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Entre la buena voluntad y el prejuicio

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"Algunos dirán que ninguna autoridad de gobierno culpó al pueblo mapuche directamente y así es, pero en comunicación política, tanto o más importante que lo dicho, es lo que la gente entendió como mensaje y ese fue claro: Mapuche = Incendio = Terrorista".

Tiene razón, en mi concepto, el abogado y diputado UDI Gonzalo Arenas, cuando hace la afirmación con que abro este artículo. En contextos multiculturales, como lo es Chile y en particular la Región de la Araucanía (donde hay una población mapuche que representa el 25% de la población total regional), el cómo se dicen las cosas cuenta, a la hora de cultivar buenas relaciones interétnicas e interculturales.
 
Y cuenta por algunas razones, de las cuales destacaré dos, no difíciles de entender. Primero, porque acusar a alguien de un ilícito sin mediar una investigación y un juicio de por medio, que aporte pruebas contundentes e irrefutables de la intencionalidad de alguien en causar daño “terrorista”, es pura mala leche. Al cabo no hay que olvidar que la presunción de inocencia con que opera –o debería operar- la justicia, también es válida como principio y valor para con los mapuches.
 
En esa dirección, al Ministro del Interior le correspondía morderse la lengua antes que lanzar hipótesis al boleo de culpabilidad, pensando en voz alta en los mapuche de la CAM, alusión que fue entendida por gran parte de la comunidad mapuche, como el inicio de un pogrom hacia el pueblo mapuche. El dirigente y líder mapuche José Santos Millao, que no tienen nada que ver con la CAM (a cuyos padres le quemaron la casa), y que es considerado por rivales mapuches como “cooptado” (ha sido representante mapuche en la Conadi desde sus inicios), lo puso en estos términos: “declaración de guerra para nuestro pueblo”.
 
Segundo, el estilo del discurso cuenta porque en Chile, y los mapuches no escapan a ello, a diferencia de culturas como la anglo-norteamericana, en que se fomenta el “ve al punto” ("get to the point"), la gente manifiesta preferencia por la comunicación indirecta, por el rodeo o el irse por las ramas. En el caso de los mapuche, como me ha tocado observar, la gente –por lo general- se cuida de no romper armonías bruscamente, por lo cual las verdades a raja tabla son sacrificadas en pos de este principio. Son intercambiadas de una manera más sutil, pausada, construida contextualmente. De ahí que, plantear con convicción hipótesis de culpabilidad a priori (ni siquiera verdades consagradas), no es bien visto.
 
Chile arrastra una herencia cultural de la cual es hora ya de irse desprendiendo, en beneficio de principios democráticos y de tolerancia. Y esa no es otra que la de ser un país en donde se cruzan acusaciones o imputaciones a destajo (independiente del grupo social al que se pertenezca), en forma irresponsable y precipitada. En algunos casos ellas se ventilan públicamente. Muchas de ellas no llegan nunca a tribunales. Y en pocos casos los afectados se querellan (esto de común no ocurre en sectores populares, donde no hay medios para contratar abogados, y las cosas se dejan pasar confiando en que el tiempo borre los efectos).
 
Este hábito cultural, repugnante, es tanto más peligro y dañino para la salud de la sociedad en su conjunto, cuando lo practican quienes están en una situación de poder. El Ministro del Interior ya tiene antecedentes de haber obrado de esa forma. Recordemos del caso del pakistaní. Y si incluimos administraciones anteriores, podríamos concluir que se ha hecho un deporte incriminar a mapuches en forma irresponsable desde el Estado.
 
Es cierto que se ha imputado a algunos (y en causas realmente cuestionables como resultado de la aplicación de la ley anti-terrorista, que permite el uso de testigos encapuchados y a sueldo); pero no es menos cierto que gran parte de los acusados terminan absueltos, luego de pasar tiempo encarcelados mientras se desarrollan los procesos judiciales. Y, lo que es peor, nadie pide disculpas ni hay reparos para quienes han sido victimizados. No las pidió Hinzpeter respecto del ciudadano pakistaní, ni ministros anteriores respecto de mapuches absueltos. Nadie asume responsabilidad por los errores/horrores que las calumnias e intrigas provocan a las víctimas de ellas.
 
¿Ha caído el gobierno en una trampa al asociar Mapuche = Incendio = Terrorista?
 
Arenas cree que el gobierno ha caído “en la trampa del ‘incendio mapuche’, estableciendo así el mejor escenario para los grupos más extremos como la CAM”. En su opinión, ‘el gobierno entró a jugar su política indígena en la cancha de los dirigentes más extremos y radicales’, en desmedro de aquellos mapuches buenos que solo buscan enriquecer las sociedad estatonacional con su ‘conciencia étnica inclusiva’”. 
 
Yo pienso, en cambio, de acuerdo a mi propia subjetividad, que el equívoco en la política indígena del gobierno (si existe tal pues no me queda claro cuál es), no es haber caído en la trampa del incendio; sino no haber salido nunca de una trampa anterior, en la que cayeron algunos antepasados chilenos y en la cual se encuentran empantanados. Me refiero a un estado de la mente que los lleva a asumir la relación mapuche-chilenos en términos racistas y colonialistas.
 
Por lo anterior, la explicación a la no integración de los mapuches en la sociedad estatonacional, a que alude Arenas en su escrito, no hay que buscarla en las sicopatías de los mapuches (mentalidades afiebradas: terroristas), sino en los que he aludido al final del párrafo anterior. La integración ha sido frenada desde siempre por los propios colonizadores, quienes lejos de aceptar a los mapuches como son, los han querido transformar (“civilizar”), despojándolos previamente de sus bienes materiales (su territorio, la tierra), para transformarlos en ciudadanos de última clase (sin representación política propia en los organismos del Estado), en un país de castas, familias u apellidos en que la movilidad social es un chiste, particularmente para “indios” (aunque ostenten títulos universitarios).
 
El país no tiene, ni tuvo ayer, un proyecto seductivo e igualitario de integración de las minorías, que enfrente seriamente el problema de la segregación hacia ellas en todos los planos, porque sus elites políticas no vieron ayer ni continúan viendo hoy al “indio” como un ser humano igual. El delirio aristocrático, el racismo, el colonialismo, la ineptitud y el clientelaje que practican algunos con o en el poder, lejos de esfumarse, empeora. Remoto parece estar el día que añoran algunos mapuches, incluida la CAM, en que sus ideas no sean perseguidas ni demonizadas, ni requieran de intermediarios para hacerse escuchar en los centros del poder, a diferencia de lo que ocurre ahora sin que algunos se ruboricen: “Si alguien puede hablar en el Parlamento por los mapuches soy yo” (Senador Espina, RN, atribuyéndose la vocería de los mapuche, El Mercurio 01/08/2012).
 
* José Marimán es Doctor en Ciencia Política.
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