Probablemente una de las características más significativas de la modernidad, es la impresionante producción de complejidad que se encuentra desarrollando a partir de sus procesos de evolución y las brechas sociales actuales, comienzan adquieren ribetes complejos. Al respecto, quizás sea necesario precisar que cuando hablamos de problemas complejos, no hacemos referencia exclusivamente a la magnitud o a lo dañino que estos puedan ser, sino que nos referimos a la imposibilidad de observarlos desde perspectivas aisladas y que ellas que se autoproclamen como las únicas válidas. Así, esta caracterización de los problemas exige pensar en nuevas formas de abordarlos.
Actualmente, las universidades son tematizadas como actores relevantes en procesos de mejora para la calidad de vida de la ciudadanía, a partir de la posibilidad que tienen para generar conocimientos y tecnologías que permiten hacer frente a las brechas que hoy nos aquejan. Sin embargo, estas instituciones también han sido objeto de críticas en tanto se posicionan como templos sagrados que monopolizan la producción del conocimiento socialmente válido. En este sentido, la metáfora de la universidad como torre de marfil adquiere bastante pertinencia. Esta idea, desarrollada por Heinrich von Baer, evoca a instituciones educativas que se encuentran desconectadas e indiferentes de lo que acontece en sus entornos, generando conocimiento a partir de sus propios criterios de interés y repartiéndolo al mundo profano desde una lógica top-down.
De esta manera se va dibujando un desafío para la sociedad en su conjunto, pero particularmente para las universidades. Si somos un poco conscientes de que problemas referentes a la educación, género y medioambiente, entre muchos otros, no pueden ser observados solo desde una perspectiva, se abre la posibilidad de pensar que la generación de conocimiento sobre los mismos no puede quedar relegado a un solo tipo de institución.Ahora, a la par de la docencia y la investigación, funciones tradicionales de este tipo de instituciones, las casas de estudio pertenecientes al Estado tendrán que generar estrategias y métodos para relacionarse con actores sociales que se desenvuelven en ámbitos fuera de la academia.
De la premisa anterior se desprenden serias consecuencias epistemológicas y ontológicas que nos invitan a reflexionar en torno a la concepción que tenemos sobre “la realidad”, sin embargo esa discusión no es el interés de esta columna. Lo que interesa relevar, es la necesidad de propiciar instancias de diálogo entre distintos tipos de actores y conocimientos.
En junio del presente año entró en vigencia la nueva Ley sobre Universidades del Estado. Aquí se abre una oportunidad interesante para enfrentar los desafíos planteados con anterioridad. En esta ley, queda establecido que una de las funciones esenciales de las universidades estatales es la vinculación con el medio. Ahora, a la par de la docencia y la investigación, funciones tradicionales de este tipo de instituciones, las casas de estudio pertenecientes al Estado tendrán que generar estrategias y métodos para relacionarse con actores sociales que se desenvuelven en ámbitos fuera de la academia. El encuentro de los conocimientos producidos en las universidades, con aquellos conocimientos generados por la experiencia y que son propios de estos actores pertenecientes al entorno universitario, suscitan las condiciones de posibilidad para la emergencia de nuevas formas de observar y enfrentar la complejidad de los problemas sociales que actualmente nos amenazan.
Esta discusión exige que académicas y académicos, pertenecientes principalmente a las universidades del Estado, inicien un proceso de autoobservación y autocrítica, que decante en la necesidad de desplazar la generación de conocimiento más allá de las paredes de estas instituciones. Con esto no quisiera desconocer el valioso trabajo que actualmente se encuentran desarrollado distintos núcleos y centros de investigación al interior de estas mismas universidades, que a partir de la generación de alianzas y relaciones de confianza con otro tipo de actores sociales, han contribuido enormemente en la solución de distintas problemáticas con impactos de distinto nivel. Sin embargo, quienes llevan a cabo este tipo de prácticas saben que existe una cultura académica que prioriza la generación de conocimiento asociado a criterios clásicos, como los indicadores de producción científica a partir de artículos indexados. No digo que este tipo de prácticas deban desaparecer, pero sí que se debe hacer el esfuerzo por avanzar más allá y salir del confort que estas instancias propician.
La dinámica de la sociedad moderna nos invita a resolver estas brechas a partir de una paradoja: enfrentar la complejidad con más complejidad. En términos concretos quiero decir que debemos generar soluciones, a partir de la convergencia de múltiples actores sociales que contribuyan en la elaboración de propuestas transdisciplinares. Para llegar a esto, será necesario transitar un camino en el que la innovación tecnológica, social y pedagógica, juegan un rol preponderante.
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