Se nos fue el 2016, y con él uno de los años más duros, pero a la vez el más profundamente honesto, que yo recuerde en la quebrada Araucanía. Escribo esta columna mientras Brandon Hernández Huentecol se recupera de disparos a quemarropa, y por la espalda, de parte de un carabinero. Mientras comuneros aún no encuentran sentido a la emboscada ejecutada por miembros del GOPE, quienes dispararon con municiones de guerra, hiriendo de gravedad a dos de ellos. Mientras la Multigremial de la Araucanía critica fuertemente al Intendente por visitar a la Machi Francisca Linconao, aduciendo interferencia en el proceso judicial; pero cuando, en innumerables ocasiones, mapuche han sido falsamente condenados por testigos encubiertos y pagados, no levantaron ninguna protesta. Mientras la Presidenta aplaude la Mesa de Diálogo de la Araucanía y afirma que es un paso hacia el futuro.
Creo que este debe ser el año más honesto en la historia del conflicto. Porque se acabaron las máscaras y las palabras de buena crianza, se terminaron las mentiras y las frases que pintaban a la Araucanía como una región que quería un nuevo comienzo.
Más allá de la desatada violencia de Carabineros hacia las comunidades mapuche, que partió este año con el secuestro y tortura de comuneros, y está terminando con un menor de edad y otras personas baleadas en diversos hospitales; y más allá de la radicalización de nuevos grupos mapuche, cuyo corolario fue la quema de iglesias; creo que este debe ser el año más honesto en la historia del conflicto. Porque se acabaron las máscaras y las palabras de buena crianza, se terminaron las mentiras y las frases que pintaban a la Araucanía como una región que quería un nuevo comienzo.
Este año pudimos comprobar que la justicia en el sur es racista, y que a los jueces y fiscales poco les importa el debido proceso cuando se trata de “indios”. Testigos encubiertos amenazados y pagados, montajes con municiones cargadas por carabineros, y condenas absurdas por el sólo hecho de ser mapuche ya dejaron de ser novedad. Un claro ejemplo: en Paillaco se detuvo el año pasado al colono alemán Broder Redlefsen por contratar sicarios para atacar a la comunidad Román Millapán. Más allá de ser formalizado, nada le ocurrió. Pero si un mapuche roba madera, arden las penas del infierno y desde todos lados se pide la maldita Ley Antiterrorista. Otro ejemplo: en mayo, un carabinero disparó a quemarropa a la comunera Ruth Meñaco; aunque el hecho fue grabado con un celular, aún ni siquiera se formaliza al uniformado. De hecho, a ninguno de los carabineros que han disparado, abusado, torturado a mapuche se le ha condenado.
Este año, también, se sinceraron las posiciones de los actores del conflicto. Por un lado, los grupos mapuche más radicales declararon sus intenciones de autonomía en el sur, llegando al extremo de quemar iglesias con tal de imponer su posición. Por otro, por fin los agricultores y colonos asumieron su racismo, llegando a criticar al Gobierno por querer estar, en palabras de la dirigente de agricultores de Victoria María Gloria Naveillán al Diario Austral de Temuco , “con Dios y con el Diablo”. Bastante claro creo yo el mensaje.
Fue este el año donde el conflicto se tomó las redes sociales, y hoy todo Chile se entera de lo que está pasando en el sur. Ya El Mercurio y los diarios conservadores no pueden plantear el conflicto desde su vereda racista, y han debido moderar su discurso antimapuche. Las redes sociales nos han permitido conocer los innumerables hechos de violencia en la Araucanía, lamentablemente la mayoría de ellos asociados a violencia policial contra comuneros mapuche.
Este fue tristemente el año en que el Estado, a través de sus fuerzas de orden, sinceró su posición respecto al conflicto: ni mil mesas de diálogo esconderán el hecho de que han elegido militarizar la Araucanía y reprimir, a toda costa, al movimiento mapuche con tal de proteger los intereses forestales. Hoy los carabineros actúan con una violencia nunca antes vista, sin miedo a represalias y en la más vergonzosa impunidad, porque saben que tienen detrás un Estado racista que los apoya. Lo que no saben es que este Estado no da la cara, nunca la va a dar, y ellos quedan como torturadores y asesinos frente a los ojos del mundo.
Y es por eso que este año me da esperanzas: más allá del anuncio de la Presidenta sobre la mesa de diálogo y sus conclusiones, que ojalá esta vez lleguen a buen puerto (aunque lo mismo dijimos de las innumerables otras mesas de diálogo que quedaron en la más absoluta nada), hoy sabemos por primera vez el nivel del conflicto que hay en el sur, qué busca cada parte y a qué extremos llegarán para lograrlo. Llámenme loco, pero siempre he creído que sólo desde las verdades se puede buscar una solución a tamaño conflicto.
Aún falta mucho por recorrer, pero despido el 2016 con la ilusión de que, ahora que sabemos más honestamente qué ocurre en la Araucanía, como sociedad podamos transitar hacia un país más inclusivo y tolerante con nuestros pueblos originarios; un país sin odio, sin racismo y sin violencia.
Comentarios
08 de enero
Comparto analisis, aunque ultimo parrafo es demasiado ingenuo, sobre todo desde la mirada historica.
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