¿Qué tienen en común programas televisivos como “El cubo”, “El momento de la verdad”, el auge de las fotos filtradas, de los youtubers y el polémico decreto que obliga a las compañías de telefonía a entregar la información personal a las autoridades? ¿Qué hay detrás de la irrefrenable necesidad de exteriorizar cada uno de los aspectos de nuestra vida cotidiana en las Redes Sociales? ¿Por qué la transparencia se ha vuelto una noción tan importante y deseada en la actualidad?
El siempre seductor deseo de conocer lo secreto y lo prohibido es un elemento fundante en toda interacción entre individuos; esa tensión entre lo que se desea revelar y lo que se mantiene en reserva alcanza un nivel inédito gracias a las redes sociales, vemos cómo una generación completa se caracteriza por exteriorizar hasta los detalles más íntimos de su vida cotidiana, nuevos best sellers y fenómenos editoriales en donde la fórmula se remite a la pretensión de ser auténtico y completamente honesto -pensemos por ejemplo en “Joven y alocada” o “Relatos de una mujer borracha”-. Paralelamente, la tecnología ofrece formas de vigilancia que permiten desnudar la realidad como nunca antes se vio -en este contexto podemos mencionar el VAR y la implementación de los drones de vigilancia en Las Condes-.
El caso es que, actualmente, estamos siendo testigos de un proceso de transformaciones que trastocan la tradicional división entre espacio público y espacio privado. Estos procesos tienen implicancias directas en la constitución de nuestra identidad. La reflexión de esta breve columna se encuentra dirigida a constatar y comprender el desdibujamiento de sus fronteras.
Pero, ¿qué se entiende por privado? La privacidad, entendida como la acción de mantener una distancia voluntaria del colectivo, se comprende como un ámbito fundamental para la salud mental. Llevada hasta el sitial de la sacralidad en la cultura occidental gracias a la burguesía puritana, para autoras como Helena Béjar y Paula Sibilia la esfera privada es el resultado de una construcción histórica que se consolidó a través de la lectura en solitario de novelas o el hábito de escribir diarios íntimos. Estas prácticas, que alcanzaron un auge en el siglo XIX, constituyeron verdaderos dispositivos de autoexploración. Así, el ámbito privado fue el espacio ideal para la introspección y el examen de conciencia como formas de construcción del Yo.
¿Qué tienen en común programas televisivos como “El cubo”, “El momento de la verdad”, el auge de las fotos filtradas, de los youtubers y el polémico decreto que obliga a las compañías de telefonía a entregar la información personal a las autoridades? ¿Por qué la transparencia se ha vuelto una noción tan importante y deseada en la actualidad?
Ahora bien, existe otro elemento que termina de articular este panorama: nos referimos a la noción de transparencia, la que inspira belleza o pulcritud. Para el filósofo surcoreano Byung-Chul Han vivimos en una sociedad donde la transparencia opera bajo el principio de la positividad: los individuos se comprenden como sujetos de rendimiento en una aparente libertad cristalina, transparente; el personaje símbolo de este escenario de libertad plena es el emprendedor, él es su propio jefe, él mismo se autoexplota, ya no hay organización colectiva que catalice el descontento contra el sistema como en la era industrial -obreros versus burgueses-, el sujeto de rendimiento es el único responsable de su realización personal y asimismo es el único responsable de su fracaso. De esta manera, la frustración se redirecciona hacia sí mismo, generando una ansiedad permanente por no poder rendir lo suficiente -ideales que nunca se pueden concretar-, dando como resultado el agotamiento permanente y probablemente, depresión. En este contexto, lo transparente opera como un nuevo panóptico digital, es decir como un dispositivo de control que funciona cuando el sujeto se desnuda no por una imposición externa, sino por una necesidad creada de renunciar al “ámbito privado” por su exhibición. Muy parecido a lo que Gérad Wajcman denomina el “Ojo absoluto”. El fondo de esta cuestión es que al desnudar y trasparentar todo, los objetos pueden ser mejor controlados, vigilados y dirigidos.
En nuestro país, dicho proceso de transformación es posible de rastrear en algunos hitos de gran impacto mediático, dos casos emblemáticos de este paradigma fueron el proyecto Fondart conocido como “Nautilus, casa transparente” en 2000 y la fotografía masiva de desnudos en 2002 por Spencer Tunick, los que causaron gran revuelo en su momento.
En suma, transparencia y exteriorización de la intimidad constituyen dos expresiones de un nuevo régimen de producción de subjetividades, es decir, de nuevas formas de ser y estar en el mundo social. Pasamos de una identidad construida bajo el refugio de nuestro “mundo interior” o esfera privada -“introdirigida”-, a una que configura su fisonomía en función de su nivel de sobreexposición -“alterdirigida”-. El desafío es, de aquí en adelante, tratar de comprender las implicancias a nivel social y psicológico que conllevan este giro y, por supuesto, en el análisis de lo transparente como el reflejo que una sociedad de despliega mecanismos de control cada vez más invisibles y sutiles.
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