Desde los inicios de la historia de la humanidad, las personas nos desarrollamos en comunidad. Nos vinculamos el uno con el otro por afinidad, por ciertos gustos, por creencias, ideologías, por amor. Pero en toda esta unión surge algo que en la era de la postmodernidad se ha ido perdiendo como valor, como pilar de construcción: el compromiso.
El individualismo y el capitalismo han hecho que cada uno viva de manera independiente al resto, sin necesitarse; sin comprenderse; actuando de forma autómata, sin tener la capacidad de pensar que, las consecuencias que toman, afectan a un colectivo o, aun más intimo, a un otro. Hay un otro que se ve afectado en la toma de mis decisiones (sean estas correctas o no) y hay que recordar que en la construcción de la comunidad, primero se necesita un otro, es decir, dos personas interactuando, compartiendo, comprometiéndose. Eso es justamente lo que nuestra sociedad, si aun podemos llamarla así, ha olvidado: “Se necesitan dos para bailar el tango” dice un famoso dicho popular.Y si esa energía humana, no es otra que el amor recíproco, ¿Qué es? El miedo a ese amor, y su ausencia hace que huyamos despavoridos ante la posibilidad de relacionarnos el uno con el otro, de construir una base y de ahí una comunidad, una sociedad. Ese gran mal está dado por el individualismo en que nos vemos sumergidos día a día y que no nos deja mirar un poco mas allá de nuestra propia imagen
Ya en los años 80, la reconocida doctora Lola Hoffman planteaba los primeros análisis del comportamiento de las personas en sociedad, del uno con el otro. En su inmensa sabiduría transmitida a su discípulos como el doctor Humberto Maturana y recogidas en el libro de su nieta Leonor Calderón, La Revolución interior, explicaba que la energía humana era tan potente entre uno a otros a través del amor y del compromiso que si «toda esa energía moviese a todo el mundo y fuese comprendida y asimilada por la humanidad, entonces, no habría más odios ni divisiones, no habría más separación». Ahí estaremos en el verdadero compromiso.
¿Y si esa energía humana, no es otra que el amor recíproco, qué es entonces? El miedo a ese amor, y a su ausencia hace que huyamos despavoridos ante la posibilidad de relacionarnos el uno con el otro, de construir una base y de ahí una comunidad; una sociedad. Ese gran mal está dado por el individualismo en que nos vemos sumergidos día a día que no nos deja mirar un poco mas allá de nuestra propia imagen.
Zygmunt Bauman en su reconocido libro Amor líquido ya nos habla de la fragilidad de los vínculos humanos. El encuentro entre los sexos es el terreno en el que naturaleza y cultura se enfrentan por primera vez, es el punto de partida y origen de toda cultura y si rehusamos a ese primer encuentro, a esa sinergia, caemos en la necesidad de suplir esa construcción en el consumismo. Y nuestras culturas se de-construyen, olvidándose en uno por el otro, pasando a ser este primer amor (o encuentro) en un bien de consumo y el compromiso en la forma de adquisición del mismo Cuando la calidad nos defrauda buscamos la salvación en la cantidad. Cuando la duración no funciona puede redimirnos la rapidez del cambio. Es esa proximidad virtual la que ha desactivado los mecanismos básicos del amor y del compromiso. Es esa inmediatez de las relaciones que nos hace sumergimos en un amor líquido.
Amar a otro requiere un acto de fe pero no una fe entendida desde la religiosidad, sino que de la fe interna, de la vulnerabilidad propia del ser humano, que lo hace frágil frente a otro. Pero ese salto a la fe, permite la construcción de la humanidad en si.
El tiempo siempre ha sido un gran aliado. No curará todas las heridas pero nos entregará los espacios necesarios para dar ese gran salto, de amar al otro, de crear esa energía y, cuando toda ese energía se una y se comprenda, tal vez (y así lo creo) se puedan generar cambios en las sociedades. Pasar de un individualismo e inmediatez, a una generación de comunidades y redes de apoyo, donde el espacio del uno con el otro sea tan necesario que no logre ser valorado desde el consumo. No tenga un valor transable. Tal vez, nos hagamos más consientes de las decisiones que tomemos y como impacta a ese otro. Ese amor nos haría pensar dos veces antes de tomar una decisión donde el otro se vea afectado. Hay que recordar que el otro es mi espejo. Si lo daño con una decisión, esa herida repercute en mi y en la comunidad en la que me veo inmerso.
Pero primero demos el salto, de confiar y amar al otro. A lo mejor ese amor líquido se empieza a transformar en algo más sólido. Y de lo sólido se construyen bloques, de los bloque las casas, de las casas comunidades, de las comunidades naciones y de las naciones, humanidad.
Comentarios
05 de diciembre
«El amor no busca lo suyo; porque en el amor no hay ni mío ni tuyo. Ahora bien, mío y tuyo no son más que una determinación relativa a “propio”; por lo tanto, si no hay mío ni tuyo, tampoco hay algo propio; y no habiendo nada propio es, sin duda, imposible buscar lo suyo (…)»
Buena columna. Mi único temor es que si bien el amor, en tanto pulsión no racional, puede construir comunidades, e incluso la primera comunidad: la familia, también puede destruirlas en su versión más liberal de la expresión, así como lo dice Soren Kierkegaard en la cita anterior, es decir: el amor como lo suyo o lo propio, el amor propietario, que en realidad tiene más de consumo que de amor.
+1
05 de diciembre
Grax x leer la columna. Es asi. El amor en estos tiempos es desechable. Lamentable pero cierto. Saludos