A mis 10 años de edad la vida ya era bastante dura. En las noches de navidad salía del hogar de niños y me arrancaba a alguna plaza, siempre estaban vacías. A lo lejos se escuchaban las risas y la vibrante alegría de las familias. Ahí estaba yo, a las 12 de la noche, perdido en el tiempo y en el espacio, sentado en una soledad profunda y llorando por tener la vida de un huacho.
No entendía muchas cosas, solo sabía que era injusto; antes de mi nacimiento ya sufría las consecuencias de una sociedad marginal, marcada por la droga y la delincuencia. A mis 4 años de edad, solo tenía recuerdos de las 7 puñaladas en el pecho que recibió mi madre por parte de su pareja, mientras ella (embarazada) lloraba lágrimas de sangre. En un intento de protección, le lancé al hombre un viejo muñeco, tratando de alejarlo.
A veces llegaban extraños a la casa, con camiones de mercadería que seguramente habrían ganado en un juego de lotería. Mientras tanto, durante las noches el ruido, las fiestas y el olor a plástico quemado parecía ser el festejo del éxito y la gloria. En otros momentos parece que las cosas iban mal y muy a menudo me sentaba en la esquina del pasaje a pedir algo de pan y dinero, en otras, acompañado por mi madre golpeábamos las puertas de las casas, rogando por algo para comer.Yo ya tenía 6 años y mi hermano 8, y aun no conocía una navidad ni un abrazo de cumpleaños, solo estaban recuerdos de los llantos de los niños de la cama de al lado.
En otras circunstancias mi madre nunca regresaba cuando salía por las noches, no sé en que habrá trabajado pero las pinturas y los trajes la hacían parecer una artista de cine- No tuvo que pasar tanto tiempo para que todos se fueran de viaje a un lugar llamado Canadá. Ahí quedamos junto a mis hermanos, éramos varios, sin saber mucho que hacer, alguien nos habrá dado de comer durante ese tiempo, hasta que un día llegó una furgoneta que se camuflaba ante los verdes de esperanza, mi hermano mayor lloraba y yo no sabía qué hacer ni qué decir, no era lo suficientemente listo ni maduro para entender nada, solo tenía 4 años y el 6.
Fue entonces como se iba forjando la vida de un huacho, recuerdo esa navidad y año nuevo, entre las paredes de una comisaría, no sé qué habremos hecho ni cuánto tiempo habremos vivido en ese lugar, pero al pasar el tiempo, dijeron que tendríamos un hogar. Entonces llegamos al Galvarino, parecía que habían más niños como nosotros. No tenían nada, ni podían apropiarse de nada.
Pasaba el tiempo hasta que un día el lugar se incendió, en cuyo incendio habría muerto un niño en su silla de ruedas. Aun no entendía nada, pues esa era la vida que conocía y debido al incendio fuimos trasladados a un nuevo hogar, a la protectora de la infancia. No olvidaré aquella primera vez que cruzamos las puertas de ese lugar, pues mi hermano debió pelear para poder defenderme. Yo ya tenía 6 años y el 8, y aun no conocía una navidad ni un abrazo de cumpleaños, solo tengo recuerdos del llanto de los niños de la cama de al lado. Nunca olvidaré el llanto desgarrador de un niño, simplemente lloraba, me escondía entre mis sábanas esperando que no vinieran por mí. Tapaba mis oídos y trataba de dormir, pero nada podía quitarme el miedo, el miedo de vivir entre la maldad y el abandono.
Quién podría creer en un niño fracturado, quebrado y destruído, pareciera que las cosas ya no podrían ser peor….
1era parte…
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