El brutal crimen de Daniel Zamudio, y si la no existencia de una Ley Antidiscriminación puede ser considerada un elemento causal del mismo, han comenzado avivar un viejo y más profundo debate en torno a la desigualdad y la igualdad. En diversos sitios, se pueden leer opiniones divergentes con respecto a esto, e incluso -irónicamente- intolerantes en torno a expresiones distintas.
Un aspecto relevante es que el debate en torno a la igualdad sigue desarrollándose y considerándose saldado en base a ciertas etiquetas y no en base a argumentos necesariamente. Así, se presume en términos absolutos, que la igualdad es un valor en sí, que debe ser llevado al máximo, o que la desigualdad es un desvalor que debe ser suprimido. Al revés ocurre lo mismo, algunos ven la igualdad como un desvalor y la desigualdad como un valor. Todo adornado con etiquetas varias -fascista, comunacho, derechista, izquierdista- según el interlocutor y la idea que enarbole.
Lo interesante es que en el caso de Daniel Zamudio, no se respetó ni la igualdad a la que él tenía derecho, ni la desigualdad a la que también tenía derecho como un ser único.
No se respetó el derecho a la igualdad en su sentido más básico, en cuanto a que su vida debe ser respetada como lo merece la existencia de todo ser humano, en tanto dueño de su cuerpo y su vida. Si alguien no respeta ese aspecto básico de otro, no puede luego hablar de extender otros derechos, menos de igualdad.
Tampoco se respetó su derecho a la desigualdad. Es decir, de ser, pensar, sentir y actuar distinto a otros, y de ser respetado de manera igual como un ser humano único desde esa diferencia. No se respetó su derecho a ser distinto y por tanto respetado de manera igual que el resto.
Una cuestión triste e irónica, es que quienes golpearon brutalmente a Daniel, no sólo no lo vieron como un igual en tanto ser humano, sino que simultáneamente, llevan a cabo su acto valoran el igualitarismo, porque entre otras cosas, tienen como dogma central, establecer una sociedad donde presumen que todos deben ser, pensar, sentir, creer y actuar igual. Es decir, tienen un dogma que no acepta ninguna clase de desigualdad, ninguna diferencia.
Lo interesante es que al pensar qué harían estos tipos si tuvieran poder, lo más probable es que impondrían por ley –por coacción- su pretendida igualdad racial, persiguiendo a todo aquel que fuera desigual o que cuestionara su dogma de igualdad o las formas en que lo imponen. En otras palabras, estarían quebrando el principio de igualdad ante la ley, pasando a imponer su igualdad particular, a través de la ley.
Lo anterior implicaría una cosa clara: llevarían a extremos intolerantes y claramente totalitarios, la instauración de su paraíso igualitario. La igualdad perdería valor en sí, para volverse un instrumento del despotismo de unos cuantos.
Por eso, al hablar y discutir sobre igualdad y desigualdad, hay que tener presente que todos somos iguales en tanto seres humanos, por tanto, tenemos derecho a pensar distinto y actuar distinto, incluso con respecto a ese tema. En ese sentido, tenemos derecho a ser desiguales.
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Foto: Amis Segovia
Comentarios
29 de marzo
Pienso que hay una confusión entre niveles lógicos aquí: un nivel más concreto es de la diversidad o diferencia, que es lo más aparente (por ejemplo, la diferencia entre los sexos) y otro nivel más abstracto que es donde aparece la desigualdad como injusticia (inequidad o, como se decía antes, iniquidad). Es evidente que la diversidad es una condición para la existencia de riqueza en cualquier sentido; lo homogéneo denota esterilidad. En cambio, la igualdad como justicia apunta al restablecimiento de un equilibrio sin el cual no hay paz, es decir, la desigualdad acarrea el conflicto. Entonces una sociedad abundante y pacífica sólo es posible integrando estos dos niveles. Una sociedad justa pero homogénea está condenada a ser pobre; una sociedad diversa pero injusta, está condenada a la guerra interna.
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30 de marzo
Creo que la confusión que planteas es más bien artificial, pues el nivel concreto de la diferencia que planteas está ligado con la de la diferencia como injusticia.
Y lo clave para entender aquello es que la diferencia no se da sólo en el plano físico, sino también mental. La gente piensa distinto, elabora ideas distintas, emociones distintas y por tanto acciones distintas. No somos autómatas en ese sentido.
Lo anterior incide en que las personas tienen concepciones diversas sobre lo que es justo, o sobre la igualdad como justicia.
Y esa discusión en cuanto a lo justo, ha generado debates complejos como por ejemplo, el planteado por Rawls.
Cuando dices: “la igualdad como justicia apunta al restablecimiento de un equilibrio sin el cual no hay paz, es decir, la desigualdad acarrea el conflicto”.
Pero surgen dudas, ¿Quién restablece qué equilibrio? ¿Con qué derecho? Porque restablecer implicar reponer algo que ya existió. ¿Y cómo se repone? ¿Por fuerza, consenso? ¿Cuál equilibrio, uno basado en la idea de buen salvaje, de nuevo hombre? ¿De una sociedad comunitaria, pero cuál?
Por lo mismo, no sé si se puede hablar de una sociedad justa pero homogénea. Es una especie de contradicción, porque la justicia permite la diversidad.
Una sociedad abundante y pacífica surge de la libertad, es decir del respeto a las diferencias, pues desde aquello, el ser humano coopera, se ayuda mutuamente y se organiza. El sectarismo, en cualquiera de sus formas, empobrece, material y espiritualmente. La realidad lo ha demostrado siempre.