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Dignidad

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Las consignas en las manifestaciones dan cuenta de un dolor en la dimensión subjetiva del ser.

Un ejemplo es la invocación de la dignidad, como en la consigna “Hasta que la dignidad se haga costumbre”.

Lo que está demandando esta consigna es una escucha activa, el reconocimiento del sufrimiento subyacente y su comprensión. Ya no el análisis político ni la explicación sociológica, sino una comprensión que de cuenta del sustrato existencial de ese dolor.


Cuando se invoca la dignidad, se está dando cuenta de una incapacidad para sentirse valioso, reconocido y útil, cuyas insatisfacciones están siendo, en este caso, atribuidas a las condiciones externas de la esfera de lo político

Escuchar de manera empática requiere de honestidad, una que no sólo justifica y “lleva el amén”, sino que escucha para reconocer, pero también para clarificar y corregir, a fin de poder salir del círculo de repetición sintomática.

¿Qué es la dignidad?

Una primera delimitación es que se trata de una valoración personal de la vida interna (anímica y espiritual). Es una apreciación de si mismo que es personal e intransferible. No se da ni se recibe. La dignidad no es modificable por un decreto legal.

Tres claves ayudan a situar la dignidad y comprender la demanda subyacente a su invocación:

Primero, el reconocimiento del valor intrínseco del ser humano como tal, y su sentido de dignidad, encuentra su origen en la influencia de la tradición judeocristiana. El ser humano aparece como una creación única e irrepetible, hecho a imagen y semejanza de Dios, marcado por un sentido de trascendencia. Se reconoce la dignidad en individuos concretos que tienen un valor intrínseco por el hecho de existir. El reconocimiento de que nuestra dignidad parte en el momento de nuestra concepción es el antecedente directo a elaboraciones filosóficas y su posterior traducción en acuerdos legales que resguardan ese valor.

La segunda es la noción del sujeto como inacabado. A diferencia de los animales, el ser humano adquiere su humanidad como parte de un proceso formativo. No basta con nacer dentro de la raza humana: se requiere de educación, perfeccionamiento y refinamiento. De ahí la dignidad del ser humano en tener la capacidad y responsabilidad de desarrollar su personalidad, modificar su conducta, crear su destino. Es lo que define el carácter central de la propuesta de Paulo Freire: la “vocación de ser más”.

La tercera es que esa dignidad, aunque ya presente en potencia, requiere un trabajo interno de perfeccionamiento. Es necesario hacerla consciente a uno mismo y visible para los demás. Es la razón y fundamento de la educación: un proceso de cultivo de la vida interior, el refinamiento de los hábitos y el carácter, el elevamiento del espíritu.

De estas tres claves surgen algunas consecuencias. Una de ellas es que tu dignidad no depende del lugar donde vives ni de la plata que ganas: eres digno por el hecho de que eres y estás.

El concepto de dignidad subraya la singularidad, la posibilidad de existir, pensar y trabajar en independencia de los dictámenes de la masa. Es ese sentido de dignidad el que te anima a estar tranquilo sabiendo tu valor como persona, el que no depende de las circunstancias. Es lo que te moviliza a esforzarte y tomar las decisiones necesarias para cumplir tus sueños.

¿Cómo abordar esta demanda?

Cuando se invoca la dignidad, se está dando cuenta de una incapacidad para sentirse valioso, reconocido y útil, cuyas insatisfacciones están siendo, en este caso, atribuidas a las condiciones externas de la esfera de lo político. Necesitamos entonces un abordaje (re)educativo que vuelva a centrarse en el sujeto. Implica restaurar la noción de responsabilidad por sobre la del derecho.

Un abordaje posible está en lo que llamo “educación funcional”, la conciencia de que todos participamos en el modelaje de actitudes, modales, éticas de trabajo y formas de relacionarse que se propagan por imitación en el medio social.

La educación no es sólo una tarea de la escuela, sino de todas las instituciones sociales (oficinas gubernamentales, negocios, museos, hospitales), al modelar ante la generación más joven una dimensión de lo que significa vivir y trabajar en Chile.

La responsabilidad de los medios de comunicación es central y debe ir de la mano de los propósitos de la educación formal: levantar la moral nacional, conocer e incentivar nuestras letras, industrias, los conocimientos que generamos y los que necesitamos, nuestros logros, diversidad, geografía, a lo que aspiramos como conjunto de individuos.

Esto no reemplaza las decisiones que deben tomarse a nivel político para resguardar el sentido de representación y protección que está demandando la ciudadanía (cambio al sistema de pensiones, acceso universal a salud, regulación de la inmigración), pero es un ámbito desde el que podemos aportar activamente todos los ciudadanos.

El que logra estar consciente de su dignidad humana vive una vida que es fiel reflejo de ella, marcada por el desarrollo de un carácter amable, por disciplina y el trabajo personal para mejorar las condiciones propias y la de los que lo rodean.

Es hora de hacer de la dignidad una costumbre en cada uno de nosotros.

Eres digno. Empieza a comportarte como tal.

TAGS: #ChileDespertó #Dignidad

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Comentarios

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Ainoa

19 de noviembre

Que lúcida tu columna… pensar que “la dignidad se haga costumbre” como una forma de que todos y cada uno de nosotros recupere el sentido de su propio valor y el de los demás, proyectándose hacia la convivencia y el sentido social.

Jaime Galgani

19 de noviembre

Me parece muy importante ese remate de la columna: “Eres digno. Empieza a comportarte como tal”. De esa manera, se instala un presupuesto no siempre evidente para todos, cual es la bidireccionalidad relacional que toda condición humana supone. Es decir, la dignidad no es solamente un dato que se debe reconocer en cada persona, sino también un don que cada uno es responsable de ofrecer.

20 de noviembre

Relevas un aspecto central de esto: la reciprocidad.
Es difícil esperar cosechar dignidad, bienestar y justicia si lo que se está sembrando es lo opuesto.
El árbol se conoce por su fruto.

20 de noviembre

Qué agradable columna, se valora harto tu reflexión, espero poder aportar algo.

En una discusión amigable que hace un tiempo sostuve con unos docentes con más de veinte años de experiencia, les planteaba que el rol formativo del docente, tenía que trascender el entrenamiento de habilidades y la transmisión de contenidos, generando la molestia de algunos, que concebían el aprendizaje de información, como pieza central de su trabajo.
Entre risas y amigables sarcasmos, les expliqué que dentro de una mirada funcional cognitiva, un niño podría desarrollar mejor su comprensión de lectura, leyendo historietas versus el Mio Cid, el que luego, una vez conseguida la capacidad de atención sostenida y lectura integrativa, podría digerir sin aburrirse. Ejemplos como este fueron varios, desde el uso de juegos de naipes y ajedrez para desarrollar el pensamiento matemático, etc.
Al final, con su atención puesta y actitud positiva, hablamos de lo bien que haría impartir cívica y filosofía desde sexto básico.

¿Por qué traigo esto a colación?

Me encanta que propongas la DIGNIDAD como algo interno, propio, autoconstruido (con guia claro), semejante a la LIBERTAD, HONOR, RESPONSABILIDAD, ETC… dentro de nuestra sociedad, desde que tengo uso de razón, el valor intrínseco de la persona está dado por su Status Social, por su Popularidad, etc… siendo todas valoraciones dependientes de lo externo, que moviliza al individuo en pro de la opinión externa.

Me sé Digno y te trato dignamente..

20 de noviembre

Muchas gracias por tu comentario, Patrick. La conversación que tuviste con tus amistades contiene, a mi parecer, al menos dos aspectos que ayudan a profundizar la idea de la columna: por un lado, la noción de que la dignidad está inextricablemente relacionada a esos otros aspectos de la condición humana: la libertad, la responsabilidad, el honor.
Por otro, concuerdo también en que necesitamos recuperar la noción de educación como práctica de humanización y de personalización. Eso supone enseñar y aprender saberes académicos con el fin de elevar el carácter del sujeto. En ese sentido me parece interesante que, a pesar de los enfoques actuales que se reducen a «pasar materia», la comprensión más holística de la educación aún sobrevive anclada en nuestro lenguaje, cada vez que hablamos de «formación» en lugar de mera «instrucción» o «enseñanza-aprendizaje».
La esperanza que nos queda es que las siguientes generaciones que vengan puedan ser formadas con un espíritu más amable y conscientes de su responsabilidad sobre sus propios destinos.

21 de noviembre

Gracias Fernando por tu respuesta y que agrado es encontrar coincidencias en nuestros relatos, quizás al café que tengo pendiente con Rodolfo Schmal, te podrías sumar jajaja

Volviendo a la grata conversación, tengo tan presente cuando me enseñaron que la cuna de la civilización occidental subyace en la cultura greco romana, lo que me extraña, es que, sabiendo esto, no tratemos de recuperar la esencia de la academia, donde la formación central consistía en formar buenas personas, pensantes y útiles para la sociedad.

Vi que antes escribiste reciprocidad, probablemente mi palabra favorita, lamentablemente ausente en los objetivos transversales fundamentales, que sobre utilizando la Empatía como alma mater (como psicólogo no puedo decir que no es importante) creen que simplemente al ponerse en el lugar del otro, basta.

¿Soñemos juntos?

¿Te imaginas enseñar el Bushido? ¿Revivir a Herman Hesse para reflexionar sobre la perfecta unión de oriente y occidente?
¿Cívica analizando a un tal Maquiavelo? y si nos da la locura ¿Lo contrastamos con Gandhi? ¿Mandela? ¿JFK? etc.

En fin, la amabilidad, lamentablemente, está más arraigada en la cultura oriental, quizás no tenemos que quedarnos solo en un hemisferio y necesitemos cambiar la clásica pichanga de educación física, por Yoga o Tai Chi, pero para eso, el magisterio tiene que aceptar a profesionales no docentes en las aulas.

Éxito, y gracias, leerte me incitó a enseñar a mi hijo, una vieja historia de una fogata en una caverna

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