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Los desafíos que impone a la Universidad la cuarta revolución industrial

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1. Esta columna ha sido motivada por mi revisión de la conferencia de Sylvia Eyzaguirre sobre “El futuro de la educación en Chile” dada en la jornada organizada por la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile el 2 de octubre de 2018 en la Facultad de Derecho de la Universidad de Valparaíso. La conferencista discurre sobre los imprescindibles cambios que debe experimentar la educación superior en sus competencias para responder a las demandas de desarrollo de la investigación generadas por la cuarta revolución industrial, la cual es en parte el resultado del mismo proceso de investigación emprendido por la universidad. El mayor y más eficiente desarrollo de la investigación y su aplicación tecnológica, es cada vez más exigido por los requerimientos del sistema económico. Esta revolución que sustituirá el trabajo humano por las “máquinas”, cambiará nuestra relación con el mundo, la forma “laboral” de ocuparnos del mundo, y pondrá en “crisis” el actual sentido de la educación superior”.

2. Esta columna trata precisamente de esa crisis argumentando que la formación de nuestros estudiantes en las disciplinas que conforman las humanidades excede completamente los requerimientos de formación científica y tecnológica y más aún, que sin ellas no es posible encontrar una respuesta capaz de ayudarnos en nuestro esfuerzo por redefinir cómo nos relacionaremos en la nueva economía, sociedad cultura y política que empieza a emerger como consecuencia de la cuarta revolución industrial.


La estrecha expectativa de los estudiantes restringida al logro de mayores ingresos, oportunidades laborales y mayor valoración social y satisfacción personal está enraizada en el exitoso proceso de socialización de los valores que sirven de sustento al sistema económico que Habermas define como el “privatismo”

3. La sustitución del trabajo humano por las máquinas envuelve la contradicción que Schumpeter expresaba en estos términos: “la automatización impulsada por la misma empresa capitalista la haría superflua y saltaría en pedazos bajo la propia presión de su propio éxito” . La universidad es considerada en este caso como parte del sistema y subordinada a la concreción de sus intereses. Si se admite esta relación podríamos concordar con Schumpeter en que el proceso de investigación científica y su aplicación tecnológica se autonomiza de los fines a los cuales debería servir el desarrollo económico: es la fase destructiva de la revolución, más tecnología, menos trabajo. El desafío de esta contradicción exige una superación dialéctica que dé lugar a una conjunción entre desarrollo de la investigación y su aplicación tecnológica para favorecer un desarrollo económico sustentable basado en una sofisticada base tecnológica por una parte, y el desarrollo de los proyectos de desarrollo personal por otra parte -“proyectos de individuación” como diría Habermas-. Esta conjunción entre ciencia y tecnología por una parte, e individuación por otra, daría lugar a una revolución tecnológica creativa. La individuación es una característica de la conciencia moderna que implica tres dimensiones básicas: la autoconservación, la conciencia de sí y la reconciliación. La perspectiva utópica de reconciliación y libertad se basa en las condiciones mismas de la socialización de los individuos y está ya inserta en el mecanismo lingüístico de reproducción de la especie humana.

Los proyectos de individuación cubren parte de una de las razones principales por las cuales los estudiantes desean ingresar a la educación superior. Eyzaguirre observa que la principal razón para ingresar a la educación superior en Chile es la mejora de los ingresos y oportunidades laborales. La educación superior también traería consigo una mayor “valoración social y satisfacción personal”. “Aprender”, otra de las razones presentadas a los estudiantes para ingresar a la educación superior, ocupa el sexto y último lugar. Esta información permite suponer que aprender no forma parte de “la satisfacción personal”. Sin embargo aprender, aun cuando se tratara del saber instrumental, es imprescindible para aumentar las probabilidades de obtener buenas oportunidades laborales. El interés por ingresar a la educación superior se limitaría en consecuencia a la obtención de los medios materiales para atender una de las dimensiones comprendidas en los proyectos de individuación, esto es la autopreservación.

4. Sólo la reflexión moral sobre el fundamento y sentido de la vida social nos permitiría “formarnos” para la construcción de una sociedad justa y buena. La estrecha expectativa de los estudiantes restringida al logro de mayores ingresos, oportunidades laborales y mayor valoración social y satisfacción personal está enraizada en el exitoso proceso de socialización de los valores que sirven de sustento al sistema económico que Habermas define como el “privatismo”. A fin de evitar la crisis de legitimación, la cultura neoconservadora y el neoliberalismo contribuyen a una despolitización de lo público mediante la creación de un fuerte interés por lo privado en el ámbito vocacional, civil y familiar. El privatismo civil consistiría en un fuerte interés en los resultados del sistema administrativo y en una menor participación en la formación de la voluntad popular. La legitimación del sistema político se limita a la legitimación eleccionaria. Esto se expresa, en el ámbito de la familia, en intereses orientados al consumo, y en el campo vocacional por carreras orientadas por un interés en el éxito. Este privatismo tiene su correlato en el sistema ocupacional y educacional sometido al libre mercado[1] . Los logros que justifican al sistema no pueden ser interpretados, necesariamente, en términos políticos.

La ciencia y la tecnología son erigidas entonces como un “programa sustituto” que, aunque fundado en argumentos derivados de la ciencia y la tecnología, deja insatisfecha la necesidad “vital” de consensuar un entendimiento sobre la sociedad que desearíamos construir[2]. Así, alega Habermas, la tecnología asumiría un rol ideológico.

5. Para esbozar algunas de las tareas que debe asumir el sistema educacional y en especial la educación superior para “formarnos” en las competencias necesaria para enfrentar un futuro incierto que demanda redefinir una nueva relación con el mundo cultural social y político y el trabajo, vale la pena revisar, aunque tan sólo de una manera muy esquemática, el artículo de Adela Cortina publicado en el Cuaderno XIX del Foro Valparaíso con el título “El valor de las humanidades en la Formación”.

Adela Cortina sostiene que los principales desafíos que enfrenta la universidad en el siglo XXI es la formación en humanidades, entre las que destaca la filosofía, historia, literatura y arte. El saber humanista nos haría más competentes para orientar las ciencias naturales y sus aplicaciones tecnológicas y las ciencias sociales en la promoción de la sociedad cosmopolita idealizada por Kant como una sociedad capaz de acoger todos los seres humanos y garantizar la paz entre todos los pueblos. En su expresión más radical acabaría con la distinción entre ciudadanos y personas y establecería fuertes exigencias en términos de la justicia distributiva e intergeneracional.

Entre las acciones necesarias para promover esta sociedad sobresalen los esfuerzos dirigidos a la búsqueda de la unidad del saber en todas las actividades humanas, el fomento del conocimiento de la historia propia para comprender nuestra posición en el mundo e identificar el desarrollo de una conciencia crítica para superar todo tipo de fundamentalismo e individualismo mediante el uso de la razón pública expresado en procesos deliberativos. Esto supone una profunda crítica a la conciencia tecnocrática.

El progreso en todos estos ámbitos va a depender del reconocimiento de los fundamentos normativos en que se afincan estas acciones. Estos son, dice Adela Cortina, citando a Habermas “nuestro sentimiento por el dolor de los otros”. Formar en la compasión, ella concluye “es la clave irrenunciable de la formación humanista que debe ofrecerse en el siglo XXI”.

6. Tomando como punto de partida estas consideraciones, es posible señalar cuales serían las funciones que cabría desarrollar por parte del sistema universitario en el siglo XXI. Para este efecto, es necesario distinguir las funciones de la universidad relativas a la producción de conocimiento instrumental de aquellas dirigidas a la generación de conocimiento crítico. El conocimiento instrumental comprende dos dimensiones: la formación de profesionales competentes capaces de generar el tipo de ciencia y tecnología funcionales al desarrollo económico y la elaboración filosófica de valores e intereses que pretenden legitimar el orden político existente.

Es evidente que si la universidad puede cumplir adecuadamente estas funciones, asegurará las fuentes de financiamiento que permitirán su propio desarrollo, el cual será tanto mayor cuanto más sea su capacidad para adaptarse a las demandas del mercado.

El conocimiento o saber crítico, a diferencia del saber instrumental, ha otorgado especial importancia al examen del alcance de la realización histórica de los ideales emancipatorios propuestos por la Ilustración y la sociedad moderna, tales como la liberación de la ignorancia y del pensamiento ideológico surgido de la acción política estratégica abierta o encubierta consistente en la manipulación y en la comunicación sistemáticamente distorsionada, la superación de la pobreza material y reducción de las desigualdades, el progreso de las libertades políticas y culturales y especialmente la plena libertad para la realización de los proyectos de individuación.

Entre las prácticas de investigación y docencia críticas de algunas de las más destacadas universidades del mundo figuran, entre otras, las siguientes temáticas: examen de la “financialización” de la economía y sus negativos efectos en el empleo productivo, la reducción de la pobreza y desigualdad, crecimiento económico desregulado y sus perjudiciales impactos en la biosfera, los factores ideológicos subyacentes en el rechazo de las políticas dirigidas al cuidado del medio ambiente y reparación de los daños ya causados, oposición política para dar respuestas a la creciente ola democratizadora mediante la apertura a nuevas inclusiones y redefinición de un nuevo Estado de Bienestar financiado mediante impuestos progresivos y agotamiento de las fuentes de acumulación de capital de un sistema que ya ha sobrevivido por más de cinco siglos.

Las fallas constatadas en la realización de los ideales emancipatorios buscados por la modernidad también han dado lugar a un cuestionamiento de los supuestos contenidos unívocos de la noción de progreso y la existencia de vías y sujetos privilegiados para lograrlo. De esta crítica no estarían exentos los principales movimientos políticos conocidos, independientemente de sus orígenes declarados, marxistas o liberales.

Otro campo de reflexión crítica son las investigaciones sobre las profundas transformaciones que la revolución informática está generando en la economía, política, cultura y sociedad. Subrayo al respecto los análisis sobre el infocapitalismo global, los Estados-red y las nuevas relaciones entre comunicación y poder y su reconceptualización del espacio público y su función cultural y política. Estos aspectos han sido destacados por Manuel Castells en el Cuaderno III del Foro Valparaíso titulado “Estado, sociedad y cultura en la globalización de América Latina, con referencia a la especificidad chilena”.

Este tipo de investigaciones podría develar los argumentos ideológicos que pretenden legitimar la dominación política y desigualdad existentes en nuestras sociedades e incluso contribuir a la formación de una nueva racionalidad cultural comprometida con los valores universales de la democracia y la justicia.

7. Para que la universidad asuma su función crítica debería resolver varios problemas de diversa índole: financieros, epistemológicos e institucionales. En cuanto a los problemas financieros, hay que reconocer que las mayores posibilidades de obtener financiamiento para la investigación se concentran en la investigación científica y tecnológica directamente relacionadas con las exigencias más apremiantes del desarrollo económico. Aun en este campo, la investigación que no es susceptible de una aplicación inmediata carece de financiamiento. En el ámbito de las ciencias sociales, la disponibilidad de recursos financieros también está condicionada por la capacidad de dar respuestas inmediatas a los conflictos sociales, orientar las estrategias electorales (la proliferación de las encuestas) y las necesidades de legitimación del sistema político. Aún más, los partidos políticos han creado sus propios centros de estudio capaces de apoyarlos en sus objetivos políticos, siempre dirigidos a la mantención, ampliación o conquista del poder.

Con respecto a los problemas epistemológicos e institucionales es claro que ellos surgen de las mismas presiones políticas y económicas por simplificar y reducir la unidad de análisis objeto de investigación y concentrar el esfuerzo en la coyuntura. Se asume, sin fundamento alguno, que este tipo de acotamiento permitiría la obtención de resultados inmediatos y de gran utilidad. Esas restricciones analíticas no han generado los resultados esperados. Un caso paradigmático son las recomendaciones de políticas económicas derivadas de esos estudios. Sus magros resultados pueden explicarse por dos razones: la ignorancia de las intrínsecas relaciones que existen entre los sistemas económicos y políticos y las estructuras culturales, sociales y la personalidad, y el abandono de la visión histórica de larga duración capaz de ofrecer una comprensión de la génesis y evolución de los problemas que se trata de resolver.

Estos problemas tienden a perpetuarse debido a la separación de los estudios sociales en disciplinas estancas. Un ejemplo muy ilustrativo es la institucionalización de la economía, la sociología y la ciencia política en carreras separadas. Además, estas disciplinas se han desacoplado de la reflexión filosófica relacionada con la definición de valores, bajo el pretexto o ingenuidad que esto entorpecería la búsquela de una supuesta neutralidad científica. Aquí yace el origen de la llamada conciencia tecnocrática. Nuestro desafío consiste en la reunificación del saber para comprender mejor los logros, fallas y paradojas de la sociedad en procura de la realización de los ideales emancipatorios de la modernidad.

No cabe duda de que esto puede derivar en una demanda de cambios culturales que reclaman la instauración de nuevos valores e intereses afines con la concepción de una moral y justicia de alcance universal propia de una sociedad cosmopolita. Por lo tanto, esta discusión no se agota en el ajuste superficial de las estrategias de desarrollo conocidas hasta ahora. Tiene que ver con los esfuerzos para superar los límites de las ciencias sociales heredadas del siglo XIX. Si la universidad da lugar a este tipo de discusión, podría calificarse como un agente privilegiado para el debate sobre la sociedad del futuro. Esta tarea solo podría cumplirse si sitúa el debate en el espacio público, esto es, el lugar donde acontece la interacción social significativa y mediante la cual se construyen las nuevas ideas y valores. Hoy día, ese espacio está constituido por las redes de comunicación multimodal.


[1] Habermas, J., “What does a crisis means today. Legitimation problems in late capitalism”, en Jürgen Habermas on Society and Politics. A Reader. ed. Steve Seidman (Boston: Beacon Press, 1989), pp. 266-288.

[2] Habermas J., “Technology and science as ideology”, en Jurgen Habermas on Society and Politics. A Reader, op. cit., pág. 252.

TAGS: #EducaciónSuperior #ForoValparaíso #Universidad CuartaRevoluciónIndustrial

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