El trabajo ha tenido muchos significados. En la actualidad, el concepto está limitado a ciertas funciones que puede cumplir un ser humano en el siglo XXI para entrar al mercado y al consumo, de acuerdo a sus competencias en las que se desempeña en la economía. Sin embargo, el concepto de trabajo no siempre ha sido el mismo.
Desde los inicios de la humanidad, se sentó una constante que caracterizaría la palabra trabajo: la necesidad de subsistir. Pero esta necesidad era buscar alimento en un medio ambiente hostil lleno de peligros. Las primeras sociedades fueron cazadoras-recolectoras y para este fin formaron bandas y tribus, que actuaban en solidaridad y comunidad.
En la Antigüedad, los griegos llamaron a la areté (virtud) a toda ocupación que pudiera ennoblecer a una persona. Alguien era un aristócrata si pensaba y reflexionaba de acuerdo a este principio; el ser privado de libertad podía ensuciarse las manos en actividades en los que los aristócratas no querían. Podían ser desde filósofos hasta escritores. Lo mismo entendieron los romanos con el otium (hacer lo que un le gusta) y el antónimo de esto, el negotium (no hacer lo que a uno le gusta). Etimológicamente hablando, la palabra trabajo viene del latín tripalium, es decir, un tipo de látigo que se le aplicaba a los esclavos.Hoy el malestar no tiene por donde encauzarse o a apelar a una solución socialista. Vemos sociedades y un hombre, según Tomás Moulian, “el consumo lo consume”.
En la Edad Media, es bien conocido el ritmo de los trabajos que se llevaban a cabo por la servidumbre hacia el señor, que es detentador de un poder que le encomendaba a sus subalternos, que todo hombre mediante el homenaje podía ser bueno y tener una relación armónica con Dios. La Iglesia Católica condenaba a todo holgazán que no hacía nada. De ahí viene el pecado de la pereza.
En la Edad Moderna, con la centralización de los Estados y la expansión comercial, surgió una nueva clase social, que se preocupó de aumentar sus ingresos y era más dinámica que la nobleza. Esta era la burguesía. Así, con el correr de los siglos, la llamada “rueda de la historia” fue categórica: sepultó en la Revolución Francesa todos los privilegios de su clase dominante: la nobleza. La Revolución Industrial daría el sustento material a la burguesía, demostrando que, en ese momento, ser trabajador y honrado podría llevar al éxito.
La Edad Contemporánea, sin embargo, llevaría a la reformulación de la conceptualización del trabajo en ámbitos diversos. Surgiría por acción burguesa, todo tipo de riquezas y maravillas que describían Karl Marx y Friedrich Engels en su famoso manifiesto, pero llevan en sí el germen de la explotación del hombre por el hombre. Es así como se manifiestan dos clases antagónicas que se enfrentan a los vaivenes de la historia. Esta clase popular, busca la legitimización de su poder en el mundo del trabajo y sólo esta clase (y no los pícaros, ladrones, sinvergüenzas, etc.) puede llevar a la revolución mundial, según Marx. Esta clase es el proletariado. Esta clase es la única con conciencia, que ve como sus condiciones de trabajo pueden ser precarias y la única que ve como su trabajo no es valorado en su totalidad. De ahí, al no poder obtener todo lo que desea, llevaría a su grupo a una lucha de clases con la burguesía, por medio de la revolución mundial, y si es así, hasta recurrir a las armas.
Lo anterior lo entendió muy bien, a inicios del siglo XX, Vladimir Ilich Ulianov (Lenin), junto con el partido bolchevique de Rusia. Pero ahí no existían trabajadores organizados; tenía un campesinado hambriento e inculto y un proletariado explotado e incipiente, que encabezara la revolución mundial. Así transcurrió el siglo XX en la periferia: revolución tras revolución fallida o no, pero todas decían lo mismo o casi lo mismo. Durante este siglo, se debía acabar con la concepción del trabajo que llevaba a la explotación y a la acumulación sin control del capital de cualquier tipo. Para ello, el Estado llevaría a cabo el control del capital (medios de producción), para ser repartido equitativamente. A pesar de lo anterior, se crearon regímenes y sociedades demasiado estatizadas, cayendo estos regímenes socialistas en 1991.
Hoy el malestar no tiene por donde encauzarse o a apelar a una solución socialista. Vemos sociedades y un hombre, según Tomás Moulian, “el consumo lo consume”. Hoy se tiene que ser exitoso consumiendo más. Es decir, como señala Byung Chul-Han, hasta autoexplotarse, es decir, negar que el acto de trabajar mal no es culpa del otro, como la burguesía, el Estado, la pequeña burguesía o el medio ambiente; sino- al caso más patético- el culpable es uno mismo.
Es obvio que alguien no llegue a comprarse un Ferrari, pero en el camino a muchos se les olvida eso. Lo mejor, es detenerse y preguntarse si hoy existe negociación colectiva, partidos que apoyen efectivamente a los nuevos obreros, un sistema educacional equitativo y ayudas financieras para hacer que el trabajo no sea un tripalium o un flagelo contemporáneo. El mejor homenaje y conmemoración a los trabajadores es hacerse estas preguntas.
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