Resulta llamativo el hecho que, en general, siempre asociamos el amor al amor romántico o a las relaciones sexo afectivas. Si bien éste no es el único modo en que se manifiesta el amor, pareciera ser el que más se imprime en nuestros pensamientos, necesidades, alegrías y dolores.
La filósofa argentina Danila Suárez explica que se entiende al amor romántico como aquel tipo de amor que sentimos a través de la atracción sexual hacia otra persona. Es decir, contiene la idea de atracción, erotismo y sexualidad. Lo que debemos cuidar es tener presente que la idea de amor romántico contiene algo más que la idea del mero deseo de tener sexo. Existe una serie de sentimientos que lo hace algo mucho más complejo. Usualmente nos referimos a esos sentimientos como enamoramiento, una especie de atracción poderosa que excede cualquier tipo de apetito sexual.
El amor romántico no es un mero sentir. El amor romántico contiene en sí mismo un ideal que moldea nuestros modos de sentir atracción y deseo, además de nuestras metas de vida. Existe un ideal regulatorio de nuestras experiencias amatorias, nuestras relaciones deben ser apasionadas, personales, íntimas, duraderas, generadoras de un “nosotros” que borre nuestros límites, una fusión total con otro. Un ideal que nos sugiere una idea de armonía, felicidad, completitud, comprensión mutua y toda una serie de ideas que nos llevan a pensar que se trata del encuentro entre dos almas gemelas que van a amarse por el resto de sus días para vivir felices comiendo perdices. Es decir, es toda una norma de deseo y de vida.Existe un ideal regulatorio de nuestras experiencias amatorias, nuestras relaciones deben ser apasionadas, personales, íntimas, duraderas, generadoras de un “nosotros” que borre nuestros límites, una fusión total con otro.
Por supuesto, el amor no funciona de ese modo. El enamoramiento, las relaciones sexo afectivas, sean cortas o duraderas, involucran una serie de fallas, conflictos, dolores y frustraciones que en lugar de ser tomadas como eventos razonables dentro de la interacción humana, a causa de estar bañadas por el ideal del amor romántico, se vivencian como una pérdida total de sentido de lo vital. Esto es más terrible en el caso de la socialización femenina, pues nos muestra la creación de una norma según la cual existe cierto disciplinamiento al que debemos ajustarnos. El varón es la figura proveedora y la mujer, la figura cuidadora. Los cuentos de hadas y princesas no son otra cosa que un adoctrinamiento en color pastel del rol que deben aprender las mujeres para ser parte de la sociedad, verse bonitas y pulcras para que el príncipe las elija, les dé una casa para adornar y limpiar con amorosa educación e hijos para criar y educar. Aún flota en el sentido común la idea de que la mujer sólo encuentra su realización vital de la mano de la dependencia de un varón que la pueda hacer mujer y madre.
La académica Natalí Incaminato cuenta cómo la literatura ha sido pródiga en el tópico del amor romántico. En la Edad Media encontramos el famoso constructo del amor cortés, que se encuentra codificado en el “De Amore”, un texto de Andreas Capellanus que data del siglo XII. En sus consejos de un poco de amor cortés propone reglas y preceptos y muchos de ellos pueden sonarnos a normativas del ideal amoroso que tanto daño nos hace en la actualidad, pero no es así, pues han sido leídos de otro modo por filósofos como Michel Foucault quien señaló que el amor cortés se trataba, en realidad, de una serie de relaciones estratégicas como una fuente de placer. Pensaba el amor y el erotismo como un juego que las jerarquías sociales aprisionan y lo confinan sólo al ideal burgués de la familia.
En un salto literario temporal, observamos qué pasa en la modernidad, en la Europa del siglo XIX de la mano de la escritora Jane Austen. Los personajes de sus novelas se arrojan en la búsqueda de pareja y matrimonio. Austen indaga en las conductas de sus personajes a partir de los cambios de la fortuna de las familias terratenientes. En novelas como “Orgullo y Prejuicio” podemos ver estas situaciones socioeconómicas que implican herencias, contactos, títulos nobiliarios, prosperidades comerciales o desgracias pecuniarias. Las heroínas de sus novelas son llevadas hacia la consecución de buenos matrimonios, los cuales combinan sentimientos con conveniencia.
Esto nos pone ante preguntas que están lejos de ser ajenas, ¿el amor como experiencia humana es realmente aquel arrebato incomprensible por fuera de todo mandato social insondable? ¿nos enamoramos enigmáticamente y sin explicación? ¿Cómo escapamos al aparato normativo del amor? ¿Cómo crear prácticas de amor y de placer que incluyan siempre el placer del otro y resistir así a las múltiples imposiciones que se nos presentan?
Tal vez sea en las transgresiones a los códigos y leyes heredadas de amores trágicos como Romeo y Julieta o Abelardo y Eloísa donde hallemos algo del coraje necesario para amar cuando nuestros objetos de amor son de aquellos que se escapan de la norma establecida.
Finalmente, el amor es mucho más que las relaciones sexo afectivas. Simone de Beauvoir decía que “amar también es una forma de crear un futuro con los otros” Quizá esa libertad que buscamos en el acto de amar esté relacionada también con la amistad, el amor a un ideal, a una utopía, a nuestros seres queridos, a nuestras mascotas, a la naturaleza, a lo bello, que son tipos de amor que dejamos de lado constantemente en nuestras reflexiones acerca de aquello que nos mueve a amar.
Comentarios
16 de febrero
Los intentos por deconstruir la historia humana por parte de la izquierda es triste. Siguen creyendo que son unos iluminados que deben y pueden guiar a la humanidad a un nuevo estadio moral ,, solo porque ellos descubrieron el santo grial de la felicidad.
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