La pandemia del COVID-19 está mostrando, una vez más, que en general el mundo, no está “preparado” para grandes catástrofes, sean o no producidas por los seres humanos. Pese a todos los desarrollos médicos, científicos, tecnológicos y un largo etcétera, la humanidad no sabe, en realidad, más que cuestiones muy básicas de supervivencia. La omnipresencia permanente de los hombres y las mujeres en tanto y cuanto queremos controlarlo todo, pues se deja entrever, no es así. El control es una ilusión autoimpuesta para tratar de aferrarnos a algo ante la incertidumbre agobiante de la vida. Hemos visto cómo esta permanente actitud de la especie humana frente a la naturaleza que está fuera de su dominio, nos ha llevado hasta el punto actual del estado de la cuestión.
Lo que propongo reflexionar algo de pesimismo provocador, es que “luego” de esta situación mundial, según la narrativa que se ha creado en los medios de comunicación “formales” y las redes sociales, “seremos mejores personas” o que “este momento hará que el mundo cambie su forma de vida”. Me parece que ninguna de estas narrativas se va a cumplir y me amparo en lo que la historia genéricamente ha enseñado. Guerras en la Antigüedad, guerras en la Edad Media, la Peste en Europa, el genocidio en América Latina desde Europa, las guerras mundiales, la guerra fría y, en última instancia, la guerra contra el “terrorismo”. Son todos períodos históricos donde lo único en común ha sido la aniquilación masiva de personas en todo el planeta, sea por la razón que sea.Tampoco es un problema “del sistema” cómo se suele argüir permanentemente para culpabilizar a que los pesares de la sociedad son resultado del “sistema”. Pues el sistema lo sustentamos todos/as, no es proveniente de la acción divina.
La modernidad, por otro lado, ha reforzado esta idea de destrucción y la supremacía del ser humano frente a la naturaleza. Donde el consumo por el consumo no está siendo una manera ya sostenible para que, no solo las personas, los animales y la naturaleza, sino que este planeta pueda seguir existiendo. No solo el consumo material, sino el consumo entendido como el afán permanente y constante de “querer más”, que, me parece, es algo intrínseco a la filosofía que cosifica y mercantiliza casi todos los aspectos de nuestras vidas. La pandemia no es el problema, es un síntoma más de que las formas de vida que tenemos ya no pueden seguir. Pero, el género humano, no cambia sustancialmente, sino en pequeñas sutilezas. No es el egoísmo ni el individualismo los inconvenientes para transitar hacia otra forma de vida, porque eso siempre ha estado presente, en toda época y lugar.
Tal vez sea momento –nunca lo es tampoco- en que los habitantes de este planeta, o demos un paso al costado frente a otra especie que habite la tierra o tratemos de hacer algo al respecto. El infierno somos nosotros/as mismos/as, no los demás. Tampoco es un problema “del sistema” cómo se suele argüir permanentemente para culpabilizar a que los pesares de la sociedad son resultado del “sistema”. Pues el sistema lo sustentamos todos/as, no es proveniente de la acción divina. Entonces, o hacemos más vivible “el sistema” o entre nosotros/as, como ya lo hemos hecho siempre en la historia y, en realidad, en el diario vivir, la destrucción mutua y daño es una cuestión de tiempo para un colapso aún mayor del presente.
Comentarios
04 de abril
Esta idea de que <> , es un cliché, que los amantes del género cinemtográfico apocaliptico y de fin de mundo conocemos perfectamente. En muchas de esas peliculas las bueventuranzas expresadas en la voz de un líder que se dirige a la humanidad señalando que producto de esta desgracia que nos afecta a todos ahora si seremos hermanos y nos amaremos los unos a los otros, abundan. Dichas estas palabras con un discurso vaciado de conflicto social, de codicia clasista y hedonismo humano.
Y como esas son solo películas, lo más probable es que esta ocasión, que es real, el mundo seguirá siendo muy parecido.
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05 de abril
Continuando con su pesimismo reflexivo quizás hay que decir que somos los ángeles caídos, amigos de la maldad, excelsos constructores de máquinas para matar. Me imagino que aún deben pulular por ahí, en algún lugar unos 10 humanos justos e intachables, de lo contrario ya seríamos todos vapor de agua.
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