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La cuestión social: la gran asignatura pendiente

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Cuando los 33 mineros atrapados en las entrañas de una mina de Atacama sean rescatados, habrá buenos motivos para celebrar. En ese momento convendrá no olvidar  que hubo un instante en que las autoridades del gobierno, que se comprometieron a fondo con el operativo de rescate, declararon que existía apenas un 2% de probabilidades de salvar sus vidas. Un instante en el que todos nos preparamos para lo peor.

Pero más allá de la euforia, que suele ser la contracara de la angustia, hay un dato inequívoco: la deuda de arrastre que Chile tiene con sus trabajadores, en cualquiera de las áreas productivas, seguirá estando allí, luego de los festejos previsibles.

Es que si hay un punto en el cual debería haber el más amplio consenso es que el derrumbe en la mina San José ubicó en el centro de la agenda del Bicentenario un tema al que muchos preferían tener bajo la alfombra: la denominada “cuestión social”.

Y que también fue el “convidado de piedra” cuando en 1910, al conmemorarse los primeros años de existencia republicana de nuestro país, se hizo presente en forma inopinada en el banquete en que, al igual que ahora, brillaba por su ausencia.

Así, pues, el ver a los mineros, famélicos y desgrañados, pero al mismo tiempo enteros y llenos de las ganas de vivir que surgen de una voluntad colectiva organizada, en los primeros videos que ellos mismos registraron en su prisión subterránea, se transforma en una suerte de poderosa metáfora que nos habla de actores de la vida pública a los que Chile ha decidido sistemática y persistentemente olvidar.

Y que recobran, por obra de un dramático accidente, un protagonismo que les había sido hasta entonces negado.

Ahora todo el mundo descubre que Mario Gómez, el  minero más experimentado, que comenzó a los 12 años a trabajar en los socavones,  fue el verdadero héroe de esta gesta al convocar a sus compañeros a racionar los escasos alimentos con que contaban y esperar de este modo un rescate que, en cualquier análisis, parecía temerario e improbable.

Su sapiencia y su calma lo han convertido en un ícono de esta aventura del espíritu humano que es la sobrevivencia a cualquier costo, expresada de manera magistral en la primera nota que enviaron a la superficie cuando la sonda perforó su lápida: “Estamos bien en el refugio los 33”.

Pero, además de devolvernos la esperanza, lo cierto es que Gómez y sus compañeros han salido ya de la invisibilidad a la que estaban condenados por un modelo económico “sui generis” que asigna importancia a todos los factores menos al fundamental: el factor humano.

Lo han dicho otros, pero no está demás repetirlo: ¿Cuánto del éxito del “boom” exportador chileno, sostenido a lo largo de los años, no está basado en enfermedades y malformaciones de temporeras afectadas por plaguicidas? ¿Qué porcentaje de las cifras que indican los avances de la industria del salmón en el mercado mundial no está asentado en los frecuentes “accidentes” de buzos obligados a sumergirse en pésimas condiciones?

Las preguntas, sin duda, suman y siguen.  Y no hay ningún sector económico, ya sea del área de la producción o los servicios, que pueda argüir que está libre de culpa.

De hecho, en una reciente columna en El Mostrador, Santiago Escobar recordaba cómo en diciembre de 2004 seis trabajadores resultaron muertos y otros 20 sufrieron graves heridas al caer un andamio desde el piso 14  de un edificio en construcción, en Santiago. Eso, mientras descendían desde los niveles más altos para hacer un minuto de silencio por otro compañero fallecido un par de días antes en similares condiciones.

La cuestión de fondo es ésa. Los datos macroeconómicos nos han hecho olvidar que, detrás de los números y las proyecciones de crecimientos, hay personas que trabajan en forma cotidiana en todos los ámbitos. Y que sus derechos laborales no son sólo una entelequia o una bandera de campaña electoral que se olvida velozmente cuando empieza a tallar la fría realidad del mercado.

Pobreza y ausencia

Hace poco participé en un seminario cuyo tema era la pobreza y la desigualdad en Chile. De las muchas intervenciones, una de las que más me conmovió fue la de un sacerdote jesuita, Luis Robledo, a cargo de un ambicioso programa de capacitación de trabajadores.

Robledo dijo, en síntesis, lo siguiente: “La pobreza tiene que ver con la ausencia. Y nosotros (el mundo progresista) nos fuimos del mundo de los pobres.  Los que administramos el poder nos desvinculamos de la gente.  Hay que volver a enamorarse del ser humano, y oponer a la ideología del liberalismo la ideología del bien común”.

Y agregó una anécdota estremecedora. Contó que invitó a Infocap, la entidad de la que es rector, a dos políticos: el diputado Osvaldo Andrade (PS) y el senador Pablo Longueira (UDI). Pensó que el enfrentamiento sería entre ellos. Pero no. Fue entre ambos y el auditorio, formado por alumnos que estudian y trabajan, quienes les reprochaban ser miembros del establishment, sin hacer ninguna diferencia ideológica entre uno u otro.

A ese grado extremo de deterioro de la imagen de la actividad política ante la opinión pública hemos llegado, alertaba Robledo. Quien a la par (nobleza obliga) reconocía que la Concertación y sus políticas sociales –en particular, el plan Auge y programas como “Sonrisa de mujer” o el pilar solidario en la protección social, introducido por el gobierno de Michelle Bachelet- han contribuido a devolver parte de la dignidad perdida a las personas.

Robledo concluyó su intervención subrayando un detalle no menor: que los humillados y ofendidos de nuestra tierra quieren tener la posibilidad de acceder a estándares mínimos de salud, bienestar y educación pero no como obsequios sino como derechos. “No quieren sueldo ético –añadió categórico- sino un ingreso justo”.

Como sea, y volviendo otra vez desde lo particular a lo general, lo que acá parece estar definitivamente claro y saldado es el ingreso en la agenda con fuerza de la cuestión social como el gran ítem olvidado, tanto de la transición post-dictadura como del Bicentenario.

De este modo no sería extraño la irrupción de voces que nos interpelen en relación a qué hemos hecho de concreto para superar la desigualdad flagrante que implica, por ejemplo, que el 47% del patrimonio bursátil del país estuviera, en el año 2009, en manos de cuatro familias: los Matte, los Luksic, los Piñera y los Angelini, según revela un reciente estudio del economista Luis Eduardo Escobar.

De Recabarren al padre Hurtado

La concentración extrema de la riqueza estimulará, sin duda, a nuevos actores que recuerden, con la misma fuerza que lo hizo Luis Emilio Recabarren en su famosa conferencia “Ricos y pobres”, del 3 de septiembre de 1910, que la suerte de las clases proletarias no había cambiado mucho en relación a la de los “gañanes” que combatieron junto a O’Higgins y Carrera, en términos de perspectivas de desarrollo individual y familiar.

Y para que no se nos acuse de bolcheviques trasnochados, digamos que esa misma preocupación movilizó más tarde a personas como Alberto Hurtado (hoy santificado), quien además de echar las bases del Hogar de Cristo creó la Acción Sindical y Económica Chilena (ASICH) , en 1945, lo que le valió ser acusado por sectores conservadores de su época como “cura rojo” o “comunista”.

Los derechos de los trabajadores, a no dudarlo, merecen formar parte esencial del debate público de un país que debe revisar el camino recorrido y hacer las correcciones que haga falta de cara a un tercer milenio que plantea nuevos y difíciles desafíos.

En ese sentido, no estaría mal que junto con valorar los avances alcanzados, sobre todo en materia de reducción de la pobreza (no está de más recordar que ésta pasó del 45,1% de la población, en 1987, a un 13,7%, en 2006), se reconozca que va a ser muy difícil dar el salto hasta el anhelado desarrollo si se sigue acumulando deuda social.

*Extracto de columna publicada originalmente en El Mostrador el sábado 4 de septiembre de 2010.

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Foto: Hunger – stëve / Licencia CC

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09 de septiembre

Excelente columna. Felicitaciones.
Agregaría a los temas a abordar cuando de la precariedad del trabajador se trata, al funcionario o trabajador público. La reciente salida del aparato estatal de centenares de profesionales y técnicos (más de 2.500 personas en total, desde que asumió el Gobierno de Sebastián Piñera, según cifras de la ANEF), pone sobre la mesa un tema sumamente impopular y además incómodo: la situación del trabajador del Estado. A nadie le gusta ni le queda bien. Ni a la Alianza ni a la Concertación.
Entonces digámoslo de una vez, el Estado no prédica con el ejemplo del buen empleador. En el Estado trabajan miles de funcionarios a honorarios y contrata con condiciones laborales bien insólitas. Donde en realidad da lo mismo que un profesional haya desarrollado una carrera de años, con trabajo y logros demostrables trabajando para y por el país, para que de un día para otro le soliciten la renuncia. En el caso del profesional a honorario, tiene que salir inmediatamente con una mano por delante y la otra por detrás, y en el caso del a contrata, asociaciones funcionarias mediante, en el mejor de los casos tendrá uno o dos meses más de sueldo.
La Alianza no tiene intenciones de mejorar la precariedad de la relación contractual del Estado con sus empleados, porque ésta le conviene para poner rápidamente a trabajar a militantes. Y eso es lo que está haciendo. Siente que está en su derecho, ganó y el sector público le pertenece.
A la Concertación le incomoda porque en 20 años de gobierno no hizo mucho por mejorar las precariedades de las personas a contrata y honorarios, sólo aumentó el volumen de las filas. Cierto, era necesario hacerlo porque había mucho trabajo que hacer, pero como es tan típicamente chileno, tener claro y guiarse por un diseño de fondo, no fue lo suyo.
Resulta triste eso sí, el Gobierno de Piñera lo que ha hecho es mostrar lo poco que le importan los avances alcanzados en la profesionalización del Estado. Ni hablar de lo cuestionables que resultan ahora las promesas de campaña de ‘gobernar con los mejores’o el ‘gobierno de unidad’ repetido hasta la majadería.
Pero ¿cuál es el costo? para el Gobierno, en lo inmediato y respecto a su por- sobre- todo- valorada popularidad, nada. Los funcionarios públicos no son tema popular, los estereotipos que se manejan son, cuando mucho, un chiste de Hermosilla y Quintanilla (Chincol a Jote). Sin embargo, tengo la idea de que para el país y sus instituciones, sí hay un costo. Las políticas públicas no se hacen en el aire, necesitan gente que las piense y las ejecute, las parcas rojas no bastan, tenemos un país terremoteado y la administración del Estado no es un juego, es ahí donde van las lucas de todos los chilenos para la construcción (y re construcción) de país que como sociedad queremos.
Y claro, la cuestión social está aún pendiente y muy pendiente, educación de calidad y equidad en la distribución de la riqueza y a las oportunidades, son las dos grandes deudas de este país. Respecto de la pobreza, por lo menos, ya alcanzamos un consenso y pareciera que ya no se discute si se puede o no derrotarla. El problema es que el cómo no da lo mismo. No alcanza con entregar vouchers.
En fin…
Me gustó mucho de lo que cita de Robledo sobre ‘los humillados y ofendidos de nuestra tierra –entiendo que los más vulnerables- quieren tener la posibilidad de acceder a estándares mínimos de salud, bienestar y educación pero no como obsequios sino como derechos. “No quieren sueldo ético –añadió categórico- sino un ingreso justo”.
No comparto eso sí lo que dice sobre: “La pobreza tiene que ver con la ausencia. Y nosotros (el mundo progresista) nos fuimos del mundo de los pobres. Los que administramos el poder nos desvinculamos de la gente. Hay que volver a enamorarse del ser humano, y oponer a la ideología del liberalismo la ideología del bien común”. Desde el 2002 trabajando en el FOSIS estuve, junto con muchos otros a lo largo del país, ahí, compartiendo, conociendo y trabajando junto a usuarias y usuarios que salen adelante con esfuerzo, con problemas, altibajos, pero también con harta perseverancia, surfeando las olas, sobreponiéndose con entereza a los miles de riesgos sociales a los que están expuestos (por eso son vulnerables). A mi no me lo cuentan, estuve ahí, en la parte en que el Estado, haciendo su pega, les da una oportunidad. Falta mucho, por cierto, mucho mucho por hacer, pero gracias, en buena parte, a lo que vi y aprendí de esos usuarios y de muchos con quienes trabajé en el FOSIS, es que sigo enamorada del ser humano.

12 de octubre

Estupenda Columna. Me sumo a las felicitaciones. Esperemos que el show mediático de hoy en que se rescatan a los 33 mineros no invisibilice las tareas pendientes que tenemos todos, en ir logrando una sociedad más justa, con trabajo decente, con seguridad social y laboral, sobre todo para aquellos que viven diariamente en una precariedad laboral que es más común de lo que se cree y que debiera profundamente avergonzarnos, como es el caso de esos 33 mineros que arriesgaron su vida para ganar un poco más de dinero para su subsistencia.

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