Sin que resulte un debate especialmente profundo, en estos días se ha podido ver la proliferación de comentaristas respecto de las consecuencias del fútbol y su excesos este fin de semana en Valparaíso, de hecho esta columna es prueba de ello. Los hay radicales que piden cárcel, imposibilidad de entrar al estadio y, en definitiva, las penas del infierno para los “flaites” y “delincuentes»; los hay también, que culpan al Gobierno y la falta de seguridad, a los Clubes y su responsabilidad en la seguridad de los estadios… pero en general, pocos culpan al que a mi juicio, sostiene la responsabilidad sobre sus hombros: la propia industria del fútbol.
Esta crisis y la particular reacción de seguidores y detractores explica magistralmente, desde mi perspectiva inmune, cómo la razón ha sido secuestrada por el paradigma creado en Chile por el razonamiento del modelo económico impuesto en otro tiempo. La industria del fútbol es una industria privada, es decir, una estructura formal, jurídica y con propósitos comerciales; que tiene unos dueños que invierten unos recursos para producir un determinado “bien” o “servicio” que les reporte utilidades.Deje de consumir los productos de la industria que lo machaca en las calles, le destruye el auto, le cobra un precio obsceno por una camiseta o por un canal exclusivo para ver sus partidos.
Convengamos entonces este primer punto: la industria del fútbol no es, al menos en su génesis, ni pasión de multitudes, ni fuente de patriotismo, ni manifestación del clamor popular, ni valor social, ni nada de aquellas sublimes propuestas que se suelen plantear. La industria del fútbol es un negocio, que tiene dueños y clientes, accionistas y usuarios, y que finalmente, como otros negocios, busca ganancias, beneficios, dinero. Soterradamente, antes de las Sociedades Anónimas, y más abiertamente, desde su implementación.
Entendido esto, ese negocio crea deliberadamente fenómenos de pertenencia, vincula a sus clientes/usuarios con su producto/servicio, de manera muy eficiente por cierto, hasta alcanzar niveles de compromiso que pocas marcas o compañías han conseguido. Quizás podría compararse con la propaganda de antes de la guerra fría en el sector oriental del planeta o el sentimiento patriótico desencadenado por la propagada norteamericana ya iniciada la segunda guerra mundial. Tristemente, y muy contemporáneo, podría comprarse con el engagement que consiguen los grupos radicales islámicos. El fútbol (su industria) crea entonces, mediante técnicas clásicas de marketing, hinchas y barristas “bravos»; incluye, acepta y recoge segmentos sociales con escasas regulaciones morales y flacos marcos intelectuales, para ser parte de esta pasión; aliena, diluye identidad, masifica, y finalmente controla comportamientos que conducen al consumo y, por tanto, al fin último de su existencia: la ganancia.
Hasta aquí, particularmente para un hombre de negocios, todo estará bien, no hay nada raro en estas cosas. Una empresa genera un proceso de marketing audaz y efectivo que logra tal nivel de compromiso entre sus clientes/seguidores/fans/barristas, que son capaces de saltarse la ley (no solo la de los hombres, sino también la natural, la de respetar la vida) en honor a sus emblemas, y todo esto le reporta cuantiosos beneficios económicos.
Ahora veamos el caso, por ejemplo, de cualquier espectáculo masivo, organizado por una agencia y con unos niveles de compromiso y convocatoria muy importantes, capaz de concentrar grandes cantidades de gente (tal vez Lollapalooza o Creamfields o Mysteryland). Personas que gastan el dinero que no tienen en ese ticket, que están dispuestos a pasar horas de pie para “pertenecer” a este espectáculo que los coloca en una suerte de “elite” de segmento que está por sobre los demás. Bien, quienes organizan estos conciertos son también una sociedad comercial constituida a fin de generar beneficios económicos.
¿Quién es el responsable de proveer seguridad, protección y de evitar la alteración del orden público cuando hay un recital masivo? ¿qué decisiones toma la autoridad cuando una actividad comercial supone un riesgo para la comunidad?
Estas interrogantes ayudan a comprender mejor quién podría ser responsable de los desastres que deja el espectáculo comercial de fútbol; las acciones de los clubes y del neoliberalismo han convencido a los chilenos de que el fútbol es algo así como el rito popular que sublima al pueblo y le permite alcanzar la espiritualidad, o que es tal vez un tradición milenaria que practicaron nuestros pueblos originarios y se ha trasmitido de generación en generación y esta condición casi antropológica lo libera de las normas que rigen al resto de las actividades comerciales en nuestro país. Pues no, el fútbol (el industrial, no el de la multi-cancha) es un negocio, como cualquier otro, y por tanto debe ser tratado como tal.
Insto a los defensores de la industria del fútbol a enumerar los beneficios que trae este negocio a los chilenos, para luego comparar esa lista contra la de los perjuicios, creo que no cuesta mucho suponer quien gana.
Es el Estado a través de su administración el encargado de velar por el “buen comportamiento de las empresas”, de regular el desarrollo del libre mercado y su autodeterminación. Sin embargo, sabemos que hemos heredado un Estado pequeñísimo, incapaz incluso de regularse a sí mismo. Por tanto, mientras no seamos capaces de legislar para asegurar un Estado capaz de regular y controlar, tendremos que confiar en nuestra propia voluntad y capacidad de castigar a las empresas que no cumplen con las reglas.
Así como usted deja de ir a un restorán que le sirve comida en mal estado, deje de consumir los productos de la industria que lo machaca en las calles, le destruye el auto, le cobra un precio obsceno por una camiseta o por un canal exclusivo para ver sus partidos. Una industria que le impone precios altísimos mientras financia a delincuentes con bombos y nombres salidos del coa penitenciario y a otros con corbata y auto caro.
Hace falta despertar del embrujo, de lo contrario, amantes y enemigos del fútbol tendremos que seguir secuestrados, mientras la delincuencia campa a sus anchas por las calles y las salas de directorio, ante las atónitas pero ya no incrédulas miradas de los chilenos “normales”.
Comentarios
10 de diciembre
Interesante columna de mi compañero de curso, José Luis Meza. La industria tras el fútbol. Sin necesidad de sorprenderse, pero sí de darse cuenta. El marketing que ofrece, cautiva, consume y genera cambios. Que crea valores delante de la marca. Me reconozco parte de éste, como cualquier ciudadano, sin necesidad de tomar palco desde la intelectualidad, que a veces tiene a sus representantes entre la bipolaridad de mostrarse distante y en otras amarlo. Y sobre el fenómeno criminal, es claro que hay un negocio que proteger. Miren este documental de Canal Plus https://www.youtube.com/watch?v=Zi8HZCFcB5w
+2
10 de diciembre
Acertado diagnóstico, sin embargo, el único tratamiento que se me ocurre es demasiado caro: educación.
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13 de diciembre
Curiosamente no sé si educar sería más caro de lo que resultan ahora los intentos por mantener la seguridad, el plan estadio seguro hasta ahora le costó a los chilenos más de 7.400 millones y supone 1.300 para e próximo año. No creo que el estado deba estar pagando por los costos del enriquecimiento de los dueños de las industria. Me parece que sanciones drásticas, como prohibición de funcionar, podrían jugar el rol de la educación. http://www.economiaynegocios.cl/noticias/noticias.asp?id=210414