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Yo salí del clóset de la salud mental ¿y tú?

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Hace un par meses no habría ni siquiera pensado en decir la palabra depresión en voz alta, contarle a un amigo, ni muchos menos escribir sobre ella. Me costó más de seis años sacar este secreto desde lo más profundo de mi silencio y hoy, gracias a que he escuchado a otras personas hablar de que tienen depresión, puedo contarlo con algo de soltura.

Antes de que me pasara a mi, yo era de esas personas que creía que la depresión era un invento de las personas para llamar la atención. Cuando veía a una compañera llorando en el colegio por haberse sacado mala nota la tildaba de exagerada y víctima. Antes de que me pasara a mi, pensaba que la depresión sólo la sufría gente que ha tenido una vida difícil o que sólo se daba luego de haber pasado por una situación traumante o triste. Esa era yo a los 18.

Hasta que me pasó a mi. 2012, tenía 20 años y estaba en segundo de Periodismo, llevaba una vida de adolescente normal, con los altos y bajos de la edad, los enredos amorosos y las amistades de ir y venir. Siempre he tenido una buena relación con mi familia, muchos amigos y no creo tener baja autoestima.


Durante años estas idas al psiquiatra las hice en silencio, sin contarle a nadie y con la vergüenza de que alguien lo supiera. Odiaba que mi mamá lo comentara con alguien y le rogaba que no hablara del tema en público.

Sin embargo, en septiembre de ese año todo se nubló, mi cuerpo ya no quiso despertar una mañana y los viajes en metro eran cada vez más tortuosos. Mucha angustia sin razón y cansancio extremo era el único “síntoma” que sabía expresar. El tedio y la desazón eran las sensaciones que me acompañaban por esos días.

Al poco tiempo mi mamá me llevó al psiquiatra, al Hospital Psiquiátrico de la Universidad de Chile, un edificio oscuro y frío que en ese momento me hizo pensar: Ok, esto no se lo pienso contar a nadie, que vergüenza. Depresión, ese fue el tajante diagnóstico. Lo negué por meses, no quise iniciar tratamiento, pero me obligaron.

Durante años estas idas al psiquiatra las hice en silencio, sin contarle a nadie y con la vergüenza de que alguien lo supiera. Odiaba que mi mamá lo comentara con alguien y le rogaba que no hablara del tema en público.

Por obvias razones de convivencia, las únicas personas que sabían que tenía depresión  y que me trataba con medicamentos eran mi mamá y mi pareja, quienes han sido un pilar importante en todos estos años. Pero nunca hablaba del tema con nadie más.

Cuando comencé a trabajar, pasado casi 5 años de tratamiento, me preocupaba de que “no se me notara”, que mi jefe no pensara que no podía cumplir con las exigencias del día día por la enfermedad. Cuando pedía permiso para ir al doctor y me preguntaban si estaba enferma, decía que iba controles de rutina o inventaba cualquier cosa para no hablar de salud mental.

Todo cambió cuando escuché a una compañera del trabajo decir con mucha naturalidad delante de todos: “Me iré temprano porque tengo hora al psicólogo”. Por meses me quedó dando vuelta esa frase y otras cosas que decía, como las pastillas que tomaba, a la clínica que iba y bromas que hacía al respecto.

En la oficina empezaron a hablar cada vez más de salud mental, más compañeros también compartían sus experiencias y bromeaban con tanta naturalidad que yo también me atreví a hablar. Ya no les mentía diciendo que a la hora de almuerzo me iba a hacer exámenes, les decía que iba al psicólogo o a buscar mis pastillas, tiraba la talla. Ya no le inventaba a mi jefe falsas idas al ginecólogo para que me diera permiso para salir antes e ir a los controles o terapia.

Poco a poco le he ido contando a mis amigos, amigos que conozco hace más de 15 años, a los que todos estos años les oculté esta parte importante de mi vida. Me han entendido y apoyado demasiado, gracias a eso todo el miedo que sentía de que los demás supieran de mi depresión ha ido desapareciendo. No digo que al contarlo me siento bien y los sentimientos de angustia, miedo e inseguridad vayan a desaparecer, pero sí me da más fuerza para seguir con el tratamiento, quizás nunca me “den de alta”, tratándose de una depresión endógena, pero sí me hace estar más consciente de lo importante que es cuidarme y asumir la depresión como una enfermedad y no como una vergüenza o marca que me impida ser buena profesional, hija, pareja, amiga.

Hago esto porque, a mi, escuchar a otras personas hablar de su depresión me hizo aceptar y abrazar la mía. Es tan poco lo que hablamos de salud mental que ignoramos que es una de las enfermedades más comunes en la actualidad, tanto en Chile como en el mundo. Creemos que somos los únicos, que nos van a mirar mal, que no duraremos en los trabajos, que, al igual que yo en el pasado, nos van a juzgar de víctimas y débiles. Pero no, tenemos que aceptar que hay depresiones que se forman en el cuerpo, en nuestro cerebro, que hay neurotransmisores que necesitan más ayuda que otros para funcionar.

Hoy, luego de casi seis años de vergüenza y silencio, puedo decir que salí del clóset de la salud mental.  Y tú, ¿qué estás esperando?

TAGS: #Prejuicios #SaludMental depresión

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Comentarios

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Oscar Inostroza

17 de mayo

Que lindo relato, Vale. Siempre he creído que para superar cualquier problema, es necesario conversarlo. Y justamente ver que algunas personas tienen los mismos problemas que uno, siempre termina inspirando a otros.

Claudio Valenzuela

13 de junio

Lo psiquiátrico por lo que he aprendido siempre a sido relacionado a la verguenza… lo terrible es cuando ésta verguenza, tan solo refleja falsas expectatativas que uno mismo crea. Desenmascarar éstas creaciones de uno, es mucho más fácil si tu pareja, tu familia y tus amigos te prestan su incondicional apoyo.
Pero lo primordial es no aislarse uno mismo. Una madre que te conoce, un amigo que sabe quien eres, te obligan a cuestionar esas creaciones tuyas y te ven a travéz de la verguenza.
Somos de manada y la manada muchas veces nos sana.

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