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Los indeseables

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@Maxscl

Ad portas de la discusión sobre la necesidad de una reforma a la Ley de extranjería hay varios cuestionamientos que los chilenos deberían hacerse a sí mismos, respeto a los sentimientos que en ellos ha motivado esta ola de personas de diversas culturas, razas y niveles socioeconómicos, arribando a su país en busca de renovadas oportunidades, pues afloran opiniones y declaraciones que desnudan un profundo sentimiento de rechazo a una característica particular de muchos migrantes, su pobreza. No voy a insistir en este artículo en lo que ya está bastante dicho, la Ley de extranjería tiene más de 40 años, proviene del legado jurídico de la dictadura y requiere pronta reformulación, porque simplemente es añeja y obsoleta; voy a insistir por el contrario en las percepciones y los valores que hay detrás de estas declaraciones, y que requieren algo más que un cambio legislativo, aunque deben estar claramente rechazadas en los principios de la futura ley de extranjería.


Está bastante probado en la literatura internacional que la migración es selectiva a la edad, el nivel educativo y otras características sociodemográficas, explicando éstas que los lugares de origen pierdan a la población que tiene mejores dotaciones, como se ha señalado en investigaciones de Rimisp Centro Latinoamericano para el Desarrollo Rural

El racismo y la xenofobia están dejando rastro en las declaraciones públicas del mundo contemporáneo, sin distingo del nivel de desarrollo del país. Dejó de ser políticamente incorrecto referirse públicamente con declaraciones despectivas y llenas de prejuicio, respecto a grupos sociales que suelen llamarse minorías, dejando en el aire un clima de intolerancia e incertidumbre. Lo que tienen en común todos esos grupos (al menos los más numerosos en Chile) es que provienen de países con graves crisis humanitarias, violencia, exclusión, pobreza y que salen -en chileno- “arrancando” de estas situaciones. Sin embargo, no todos arrancamos por los mismos motivos, pero sin duda la pobreza es uno bastante frecuente. Esto me trae a la memoria un término que hace ya bastantes años propuso la filósofa moral Adela Cortina y que se adapta bastante bien, la aporofobia. Habla del odio, repugnancia u hostilidad ante el pobre, el sin recursos, el desamparado. El pobre aparece como esa persona que no tiene nada que ofrecer.

Según Cortina, en nuestra sociedad contractual, el pobre no tiene en realidad nada que ofrecer a cambio y en consecuencia no tiene capacidad de contratar. Pues bien, muchos de los migrantes que llegamos a Chile, lo hacemos en busca de oportunidades y sin una maleta y tarjetas llenas de dinero para dejar huella en el consumo interno. Por el contrario, lo único que portamos es la fuerza de trabajo y la convicción de entregar todo sin medir esfuerzos, ni abusos que puedan cometer en nuestra contra. Lo importante es remitir a sus lugares de origen, así signifique en muchos casos vivir en condiciones precarias como observamos la semana pasada en Longaví, con 35 haitianos en situación migratoria ilegal, viviendo en condiciones que las mismas autoridades declaran que no cumplen los requisitos mínimos de salud y seguridad. Ejemplos de esto abundan. Nos encontramos con un Chile poco empático con nuestra condición de migrantes, afrodescendientes, y de ciertas nacionales con estigma social, pero donde en comparación con nuestros países de origen abundan las oportunidades.

Las manifestaciones de rechazo por lo que creeríamos se trata solo de racismo y xenofobia, esconden una realidad aún más triste para los propios nacionales, el problema no es solo de raza o la nacionalidad, el problema real es su pobreza. Esbozos de propuestas para la Ley y declaraciones de la derecha, como que se garantice que los migrantes ingresen con un mínimo de dinero, dejan al descubierto que hay un discurso claro anti-pobre, pues la realidad es que el mínimo vital para chile (ad hoc del nivel de vida en Chile), puede ser el salario de meses en uno de los países de origen de los migrantes, una clara pre selección de migrantes “buenos”. Un ejemplo de la aporofobia en el discurso político cotidiano chileno, es que jamás se arremete negativamente contra los llamados colonos europeos, que vinieron a enriquecer culturalmente el sur del país, por el contrario, se les ensalza como símbolos de progreso. Desde luego no hay motivos para aporofobia en su contra.

La realidad hoy es otra, en 2014 el 74,9% de la migración internacional provenía de Sudamérica, donde Perú, Argentina, Bolivia y Colombia ocupan los primeros lugares en términos del origen de los migrantes, según Migración en Chile 2005 – 2014, del Departamento de Extranjería y Migraciones. La migración se concentra principalmente en la Región Metropolitanas con más del 60% de los migrantes, pero también sobresalen Tarapacá y Antofagasta como destinos frecuentes, aunque en términos relativos a la población regional, los migrantes se concentran marcadamente en estas dos últimas. República dominicana y Haití son los casos que más sobresalen en las estadísticas, pasaron de reportar 0,2% y literalmente 0%, respectivamente en 2005, a aumentar en más de un 100% en la actualidad donde representan 3% y 2% de la migración.

Está bastante probado en la literatura internacional que la migración es selectiva a la edad, el nivel educativo y otras características sociodemográficas, explicando éstas que los lugares de origen pierdan a la población que tiene mejores dotaciones, como se ha señalado en investigaciones de Centro Latinoamericano para el Desarrollo Rural (RIMISP), para la migración a nivel subnacional, y que también se ha observado para la migración internacional. Aunque algunos de los migrantes están peor en muchas de sus características individuales, sencillamente por el nivel de desarrollo de nuestros países y la escasez de oportunidades, entre otros factores que dificultan la movilidad social, lo que realmente ocurre es que en promedio los migrantes tienen 1,5 años más de escolaridad que el chileno promedio y son en promedio 4 años más jóvenes, según cálculos a partir de la encuesta CASEN 2015. La reciente visibilidad de la migración, también hace más visibles las experiencias negativas para el país, como es el caso de delitos perpetrados por extranjeros, lo cierto es que estadísticamente son pocos casos 0,36% del total de los imputados, y deben frenarse mediante una correcta reformulación de la Ley.

Debemos acabar con la aporofobia, empezar a reconocer los verdaderos valores de la migración, en esta nueva realidad del Chile abierto al mundo y atractivo para el mundo. Los migrantes asumen con compromiso trabajos que la oferta nacional no toma, y su necesidad los lleva a aceptar condiciones y salarios desiguales, incluso con respecto a nacionales ejerciendo las mismas labores, desigualdades que debemos empezar por rechazar para todos, independiente de su nacionalidad, pertenencia étnica, etc. La demanda de trabajo en conocimiento de estas carencias, aprovecha bastante bien su poder de negociación para ofrecer lo peor en términos laborales, situación que igualmente debemos rechazar como sociedad, tal como lo hacemos para los nacionales.

Por otro lado, tenemos un acervo cultural que le hace bien a este país que estuvo durante décadas en completo aislamiento internacional, los beneficios van desde la gastronomía, el arte, la música, la diversidad, la innovación y el emprendimiento como señala Ricardo Hausmann.

Los beneficios de la migración no son solo para el migrante, que eventualmente sale de la pobreza y remite a su país de origen, también los territorios receptores ganan en todos estos aspectos; Chile se encuentra aún por debajo del promedio mundial de población migrante en relación con su población total, no vale la pena esperar a que estos temas pendientes nos superen para motivar un cambio educativo y cultural con respecto al fenómeno, así como legislativo.

Milena Vargas – Investigadora de RIMISP

TAGS: #Migración #Migrantes

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Comentarios

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Servallas

02 de diciembre

Quizás lo que hay que tener en mente es que no podemos decidir si nacemos hombres, mujeres, negros, blancos, chinos, ricos o pobres, un día nacemos y eso es todo. Tal vez no haya que dejar entrar la maldad, delincuentes, gente que haya matado, dictadores que hayan hecho sufrir a sus propios compatriotas, y quizás haya que cortar de raíz las mafias detrás de este fenómeno, pero para el que viene legal,  limpio, lleno de proyectos e ilusiones, ¿quienes somos nosotros para darle un portazo?.

03 de diciembre

Estos cuentos de negros y blancos o pobres y ricos no tiene nada que ver. Lo importante de los inmigrantes es la calidad y no la cantidad. La cuestión es la política migratoria que debemos hacer los chilenos, no los inmigrantes:

Podemos seguir como vamos, con una política parecida a Estados Unidos, donde hay ciclos de tolerancia y lo políticamente correcto es hacer vista gorda y dejar que entren hasta esperar el hastío ciudadano que ven sólo a delincuentes o gente que quita los trabajos y empuja sueldos hacia abajo, etc.. entonces entramos en ciclo de intolerancia y la llave se cierra hasta esperar nuevo ciclo.

O podemos tener una política migratoria como país emergente como Australia, Nueva Zelanda, Irlanda, etc.. en esos países se filtra la entrada selectivamente a gente calificada según profesiones y oficios que determina la demanda de mano de obra del país.

Saludos

Servallas

03 de diciembre

Bueno, en mi caso entiendo a un inmigrante » legal» cuando cumple con los requerimientos que el país ha dispuesto, eso significa sancionar leyes primeramente justas, humanas y consensuadas, luego que esten de acuerdo a las realidades económicas y sociales. Tampoco podemos hacernos cargo de la gran pobreza latinoamericana, aún somos un país muy pobre y eso, aumentar nuestra pobreza significaría hacer sufrir a nuestros compatriotas pobres aún más, por ejemplo esperando vivienda y salud. En fin, creo que se requiere sabiduría y buena voluntad en todo esto.

03 de diciembre

En esto de nuevo se ve la insensatez actual.

Con una politica nacional donde la gente logre mejor calidad de vida al trabajar honestamente gracias al emprendimiento y esfuerzo individual en lugar de esperar tenerla del estado, el inmigrante puede ser gran aporte, pero estamos perdidos con una política donde se inhiba el emprendimiento porque la gente espera que le solucione la vida papá estado, cuyo presupuesto sabemos depende del emprendimiento individual. En este ultimo caso obviamente todo inmigrante es un lastre como el resto..

El estado debe ayudar sólo a los nacionales que no puedan surgir por sus propios medios, punto.

Pablo Correa

11 de diciembre

Quiero partir diciendo que no tengo nada en contra de la migración porque -nos guste o no- es inevitable, sin embargo me surgen dos preguntas: ¿por qué se insiste tanto en la supuesta superioridad escolar de quienes llegan y no obstante ésta un 33% de esa población vive en franca pobreza? (datos oficiales en prensa hoy). Una cosa es declarar una escolaridad formal y otra es acreditarla. Eso me lleva a preguntarme dónde está el verdadero aporte que se supone que harán esas personas?…¿aporte a la carga de indigentes que por razones humanitarias debemos atender?, ¿aporte a la masa de explotados? Somos un país pobre y bastante desigual en ingresos, por lo mismo, ¿no será posible ponernos un poquito más exigentes y seleccionar antes de abrir la puerta? después de todo, la caridad empieza por casa. En segundo lugar, me llama profundamente la atención esa manía tan «políticamente correcta» de estos últimos 4 años, de proveer subsidios y hasta servicios de traducción para los haitianos. Aclaro que no tengo prejuicios raciales ni xenofobia, sin embargo pienso: a los mapuche y otros pueblos originarios los hemos tratado con la punta del pie por siglos, negándoles hasta su lengua, sin embargo a alguien que llega de afuera le ofrecemos hasta traductores y eso que es él o ella quien eligió venir aquí. Yo recuerdo que cuando me casé, viví en Suiza entre 1997-2000 y tuve que aprender francés y alemán porque nadie se tomó la molestia de hablarme en castellano.

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