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Sexo, mentiras y consensos

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En 1948 mucho antes de que yo y mucha de la gente que me comenta naciera, Alfred Kinsey publicó su libro Comportamiento sexual del hombre. En este libro se supo por primera vez que muchos hombres se masturbaban y tenían lo que él llamó discretamente “reacciones sexuales” ante personas del mismo sexo. En 1953, Kinsey publicó Comportamiento sexual de la mujer. Los resultados fueron similares.

Entre los siglos V y IV antes Cristo, cuando los siglos iban al revés, Diógenes de Sínope solía masturbarse en público en Atenas. Su comentario era “ojalá el hambre se quitara sobándose el estómago”.

En 1948 mucho antes de que yo y mucha de la gente que me comenta naciera, Alfred Kinsey publicó su libro Comportamiento sexual del hombre. En este libro se supo por primera vez que muchos hombres se masturbaban y tenían lo que él llamó discretamente “reacciones sexuales” ante personas del mismo sexo. En 1953, Kinsey publicó Comportamiento sexual de la mujer. Los resultados fueron similares. Las razones para hacer primero un libro sobre hombres eran que se consideraba descortés e inmoral hacerle ese tipo de preguntas a las mujeres.

Kinsey fue vital para que la comunidad científica revisara lo que hasta entonces había sido considerado “normal” por las academias y centros de investigación. A él, y a muchas personas más, por supuesto, se le debe que en 1973 la homosexualidad halla sido sacada del famoso DSM [1] (por primera vez del DSMII) y de la lista de enfermedades mentales de la OMS en 1990. También gracias a él la masturbación dejó de ser considerada una conducta desviada – ¡bendito sea!

Antes de Kinsey, el problema en los Estados Unidos era que la gente pensaba que era “mejor no hablar de ciertas cosas”, como hubiera dicho Luca Prodan. En ese contexto, muchas personas ocultaban sus verdaderos sentimientos e inclinaciones sexuales. Kinsey liberó a los Estados Unidos del silencio sexual haciendo que las personas respondieran cuestionarios de forma anónima y de esa forma las personas pudieron responder sin temor al estigma.

La comunidad científica de los tiempos de Kinsey no estaba sorda, el problema era que nadie más hablaba del tema. En este orden de cosas, las afirmaciones de la moral tradicional, validadas por la costumbre, el statu quo y el silencio parecían lo normal y no se sospechaba que podía haber alguna necesidad de cuestionarlas. A falta de un Diógenes que se masturbara en público, bueno fue un Kinsey que condujo el primer estudio serio sobre la sexualidad humana.

En nuestra larga y angosta faja de tierra, como dice la gente que se apega a las imágenes del pasado, no se puede hablar, no se puede discutir y no se puede mostrar disenso. ¿Habrá sido aquello siempre así o es solo una consecuencia de la dictadura de Pinochet? No conozco los orígenes de este respeto obligado por la así llamada opinión general, solo sé que me ha tocado vivir con ello toda mi vida. En mi trabajo todos “somos” católicos. La gente presume de sus comidas marítimas de semana santa y muchas veces de sus momentos de reflexión y recogimiento. Algunos incluso presumen de no comer pescado y de llevar una devoción más auténtica… ¡pero qué sé yo de eso! La gente sabe que yo no soy “muy” creyente, pese a que muchas veces me he definido como una persona sin religión. Eso es más aceptable que mi sexualidad. Aún así las personas que esperan que reflexione al mismo tiempo que ellos y que en lo posible llegue a las mismas conclusiones que ellos vuelven a encontrar correctas todos los años. Muchas personas dicen que en estos días se liberan del flagelo del consumismo, mientras compran pescados y mariscos sobrepreciados y yo compro carne a mitad aprecio.

Kinsey habló de sexualidad y dejó claro que la realidad era muy distinta de lo que era entonces la opinión general. Yo tengo la sospecha de que muchas de las normalidades de esta sociedad nuestra, muchos de los acuerdos y muchas de las obviedades en moral no se deben sino al silencio. Es por eso que se me ocurrió hablar y decir que yo me masturbo, que como carne en el viernes santo y que, en general, no camino con el mismo paso del resto de los chilenos a no ser que mi sobrevivencia, o sea mi sueldo, dependa de ello. Yo no tengo los recursos ni intelectuales ni logísticos de Kinsey, pero sí podría ser una de las personas que llena el cuestionario y que con sus respuestas cuestiona lo tenido por normal, por sano y por bueno.

Sin embargo, no hay nadie en ninguna parte tomando esos cuestionarios. No al menos que yo sepa y lo más parecido que alguna vez tuvimos a Kinsey fue al “Rumpi” con su “Chacotero Sentimental”, a quien no por su falta de rigor científico – nunca el “Rumpi”dijo tenerlo – hay que mirar en menos, pero el “Rumpi” no es suficiente para lo que yo quiero decir, así que tomé lo decisión de hablar por mi misma en mis torpes ensayos, cuya estructura tomé de los cursos de capacitación en inglés que me dan de comer. Quiero decir, por ejemplo, que rebelarse no es la continuación de la esclavitud, sino que la continuación de la esclavitud es acatar en silencio o al menos hacer como que se acata, pues cuando una hace como que acata parece que obedeciera, los amos no ven ningún cuestionamiento a su poder y el temor de los sometidos sigue. Quiero decir que no me siento cómoda en esta sociedad en la que la heterosexualidad está bien, pero todo el resto de la amplia gama de sexualidades posibles no pueden aspirar al mismo statu de sacralidad del sexo matrimoniado y quiero decir, sobre todo, que es insoportable vivir sin cuestionar los consensos, porque esa no es una democracia, si no una tiranía que no es ni siquiera de la mayoría, sino de un invisible “se” que nos ordena lo que debe decir “se”, pensar “se” y hacer “se”.

A diferencia de Diógenes yo no puedo masturbarme en público precisamente porque ni el hambre se quita sobándose el estómago ni el frío sobándose los brazos. Pero si puedo, desde este anonimato que irrita a tantas personas porque no pueden tomar represalias,insistir en que no estoy de acuerdo, en que siento, en que pienso y en que examino al mundo desde mi propio juicio y la propia intensidad de mi verdad.


[1] El Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (en inglés Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, DSM) de la Asociación Americana de Psiquiatría contiene una clasificación de los trastornos mentales y proporciona descripciones claras de las categorías diagnósticas, con el fin de que los clínicos y los investigadores de las ciencias de la salud puedan diagnosticar, estudiar e intercambiar información y tratar los distintos trastornos mentales – de la Wikipedia.

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Foto: Case / Licencia CC

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Comentarios

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Milton Zúñiga

09 de abril

El individualismo es abrumante en este tipo de publicaciones, los que hablan de tolerancia, ni siquiera tienen respeto por las tradiciones. Nuestra generación cree que la prosperidad que hoy tenemos se logro, en base a nada, que la libertad que permite que este diario publique lo que quiere, es en base a que la generación es crítica y antes no, que nuestras tradiciones son estúpidas.
Por ejemplo la tradición de Comer pescado en semana santa, es una estupidez, para las personas que creen que la vida soy yo y mis circunstancias. , pero es algo tradicional, algo que nos da identidad. el que no quiere a su patria no quiere a su madre dice por ahí una canción, hay que aprender a querer a nuestra patria, con todas sus tradiciones, no tan solo las que me gustan a mi. .

11 de mayo

tienes razon… vivimos en una sociedad donde lo que no es «normal» no es aceptado… tomando en cuenta la heterosexual como si fuera lo maximo cuando existen diversas sexualidades donde se puede vivir y disfrutar del mismo placer que las otras

Carmen

31 de enero

ES una pena descubrir que el «Informe Kinsey» se basara en experimentos pedófilos para hablar de la sexualidad de los niños. Para mi Alfred C. KInsey ha perdido toda la credibilidad. Prefiero los informes de Shere Hite. Porque hay algo de protofascismo en trabajar con niños de dos meses y pedófilos confesos para investigar sus reacciones

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