“¡Pecadores!” y cosas por el estilo gritaba ayer un hombre conocido como el Pastor Soto en el Congreso en presencia de diputados que debatían sobre el Acuerdo de Vida en Pareja. Algunos reían, otros solamente miraban impactados lo que estaban presenciando en el corazón de la democracia: un fanático que decía defender el Evangelio con gritos de condena y de satanización hacia quienes viven el amor y que el único error que han cometido es enamorarse y querer vivir con gente de su mismo sexo.
Eso Soto no lo entiende. Él sólo se remitía a gritar, a repetir como máquina un sinfín de cosas que alguna vez leyó y que tomó al pie de la letra como su verdad. La realidad humana y los sentimientos no le importan porque no aparecen en ese libro que tanto levanta y para mostrárselo a todos los que no se ciñan a lo que él cree.Haber llevado a este personaje al Congreso es deslegitimar el tema y convertirlo en un show de gritos al viento que muy poco tienen que ver con la importancia de que las relaciones de todo tipo sean legitimadas por la ley
Pero yo me atrevería a decir que él es sólo una anécdota, un personaje de ese gran anecdotario llamado Chile, en donde las calles se plagan de estas figuras que gritan al viento sus supuestas verdades, con un acento evangélico marcado que pareciera decir la buena nueva, pero que concentran más sus energías en condenar a quienes pasan frente a ellos con peinados raros y con gestualidades que no son de su gusto.
Por lo tanto traer a esos personajes a una discusión en la Cámara de Diputados es no entender lo que se está discutiendo. Es confundir la religión con la realidad. Las relaciones humanas con los dogmas, cosas que claramente no van de la mano, y que no tienen por qué ir de la mano en un Estado laico que si bien debe tomar en cuenta a todos los sectores de la sociedad en una discusión como la del AVP, no puede validar un discurso repetitivo y sin consistencia.
Haber llevado a este personaje es deslegitimar el tema, y convertirlo en un show de gritos al viento que muy poco tienen que ver con la importancia de que las relaciones de todo tipo sean legitimadas por la ley. No es concebible que una persona que repite consignas sea validado en un tema que trae consigo sensibilidades, sentimientos y un sinfín de factores, ya que no pueden prestarse para un espectáculo de las proporciones del que se dio en el Congreso. Eso es no respetar el ejercicio democrático.
Los dogmas personales no pueden estar sobre la política. Y, en este sentido, es importante no solamente apuntar a personas caricaturescas como Soto, sino también a quienes lo hacen desde otro podio, uno con más poder, con mejor apellido y con religiones que están mejor vistas por una sociedad clasista como la nuestra. Por lo mismo, junto con deslegitimarse la discusión, se desvía el foco, y quienes piensan como el singular pastor, muchas veces participan del debate público sin ser cuestionados, debido a su posición social, se escabullen ante el ojo público de manera más fácil muchas veces legislando o aplicando normas según sus convicciones, dejando de lado las vidas y necesidades de los demás.
Para ser preciso, parece no haber mucha diferencia entre el agitado estilo de Soto y el de Manuel José Ossandón, quien cuando fue alcalde de Puente Alto prohibió una normativa del primer gobierno de Bachelet, que establecía la repartición de la píldora del día después en consultorios para personas que no pudieran acceder a ella por cuestión de dinero. Ossandón, como buen patrón de fundo, se opuso, viendo su comuna como un pequeño feudo, poniendo así ante todo su religiosidad y sus creencias por sobre los problemas de los ciudadanos. Hoy es senador y nadie dice nada al respecto.
Es por esto que es importante saber cómo deben discutirse estos temas y medirlos según su importancia, y junto con ello identificar realmente al adversario político y no esconderlo llevando a personajes que solamente sirven para llevar la nota de humor.
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