En Aysén he visto de todo.
He visto aiseninos y aiseninas marchar y defender su tierra como forma de honrar a sus ancestros. Y también a afuerinos y afuerinas que hicieron lo propio, conscientes de la necesidad de conservar lo hermoso del nuevo hogar que les acogió.
He discutido con locales de lamento perpetuo por lo duro de la vida en Aysén, igual que con avecindados que no soportan el frío, la nieve y la escarcha, luego que por error aterrizaran por estos lados pasada la época estival. He conocido patagones cuyo principal objetivo es la riqueza material, en similar huella de nortinos para quienes el mantra es forrarse a como dé lugar.
He leído de héroes y heroínas que llegaron un día para quedarse y cuyos actos les aseguran varias páginas en los anales de Aysén; Luisa Rabanal Palma de las primeras, Antonio Horvath Kiss de los últimos que merecen mi respeto. Y me he encontrado con corajudes de raíces en la Trapananda que aportaron desde su arte al conocimiento de los matices y claroscuros de las épocas que les tocó vivir: Enrique Valdés ayer, Ivonne Coñuecar hoy, se me aparecen de asalto rápido en la memoria. Y, al contrario, me han contado de hombres y mujeres de estirpe muy originaria que mediante triquiñuelas y monopolios han empobrecido a las familias campesinas de Aysén.En Aysén reserva de vida se han fundido nacidos y criados con venidos y quedados. La única condición: albergar un cariño entrañable por la Patagonia
He visto multitudes siguiendo a líderes que llegaron recién ayer, seducidos por sus convicciones, al lado de muchedumbres que despreciaron a los propios porque a la primera de cambio vendieron sus ideales al mejor postor.
Me he topado con Aysén y Aisén; con aiseninos, aiseninas y aisenines; virtuosos y ladrones; iletrados y cultos; heroicos y cobardes; humildes y soberbios; del campo y la ciudad; bakianos y ahítos de urbanidad; herederos de pioneros chilotes, unioninos, extranjeros; de origen mapuche-huilliche y winka; chovinistas y globalistas. He tropezado con patagones y patagonas de izquierda, centro, derecha, anarkos y no partidistas, pinochetistas y demócratas; de jockey, boina y sombrero alón; acogedores y excluyentes; pequeños, jóvenes y viejos; pobres, ricos y clase media. Lo mismo que afuerinos y afuerinas que, como crisol donde se funden las circunstancias de la vida, son reflejo de la muy real diversidad.
Porque de todo hay en la viña del Señor.
He compartido con nietos de pioneros que conmemoran su identidad, pero a la vez con los que vibran solo con películas en inglés. Y he sabido de los profesores allegados que les educaron y de los que han parido obras que desentrañan la historia de Aysén, aportando a la construcción de identidad mucho más que locales cuya mayor proeza se queda en el posteo de red social. Eso lo supe cuando junto al muy oriundo Nelson Huenchuñir alguna vez publicamos un texto que merodea por la historia, cultura, música, y dichos y frases de esta tierra. Cuyas fuentes principales fueron, cómo no, nacidos a este y al otro lado de la juntura del Palena con el Rosselot. O si se quiere, al norte y al sur del Reloncaví.
Están los que nacieron, se fueron y olvidaron, así como los que llegaron, se quedaron y siempre recordaron. Hay los que nunca reconocerán que hubo un pueblo que estuvo primero que los primeros, pero también deambulan por ahí los que desde la sencillez asumen que no somos más que un peldaño en el camino de la identidad. Están los que arribaron y desarmaron la maleta, así como los que nacieron y viven presurosos de levar anclas. Están los foráneos y originarios que odian a todo el que esté al frente, pero también los y las que no han tenido problemas en cruzar la pampa o el mallín, enamorarse y formar un hogar.
Sé de un alcalde que hoy aviva la cueca con la oriundidad para fomentar el extractivismo y la depredación… en cuya partida de nacimiento se lee Osorno. Sí, de todo hay en la viña del Señor. Tanto que el ultraderechista Sebastián Izquierdo Almarza nació en Puerto Aysén. Porque como el mundo ha conocido de colonialismo invasor, ha sabido también de horrores en nombre de la raza y la identidad.
No es este un debate original. No es exclusivo de Aysén, se ha dado en toda época, en toda latitud. Varias guerras, una mundial inclusive, han tenido su germen en este sentimiento, que se ancla a una sensibilidad bien propia de la humanidad. El sentido de pertenencia.
El pasado es fundamental. El árbol sin raíces será arrasado de la tierra a la primera ventisca de adversidad. Bien dicen que quien no conoce su historia, no tendrá guía que le oriente en su camino hacia el futuro. Son los de ayer los que construyeron los puentes que nos conectan con el existir actual. De eso no hay duda.
Pero la vida, la existencia, es también posteridad. ¿De qué sirve honrar los ancestros si no se está disponible para defender el legado? Vivir a crédito de logros que otros allá antaño alcanzaron no parece tener mucho mérito. La decisión de permanecer en un territorio, echar las raíces que le fueron esquivas al nacer, arrastra la voluntad de saber que los propios actos te afectarán a ti y a los tuyos.
En Aysén reserva de vida se han fundido nacidos y criados con venidos y quedados. La única condición: albergar un cariño entrañable por la Patagonia. Y, de paso, por la vida en todo lugar, porque el urgente llamado de la tierra, el aire y el mar es Planeta, reserva de vida.
Así lo pienso yo, llegado hace un cuarto de siglo. Así lo piensa mi mujer, también, cuyos ancestros pisaron por primera vez este suelo hace ya más de 100 años y me dijo sobre este texto dale, sobre el pucho la escupía.
Así, estoy seguro, lo piensan muchos y muchas que, a estas alturas, no se fijan demasiado en la partida natal si la intención se traduce en aportar.
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