Al comenzar la pandemia dos voces asomaron de inmediato en el debate: la biología y la filosofía ¿el tema en común? La muerte. Desde esa provocación los debates sobre el Covid-19 entre Slavoj Žižek, Judith Buttler, Jean Luc Nancy, Giorgio Agamben y Byung Chu, entre otros, propusieron repensarnos a propósito de esa manera existencial. Repensar el mundo, su economía, cultura, normas, valores, etc. Frente a la contingencia, se modelan hipótesis sobre el futuro de la humanidad, desde una perspectiva crítica. Desde la experiencia de la crisis se motivará un cambio inevitable, donde el conjunto de mantras económicos que rigieron desde la crisis de los 70 quedarían fuera de juego. Desde la perspectiva de Žižek, se expone que el colapso global que empujó la pandemia ha logrado evidenciar el fracaso del proyecto neoliberal, lo que instala una bifurcación tan importante como la que sufrió el mundo un siglo atrás, en la crisis del 30: una reforma liberal radical o un proyecto alternativo, de orientación socialista, comunitaria.
En una crisis como la actual la filosofía ha recobrado la misión de debatir ahí donde la ciencia se siente incómoda, y donde esta vieja disciplina ha mostrado una vigencia ininterrumpida desde Grecia y Roma hasta nuestros días. Este espacio de reflexión ha estado no solo en la primera parte de pandemia, sino en que cada una de las pandemias anteriores. Es que tanto la filosofía como la religión se han hecho cargo históricamente de lo que la certeza no puede responder. De lo que el hombre no alcanza a dimensionar, y, finalmente, de las preguntas existenciales centrales: ¿de dónde venimos? (origen) ¿cuál es el sentido de la vida? (desarrollo) ¿adónde vamos? (muerte).La llegada del Covid-19 y su materialización a partir de las cuarentenas y el fantasma de la enfermedad fatal rompe el enunciado cortoplacismo pensante para enfrentar a todos por igual a la idea de la muerte.
Si rebobinamos un poco, con anterioridad a la pandemia gran parte de las personas mientras estaban imbuidas dentro de la actividad laboral y estudiantil evidenciaban pensamientos de corto alcance. El trayecto vital trabajo-casa, la burbuja de amistades y familia, y la pauta alienante de los medios de comunicación generaban gran parte de las experiencias mentales cotidianas, pese al quiebre potente que significó el estallido social en Chile. La llegada del Covid-19 y su materialización a partir de las cuarentenas y el fantasma de la enfermedad fatal rompe el enunciado cortoplacismo pensante para enfrentar a todos por igual a la idea de la muerte.
Los efectos de este trabajo filosófico global, hecho de manera inconsciente y no planificada, se han expresado en cambios en las expectativas de millones de personas, que han dejado sus ciudades, trabajos e incluso familias en busca de nuevos horizontes. En Estados Unidos este fenómeno lleva el nombre de the big resignation (la gran renuncia) que ha llevado a millones de personas en el mundo anglosajón a abandonar ciudades y trabajos y aventurarse a nuevas vidas a escala humana. Se estima que este fenómeno está trayendo enormes costos para el Gran Capital, y aún no hay mecanismos para afrontarlo.
Hoy, tras la masiva vacunación mundial el fantasma de la muerte pierde forma, pero sus efectos en la psique colectiva, no. Entramos a una nueva fase de desarme del modelo regente en la cual el orden establecido se viene abajo, algo que en Chile toma particular intensidad. Žižek plantea que nada volverá a ser igual en el mundo tras la pandemia. En su libro Pandemia (Anagrama, 2020) se expone que la decisión sobre un giro civilizatorio sea cerca aceleradamente. “Comunismo o barbarie”, sentencia, tras una experiencia vital de liberación que se transforma en un acto sin vuelta atrás en búsqueda de la redefinición de ser humano
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