Mucha gente me pregunta por qué sigo con el tema de limpiar la Iglesia de abusadores y encubridores. Simple. Quiero a la Iglesia. Sé que a muchos les parece extraño que después de todo lo que ha pasado uno quiera seguir amando a la Iglesia y hacer todo lo posible porque se limpie del flagelo de los abusos y de la oscuridad del encubrimiento. Yo lo quiero hacer desde adentro. La Iglesia no está acostumbrada a que se la cuestione, sin embargo, creo que si muchos la levantamos la voz en lo que a los ojos de Dios y del mundo está mal, estaremos cumpliendo con un deber de no tolerar lo intolerable como se ha hecho hasta ahora.
Me acuerdo de esas reuniones en El Bosque cuando “el santo” nos citaba a todos los cercanos y empezaba su arenga contra alguien a quien se le había metido el demonio y por lo tanto estaba lleno de orgullo, poca humildad y falto de obediencia. Luego de eso, elegía a alguno de sus más cercanos para “tratar” más profundamente el tema. Esos tenían la misión de encarar al afectado y literalmente destrozarlo, no sólo a él, sino su reputación, de modo que cada uno tenía una misión específica y gente con la que hablar. Escuchamos como el obispo Arteaga se encargó de ser el “punto fijo” del cardenal Errázuriz y convencerlo de que Karadima no solo no abusaba de nadie sino que sus acusadores no eran dignos de credibilidad y nos destrozaron.
Por su parte, el obispo castrense Juan Barros cumplió varios mandados de Karadima tratando de destrozar la vida de gente que dejaba El Bosque o cumplía misiones usando su investidura episcopal o las charreteras de general que le corresponden por ser obispo castrense y no por ganárselas como todos en la Fuerzas Armadas, por amor a la Patria hasta dar la vida si es necesario. Barros era enviado a hablar con el hoy tristemente famoso alcalde Labbé de Priovidencia para que se evitase la construcción de los edificios que reemplazaron el Teatro Las Lilas. Llegaba como “general de la República” a hablar con un coronel en retiro. No le fue muy bien.
Barros también se encargó de tratar de destruirme con mentiras y cartas contribuyendo a violar mi secreto de confesión. El cardenal de aquél entonces, monseñor Fresno, le creyó ya que Karadima astutamente había logrado poner a Barros como su secretario.
El obispo Koljatic a pesar de ser el más “suave” del grupo y el que se vanagloriaba de ser el “más regalón del santito” como a él le gustaba decir, también ha llegado a las altas esferas de los encubridores de Karadima. Su transporte de los cheques para callar a los acusadores de Diego Ossa y Karadima a Linares y su disposición casi enfermiza para hacer de kamikaze si Karadima se lo pedía, es algo que lo caracteriza desde hace años. Lo mismo el obispo Valenzuela y su defensa corporativa de Karadima, aún sabiendo lo que sabe.
Sus prontuarios no terminan aquí. Es por eso que hago esta petición. Como seres humanos, ya no incluso como adherentes a una u otra religión, tenemos que parar estos abusos y el encubrimiento y no tolerarlos. Llámenme idealista o ingenuo, pero yo creo que si juntamos miles de firmas algo pasará y llegaré hasta donde sea necesario para desenmascarar a quienes vieron y no hicieron nada para frenar estos abusos. Hoy quieren ser víctimas, pero fueron victimarios. Y de lo peor.
En la Iglesia no falta gente buena y nadie es irremplazable. Estos cuatro hombres deben dejar paso a nuevas generaciones de hombres y mujeres que dan su vida por su Iglesia y dejan su marca haciendo un mundo mejor. Esos son nuestros futuros líderes y los de las futuras generaciones. Yo, humildemente, seguiré haciendo lo que me corresponde. Ojalá seamos muchos más.
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