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Innovación en las empresas no tecnológicas o tradicionales

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Desde hace más de dos décadas se ha venido conversando, difundiendo y legislando con una bandera común: La innovación. Según la OCDE, este concepto se entiende como “un nuevo o mejorado producto o proceso de negocio (o una combinación de ambos) que difiere significativamente de los productos o procesos previos de la firma y que ha sido introducido en el mercado o implementado al interior de la firma”[1]. Bajo esta mirada se han planteado políticas públicas, se han creado parques tecnológicos y científicos, se han otorgado fondos de financiación. Sin embargo, la idea de cómo innovar y cómo obtener los beneficios de este “elixir de la eterna juventud empresarial” es esquiva y confusa para los empresarios del común. Es este empresariado quien ha construido su pequeña o mediana empresa con el apoyo de su familia, su intuición y su olfato y se ve perdido en un mar de conceptos, requisitos y tecnicismos que poco o nada significan en su realidad. Este artículo pretende dar un primer paso para echar abajo estas barreras y desmentir algunas creencias erradas que se han construido alrededor de la innovación; además de dar algunas pistas sobre el camino a recorrer.

[texto_destacado]Para iniciar con la discusión, en el mundo, y principalmente bajo la mirada norteamericana, se ha venido promoviendo la innovación desde la creación de empresas basadas en nuevas tecnologías. En este sentido es Silicon Valley el ejemplo a seguir. Empresas como Intel, Google, Uber, Apple, entre otros, son ejemplos más que exitosos de los resultados excepcionales que se obtienen gracias a la interacción entre tecnología, apoyo económico y algo de políticas públicas. En Latinoamérica tenemos ejemplos de este tipo de empresas Cornershop, NotCo, Betterfly, Rappi entre otras. Sin embargo, este modelo basado en startups (término utilizado para identificar nuevas empresas que basan su competencia en la tecnología, que tienen acceso a enormes montos de financiación y crecen muy rápidamente) no revela todas las maneras de innovar. Además, invisibiliza la gran cantidad de iniciativas empresariales que inician actividades en este rubro y desaparecen sin tener mayor trascendencia. Este tipo de empresas innovadoras se basan en la premisa de que la innovación es una preocupación individual, donde cada uno escarba hasta encontrar su propia mina de oro y la explota hasta que llega una nueva iniciativa que la reemplaza o hasta que son comprados por algún pez más grande en este mar tecno-empresarial. Adicionalmente, y de manera involuntaria, se vende la idea de que la innovación solamente ocurre cuando se habla de empresas de “alta tecnología” y cuando se venden productos o servicios nuevos.  Acá también tenemos ejemplos de empresas que han alcanzado fuertes niveles de innovación sin ser empresas tecnológicas, como por ejemplo Crystal Lagoons empresa que construye piscinas con un sistema que tiene patentado en 190 países.

Si bien es cierto que la innovación radical y de base tecnológica es una faceta importante del desarrollo de nuestra sociedad, esta no representa la totalidad del panorama. Existe la posibilidad de innovar en otros caminos “con menos glamur” pero que están más a la mano de nuestro empresariado. Es sabido que el 98,6% de las empresas en Chile son mini, pequeñas o medianas empresas (MiPyMes) quienes generan el casi 63% de los empleos [2]. Estas empresas por definición tienen en lo más alto de sus prioridades la supervivencia y muy pocas piensan en desarrollar tecnologías de punta. Sin embargo, esto no significa que no puedan realizar actividades de innovación.

Damanpour [3] en la década de 1990, y la definición ya dada al inicio de este escrito, afirmaron que la innovación puede ser entendida como la generación o la inclusión de nuevas tecnologías. Para esto es necesario que nuestras empresas tengan capacidades para identificar, analizar, evaluar y adquirir tecnologías ya desarrolladas e integrarlas de manera efectiva en sus procesos y prácticas productivas. Siendo esta última etapa, la integración efectiva, el reto más importante para las empresas [4]. Es aquí donde la academia empieza a cobrar importancia. Una universidad reflexiva sobre las necesidades de las empresas y flexible para facilitar este proceso de transferencia de conocimiento y tecnología. Es necesario crear una relación de confianza entre la Universidad y el empresariado, una relación que no compita, que no juzgue y que construya beneficios para ambas partes.

Por otro lado, si bien la creación de nuevos productos completamente diferentes a los existentes es una versión importante de la innovación, no es la proporción mayor de las innovaciones que consumimos y vemos a diario. Existe una vertiente mayor de innovaciones que consiste en la mejora o modificación de los elementos que ya tenemos, que ya conocemos y ya consumimos. Ejemplos hay por doquier, podemos hablar del lápiz BIC cristal lanzado en 1950 y con muy pocas modificaciones visibles pero lleno de innovaciones. El pequeño agujero lateral que le permite funcionar en aviones y evitar el derrame de la tinta, la viscosidad de la tinta que evita derrames, la esfera de menos de un milímetro de diámetro que permite una escritura fluida o el agujero en el capuchón para evitar que los niños se ahoguen al tragárselo, son solo algunas de las modificaciones que han hecho que este lápiz esté a la vanguardia del mercado por más de 70 años. Breznitz [5] llama a estas modificaciones innovaciones de segunda generación e implican que las empresas repiensen lo que hacen, lo dividan en pequeños componentes y encuentren modificaciones que poco a poco los lleven a mejorar sus procesos o sus productos. Si bien es cierto que para conducir procesos creativos y de innovación se requiere cierto orden y estructura que lleven a lograr sostenibilidad en el tiempo de los esfuerzos que se realizan, hacerlo en menor escala ayuda a que las empresas aprendan de a pocos y refinen sus habilidades para luego estar en la capacidad atacar modificaciones de mayor envergadura.

Finalmente, es claro que algunas iniciativas individuales llegan a obtener un éxito rotundo. Sin embargo, la construcción colectiva y la configuración de “activos compartidos” puede facilitar la tarea de encontrar salidas a problemas comunes. Ya hablamos de la importancia de la cooperación entre la empresa y la universidad. Adicional, es probable la colaboración entre empresas; alianzas que les ayudan a negociar mejor ante sus proveedores o ante un cliente que los supera en control del mercado. Alianzas que las lleve a configurar un ecosistema y les permita, como lo menciona Breznitz [5], trabajar en conjunto para hacer prosperar sus comunidades. Y es en esta colaboración que las políticas públicas entran a jugar un papel importante.

Ahora bien, es importante que desde el estado se fije una mirada clara sobre el camino que se quiere recorrer como sociedad reconociendo las capacidades y recursos con los que cuentan las empresas y universidades. Un camino que nos acerque a un desarrollo más equitativo para todos y todas y que responda a las realidades del país. Todo esto, sin seguir modelos “ideales” que pueden haber funcionado en contextos distintos pero que, por diferencias culturales y de bagaje tecnológico, no serían aplicables a nuestras circunstancias particulares.

Por: Rafael Leonardo Ochoa Urrego  y  Mauricio Rodrigo Andrés Ardiles Briones
Departamento de Tecnologías de Gestión,
Facultad Tecnológica, Universidad Santiago de Chile

[El modelo dominante de] empresas innovadoras se basan en la premisa de que la innovación es una preocupación individual, donde cada uno escarba hasta encontrar su propia mina de oro y la explota hasta que llega una nueva iniciativa que la reemplaza o hasta que son comprados por algún pez más grande en este mar tecno-empresarial

El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de sus autores y no representa necesariamente la posición de la Facultad Tecnológica de la Universidad de Santiago de Chile

[1]      OECD/Eurostat, Oslo Manual 2018: Guidelines for Collecting, Reporting and Using Data on Innovation, 4th Edition. Paris/Eurostat, Luxembourg: OECD, 2018.

[2]      ECR Servicios Financieros, “Curiosidades sobre las pymes 2021,” ECR Servicios Financieros, Santiago de Chile, 2022.

[3]      F. Damanpour, “Organizational Innovation: a meta-analysis of offects of determinants and moderators,” Acad. Manag. J., vol. 34, no. 3, pp. 555–590, 1991.

[4]      R. L. Ochoa and J. I. Peña, “Modelo unificado de la difusión de innovaciones basadas en TIC al interior de organizaciones,” Rev. Econ. Adm., vol. 12, no. 1, pp. 95–111, 2015.

[5]      D. Breznitz, Innovation in real places. Strategies for prosperity in an unforgiving world. New York: Oxford University Press, 2021.

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