo. Su trabajo la llevó a ganar mucho dinero, aunque no tuviera grandes estudios y eso le permitió criarnos a mí y a mi hermano con la posibilidad de estudiar en colegios particulares, incluso cuando vivíamos en La Cisterna. Cuando por temas de salud de mi abuela nos fuimos a vivir con ella, pasé de vivir en el 22 1/2 de la Gran Avenida a ocupar un caserón en Providencia, a una cuadra del Campus Oriente de la UC. Me convertí en lo que se denomina un ABC1.

Mi vida no tuvo falencias económicas. Fui estudiante del Colegio San Agustín y pude destacar por mi capacidad intelectual, no así la física, ya que era lo que se podría determinar como un «mateo». Mi familia era de derecha y mi vieja en específico era de ultraderecha, amaba a Pinochet en todas sus formas y le escribía cartas, una de ellas fue respondida por el dictador y estaba enmarcada en el living de mi casa. Fui criado leyendo el Libro Blanco, ideologizado en contra de la UP, los comunistas y todo tipo de izquierdas posibles. Es más, en mi casa todo lo que oliera a rojo era vetado. Votaron todos por el NO y por Büchi, odiaban a Aylwin, Frei y Lagos. Negaban sistemáticamente el genocidio de la dictadura, decían que lo del Estadio Nacional era una mentira marxista y que todos vivían en Suecia felices, riéndose de nosotros que habíamos sacado Chile adelante.

No quiero ahondar en lo que significa vivir en una burbuja como ésta, pero quiero retratar cuáles eran mis conocimientos sobre la realidad de Chile a mis 17 años cuando salí del colegio de curas.

Tuve la posibilidad de estudiar en la USACH por mi puntaje, pero no quise seguir en ingeniería, porque amaba el cine y la música, por lo que terminé estudiando Comunicación Audiovisual en el DUOC UC. Mis compañeros de colegio terminaron siendo doctores, ingenieros, gerentes de empresa y un cuanto hay. Y siguen en su mayoría pensando igual que las familias que los criaron, porque su vida siguió el mismo patrón que ellos.

En mi caso, dedicado al arte y las comunicaciones, mi camino fue distinto. Trabajé para productoras de video, eventos, cine, canales de TV y como independiente. Participé en grandes producciones periodísticas y documentales, tuve la suerte de hacer muchas cosas que quería y también romperme el lomo por poco dinero haciendo trabajos que no quería. Tuve momentos de gran bonanza económica y también otros en que tenía que patear las cuentas para alcanzar a fin de mes. Pero siempre sentí que era un privilegiado, más aún luego que, gracias a mi carrera y mi trabajo y la gente que conocí en mi vida, conocí tantas realidades distintas y ajenas a la mía. Hice amigos desde Lo Barnechea hasta La Pintana, carretié en Los Morros y en Vitacura con igual felicidad y me empapé de las experiencias de vidas de actrices como Shenda Román, Perucho Villagra y cientos de realizadores, trabajadores del arte y la música, pero sobre todo de personas dedicadas a sacar adelante a sus comunidades.

El choque ante el verdadero Chile es brutal. Y entender que nunca has vivido la experiencia de correr con 40 kilos de peso en la espalda y a pies descalzos la misma carrera que otro (como yo) corre con zapatillas de marca y sin ninguna mochila, es algo que te saca de la lógica que tenías incrustada en tu cerebro. Desde el momento que mi vida se mezcló con la de otros chilenos con historias dispares, heterogéneas y sacrificadas en todo sentido, mi visión del mundo cambió. Y obviamente, mi identificación política.

Soy de la generación del «no estoy ni ahí» adorador de ese Chino Ríos que le importaba nada todo y que sólo brillaba porque era el mejor de todos por sí mismo. Con los años, esa apatía por hacer algo por la sociedad se convirtió en un anhelo por cambiarlo todo. Conocer a personas que sus familias y toda su vida eran sólo esfuerzo con mínima recompensa, en que los estudios eran un privilegio que se le daba a un hijo elegido, esperando que cuando terminara su carrera tuviese un trabajo que permitiera pagar la carrera del siguiente; o aquellos que perdieron todo, familia, trabajo y su propia dignidad por culpa de la dictadura; saber de mujeres solas tan esforzadas como mi madre que nunca tuvieron la posibilidad de mejorar sus vidas porque tenían que elegir entre tener algo para darles de comer a sus hijos o un buen lugar donde vivir; familias que cuando una enfermedad arreciaba cruzaban los dedos para que la operación fuera en 2 años o menos… entender que Chile tenía dos realidades tan diferentes e irreconciliables fue un golpe terrible.

Creo que a Cristián de La Fuente le pasó algo parecido a mí al inicio de su vida, pero luego, cuando logró el triunfo, no llegó a conocer todo esto. Simplemente no fue necesario para él. Y nunca lo será. Estudiar en el Grange te da una ventaja gigantesca. Si la mía por estudiar en el San Agustín era enorme, la suya está fuera de un parámetro que me pudiera llegar a imaginar.

Es por eso que escribo esta columna. Cristián tiene una experiencia de vida única y la aplaudo. Ojalá todos tuvieran la posibilidad de realizar sus sueños como él lo logró. Ambos tuvimos las herramientas y el dinero para ser mejores y para alcanzar nuestras metas, en mayor o menor medida. Pero a Cristián le «falta calle» como dicen. Su experiencia es suya y sólo suya. No puede pretender ser un ejemplo y criticar al mismo tiempo a las personas que no surgen en este país. He conocido de primera mano las dificultades y las necesidades de ese Chile que él critica, que mira desde su ventana diciendo que no surgen porque no se esfuerzan. Me avergüenza por esas personas que se levantan de madrugada para cruzar todo Santiago e ir desde Puente Alto hasta Vitacura para trabajar, como mi suegra. O esos que tienen que vender lo que sea para sobrevivir, los que tienen hijos a quienes no les pueden dar educación porque están llenos de deudas, los sueldos no alcanzan y los precios han subido como la espuma década tras década, haciendo imposible el sueño de la casa y comiendo con la tarjeta del retail.

El mayor daño que le hizo la dictadura y la Concertación a este país fue crear una sociedad tan individualista que le hizo creer a todos que «si yo estoy bien, entonces todos pueden estar bien«. Y no es así.

Respeto a todos quienes quieran rechazar el nuevo proyecto de constitución, porque de eso se trata la democracia, todos podemos opinar distinto de qué país queremos a futuro. Pero algo que no puedo respetar es que alguien que ha vivido en el privilegio se vanaglorie de ello y se lo restriegue en la cara a millones que no pueden llegar ni a un décimo de lo que él. Y que esa sea una de sus razones para rechazar un texto que le da más derechos y oportunidades a esa parte de la sociedad relegada por décadas, sino siglos.

Chile no cambiará mientras las personas como él no salgan de su burbuja. Y no lo digo como un slogan. Lo digo como alguien que agarró una aguja y reventó su propia burbuja.

Chile necesita de todos para ser un mejor país. Pero también necesita que los que más tienen tengan empatía y respeto por los que mantienen funcionando este país a puro sudor y esfuerzo. Sin ellos, no tendrían nada.

Espero que quienes piensan como Cristián tengan en algún momento la fortuna que tuve yo de conocer el Chile real. Y espero con ansias el día que podamos mirarnos como compatriotas y no como enemigos.

Nos merecemos un mejor Chile.

TAGS: meritocracia

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29 de junio

El «privilegio» de: una buena educación, formación, valores, contactos, etc. es algo que TODOS LOS PADRES QUIEREN PARA SUS HIJOS. Una familia ES una constructora de privilegios para con sus integrantes: la tía ayuda al sobrino, el abuelo le paga un curso a la nieta, etc. ¿Esta mal que así sea? Algo tan fundamental como la preocupación por las siguientes generaciones ¿que es? ¿privilegios mal habidos?
Cuando un músico le enseña a tocar guitarra y trombón a su hijo, le está dando un privilegio que no todos tienen…¿es algo reprochable? El punto es que, el que ¿vamos a deconstruir la sociedad para que los menos «privilegiados» se sientan bien de que nadie recibió algo mas que ellos? ¿Es entonces el criterio de precaridad el que debe gobernar a la sociedad?
No estimado, que el señor Cristián se vea a si mismo como hijo de su esfuerzo solo corrobora que todo el mundo quiere sentirse orgulloso de su historia, y no tener que vivir dando explicaciones al abajismo que busca establecer una casta de víctimas que merecen ser reivindicadas por el Papá Estado.
Saludos

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