Existen unas tres o cuatro películas al año que me estremecen, agregándose de inmediato a mis favoritas. Casi siempre estas joyas vienen de Francia, y no es raro: ellos inventaron el séptimo arte y saben como hacer obras de arte.
Me refiero a Delicieux, una película sencillamente «deliciosa». Haré un esfuerzo para no contar detalles de la trama para no privarlos del placer de «paladear» este manjar que es la historia de un eximio cocinero (de nombre Pierre Manceron) al servicio del Duque de Chamfort.
Es Francia 1789, cuando la Revolución ya resulta imposible de detener. El Duque es un sibarita que disfruta de invitar a otros nobles a probar los manjares de Manceron. Al final de cada banquete, somete al escrutinio de sus invitados la obra de su chef, y, por una evaluación negativa de parte de un cura y algunos nobles, Manceron deja la seguridad del castillo junto a su hijo adolescente y se instala en la derruida casa de campo de su anciano padre.
No quiero detenerme en detalles, pero a poco de estar en aquella casa donde Pierre Manceron sufre una evidente depresión llega una mujer que será fundamental.La magia del film es retratar de manera magistral el abuso, el desprecio, la humillación constante de la nobleza hacia las clases inferiores.
Pero en fin: dejo la historia a un lado para centrarme en la Historia.
Dije que era 1789 y la Revolución es inevitable. La magia del film es retratar de manera magistral el abuso, el desprecio, la humillación constante de la nobleza hacia las clases inferiores. Retrata las principescas vidas de aquellos ociosos que les queda muy poco; eso lo sabemos los espectadores y si alguna vez alguien dudó que fuera justa la guillotina para esos parásitos, este film deja claro algo: fue justo. Acotar que quien escribe estas líneas tiene claro el tema desde la lectura de Una Historia de Dos Ciudades.
Cada personaje aporta lo suyo, desde el punto de vista de su posición social y nos arroja luz para entender el proceso revolucionario, sea noble, comerciante, clérigo o pobre, sobre todos quienes se detienen a probar los platos en el Restaurante que Mancerón ha logrado levantar. Lo meritorio: no es necesaria ni una sola escena de violencia o sangre, solo las propias e íntimas visiones de todos quienes desfilan por el film. No debe ser fácil para un realizador lograr que el espectador se levante de su butaca y salga de la sala convencido y aplauda la violencia de la Revolución Francesa sin mostrar ni una sola escena de violencia.
En otro aspecto, la película tiene una fotografía conmovedora de la campiña francesa, y no menos atractivo es el despliegue culinario que a mitad del film dan ganas de asaltar el refrigerador.
Un film maravilloso, y ya que hablamos de gemas preciosas, aprovecho de recomendar: «No Vemos Allá arriba» , «El Espía y el Capitán» y «Promesa al Amanecer», todas venidas desde Las Galias.
De nada.
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