«Yo no escribo para agradar ni tampoco para desagradar. Escribo para desasosegar»
(José Saramago)
La memoria durante el siglo XX se ha venido trabajando desde dos perspectivas más o menos determinadas pero antepuestas entre sí, una de ellas, la individualidad y otra, colectiva. Nos referiremos a la visión de la memoria colectiva pues la individual cada persona a partir de sus experiencias, enseñanzas y recuerdos la puede traer al presente.
La memoria está en constante dinámica de deconstrucción y reconstrucción, sobre todo si se razona el interrogante sobre qué se evoca o qué se quiere transmitir. En América Latina, la memoria de la desaparición, de verdad y justicia y las obligaciones de recordar para no repetir. Una memoria como meta, sin embargo, a lo largo de los años brotaron otras memorias que ensanchan los matices de la cuestión ¿para qué recordar?Necesitamos memorias que relaten los acontecimientos pasados y que no sólo transmiten el hecho, la hazaña y/u la gesta épica, muy por el contrario, necesitamos redimir el significado de esos hechos, los por qué.
La memoria se ha estudiado desde la clásica Grecia a partir de los relatos de poetas y filósofos. Por tanto, una transmisión oral con lo cual, ya estamos dejando algo establecido, el lenguaje es la función constructora para acometer dicho acto. El relato de la memoria siguió profundizando con el devenir de la historia de la humanidad, por aquel, pasaron las hazañas de los romanos, la resistencia de los pueblos contra la opresión en todas las guerras y conflictos que hubo en la historia.
Al mismo tiempo del lenguaje, existen dos complementos que vienen a reforzar lo anterior, como son las fechas y los lugares. En ese sentido, cuando se reúnen las sociedades van construyendo sus recuerdos. Para que exista memoria también debe existir olvido, por tanto, ambas se relacionan y tienden a configurar las sociedades, en el sentido de que en la medida que una avanza el otro tiende a retroceder, cuando la memoria se incrementa el olvido se minimiza y viceversa.
Acá ya poseemos un desafío, y una tarea esencial para el presente siglo, avanzar en la memoria para que el olvido retroceda lo más posible. Necesitamos memorias que relaten los acontecimientos pasados y que no sólo transmiten el hecho, la hazaña y/u la gesta épica, muy por el contrario, necesitamos redimir el significado de esos hechos, los por qué. Es decir, menos exactitud y más reconstrucción de significante para el grupo, para el colectivo, pues la comunicación de los significados y sus contenidos permiten dar una cierta continuidad al pasado, permitiendo que lo de ayer tenga permanencia en la actualidad y, por tanto, aprender del pasado, algo que todas las sociedades están en deuda.
El olvido, se forja a partir del poder de los grupos dominantes y que por cuya presencia van modificando procesos, acuerdos, compromisos, incluso, compromisos institucionales. Por tanto, es un olvido impuesto desde los grupos que habitualmente dominan abierta o silenciosamente las sociedades, pueden ser gubernamentales, académicos, políticos y eclesiales, en donde a través de los cuales, imponen su punto de vista pues gozan de credibilidad y de poder. Cuando dicho olvido es impuesto silentemente, el mismo es aceptado y asumido por la sociedad, aparece la desmemoria y se transita lentamente hacia el olvido social y generalizado.
Dicho lo anterior, el olvido social lo utiliza el poder como mecanismo de control para narrar el pasado, relatar la historia de manera tal, que ellos sean los únicos herederos reales del pasado. En dicha perspectiva, el olvido es una desmemoria. Por tanto, nuevamente la tarea es avanzar sobre las enseñanzas de la memoria. Afirmamos, sí el recuerdo se erige sobre el lenguaje y el lenguaje es parte de la memoria… el olvido se apoya en el silencio.
Elizabeth Jelin plantea lo siguiente “Las cuestiones de memoria han invadido el espacio público y el campo de las ciencias sociales y las humanidades, pero de maneras que no me satisfacen; hay una banalización del tema. Cualquier cosa puede llamarse memoria, aplicando una noción de sentido común más que analítica” (2014).
Pero ¿qué sucede con la memoria en la actualidad? ¿Donde residen las grandes batallas por la memoria? No cabe duda, que sigue en forma transversal la ausencia de debate sobre el Nunca Más y todo lo que involucra aquello. Mientras quedamos a la espera, la memoria permite conocer, denunciar y atender los atropellos de la sociedad actual para impedir su olvido y naturalización, pues recupera las voces silenciadas y las experiencias de colectivos humanos. Con ese caudal, nos habilita a abrirnos a otras formas de pensar, resolver problemas y salir de la enunciación en primera persona.
Por tanto, una pedagogía de la memoria, no es una pedagogía que obligue a recordar, sino una formación que sostiene que el ser humano no puede renunciar al recuerdo, como no puede prescindir del olvido. En ocasiones el recuerdo es necesario, pero en otras es imprescindible una terapia del olvido. La conclusión de aquello es para que pueda ejercitarse una “pedagogía de la memoria”, es ineludible introducir la categoría de lección, pero sólo hay lección si existe algún tipo de relación, de comparación, del pasado con el presente.
En este sentido, para Pollak resulta preciso privilegiar las “memorias subterráneas que de diferentes formas confrontaban a la memoria “oficial”- El énfasis ya no recae en las funciones positivas de la memoria como forma de cohesión social, sino en los conflictos y disputas entre memorias posibles.
“Al privilegiar el análisis de los excluidos, de los marginados y de las minorías, la historia oral resaltó la importancia de las memorias subterráneas que, como parte integrante de las culturas minoritarias y dominadas, se oponen a la ”memoria oficial” y en este caso a la memoria nacional (…) La memoria entra en disputa” (Pollak, 1989).
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